Rebeldes
Lo vivido en 2005 fue, simplemente, retirar la válvula de la olla a presión. El Alto aún no ha estallado
David Harvey, reconocido geógrafo urbano de pensamiento marxista (alguna vez citado en esta columna) llegó a La Paz para impartir conferencias. Autor de varios libros, uno de ellos (Ciudades Rebeldes, publicado en inglés en 2012) nos toca directamente porque sitúa a la ciudad de El Alto entre las ciudades más insurrectas del planeta, por haber alcanzado con su lucha importantes transformaciones políticas.
Colmado de un materialismo histórico y dialéctico renovado, Harvey analiza el fenómeno urbano y lo proyecta como un mecanismo para combatir el capitalismo. Su lógica es categórica: provocar revoluciones urbanas aprovechando los intersticios que dejan las contradicciones de las ciudades neoliberales. En ese texto, el pensador británico renueva el análisis del “derecho a la ciudad” (remozando a Henri Lefebvre), superando la visión física o espacial del término hacia un “derecho a cambiar y reinventar la ciudad de acuerdo con nuestros deseos”. Es decir, el derecho a la ciudad como el lugar donde se ejercen las actuales conflagraciones de la lucha de clases. Y sí, El Alto es uno de esos lugares y, es más, me atrevo a presagiar que lo seguirá siendo cada vez con mayor violencia y menguando consideraciones humanas. Lo vivido en 2005 fue, simplemente, retirar la válvula de la olla a presión. El Alto todavía no ha estallado.
Nuestra ciudad es la revelación en el espacio de nuestras profundas contradicciones sociales, ahí se materializan todas las inequidades. Es además la muestra de los desequilibrios campo-ciudad propios de los países del Tercer Mundo rendidos al capitalismo globalizado. Vivimos un desarrollo urbano concentrador y depredador, periférico y dependiente, en medio de discursos trasnochados de “crecimiento y modernidad” que solo reproducen las condiciones de clase capitalistas. Vivimos las contradicciones propias de nuestra formación social en un complejo panorama presente y con pocas estrategias para un futuro urbano diferente.
Pasado 2005, tenemos un nuevo Estado con nuevos actores políticos, y estamos en un periodo con una fuerza política y un poder económico inéditos en nuestra historia. Pero en la línea del materialismo histórico y dialéctico, jamás la ideología se expresó tan contradictoriamente en nuestras ciudades como hoy en día; ergo, se impone una autocrítica consciente: ¿hacia dónde se dirigen nuestras políticas de desarrollo urbano y regional? ¿Qué horizonte político trazamos en las ciudades? ¿Su “disneyficación” o el vivir bien?
A diferencia de Harvey, soy lo que él llama un “utopista de la forma” y creo que otro paradigma es posible para construir una histórica revolución urbana-regional, y ser —de una vez por todas— rebeldes proyectando el futuro global desde el sur.