El nieto de todos
Guido/Ignacio encarna la identidad de la sociedad argentina y latinoamericana
No sé qué sentí cuando ante los medios de comunicación se presentó Dña. Estela de Carlotto, la abuela irreductible de Plaza de Mayo, para mostrarle al mundo a su nieto, a quien venía buscando por una eternidad inexpresable.
El hecho noticioso lució confuso y no alcanzó a trascender la ominosa profundidad del episodio histórico en que se inscribe, tal vez porque los mismos protagonistas de esta circunstancia no pueden por ahora comprender su nueva situación en la vieja historia. Empezar a ser nieto a los 36 años… Seguir siendo abuela, ahora de un nieto de carne y hueso, y con fuerza de invocación de los ancestros…
Sus ancestros fueron asesinados en prisión durante el oscurantismo de la dictadura. Laura Carlotto, la joven madre, había dado a luz un hijo dos meses antes de que la ejecutaran, y el bebé fue entregado por los militares todopoderosos de esos tiempos a una familia custodia. Laura y su compañero Guido Montoya, el padre, siguen desaparecidos hasta hoy, recordémoslo.
La criatura debió llamarse entonces Guido Montoya Carlotto, y como tal fue escudriñado. Pero creció como Ignacio Hurban, lejos de los escenarios donde sus progenitores actuaron en convicción de ideales. “Los siento aquí presentes, al lado mío”, dijo el joven ante cámaras, y me estremecí hasta el tuétano, porque pasó por mí en un instante todo el dolor acumulado de aquellos combatientes libertarios, de sus madres y hermanos, de sus hermanas y abuelas y amigos y compañeros. Y por eso entiendo a Doña Estela cuando dijo, “les presento a mi nieto, a nuestro nieto, al nieto de todos”.
Aparecido entre los desaparecidos, Guido/Ignacio encarna la identidad de la sociedad argentina y latinoamericana, en pugna entre su determinación de ser y lo que quisieran que fuéramos. Este nieto metafórico nos conmina a seguir desenterrando toda la verdad, hasta llegar a los responsables plenos de la tortura, la desaparición y la muerte; a aquellos que desde los centros universales de la hegemonía política imaginaron la idea de entrenar vasallos para la implementación de su horrorosa misión y no recularon hasta verla culminada. Porque los militares latinoamericanos de entonces fueron solo el brazo operativo de un cerebro al que estamos lejos de alcanzar en señalamiento explícito y —sobre todo— en aplicación del debido enjuiciamiento por crímenes de lesa humanidad. Como en Nüremberg, así correspondería.
Aunque el tratamiento noticioso (casual o intencionalmente) haya tenido tono de candidato en proclamación o de fichaje futbolero, este triunfo de la abuela Estela es para celebrar, claro; y lo celebro en el júbilo de millones, declarando mi admiración y honra por la lucidez, tenacidad y coraje de esta mujer ejemplar; pero no es este el final esperado, ella misma lo sabe. No todavía. Y ahora sé lo que siento.