Megalópolis
Carlos Villagómez
¿Se puede tener conciencia de escala y temporalidad en una megalópolis? ¿Cómo viven los habitantes de las ciudades mastodónticas del planeta? ¿Cómo sobrellevan la tensión de un espacio infinitamente inabarcable? Va una respuesta: por la resiliencia humana que se adapta más que ninguna especie animal sobre la tierra y soporta los meganúmeros de las grandes ciudades: Tokio, en Japón, 37.400.000 millones de habitantes; Delhi, en la India, 31.200.000; Shanghai, China, 27.800.000; o Ciudad de México (CDMX) con 22.000.000 (sin contar lo que ahora se conoce como la megalopolitana Zona Metropolitana del Valle de México).
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Una forma de experimentar el vaciamiento existencial de las megalópolis es usando su transporte masivo. El Metro de CDMX transporta 4,6 millones de usuarios al día; es decir, en tres días el Metro mexicano mueve la población de Bolivia. Se inauguró en 1969 y su infraestructura ingenieril, tan bien concebida y construida, ha soportado honrosamente el trajín. Un detalle impresiona: los pisos de mármol de las interminables estaciones están repulidos hasta la deformidad por los infinitos pasos del torbellino humano que transita sin parar hace más de medio siglo. Es una ciudad subterránea que se desarrolla en varios niveles, llegando en algunos casos hasta 40 metros por debajo de la superficie. Y ese mundo soterrado es el espacio del pueblo profundo, un pueblo sometido por un Leviatán urbano con forma de un gigantesco hormiguero donde van y vienen millones de rostros con un rictus entre resignación y jactancia.
Las megalópolis se reconocen por esos múltiples niveles construidos para su transporte masivo. Son kilómetros por debajo o por encima de la superficie como en la clásica película Metrópolis. La superficie naturalmente disponible no es suficiente para albergar el crecimiento poblacional y la migración, urge construir múltiples pisos artificiales para que hombres/hormigas u hombres/pájaros se trasladen.
Pero no me voy sin ensayar otra respuesta más afinada a las preguntas del inicio: los seres humanos, como animales comunitarios, tendemos a establecer círculos de referencia o áreas de control territorial que nos permiten subsistir en escalas urbanas que van más allá de nuestra comprensión física y mental. Los urbanitas de las megalópolis de este siglo no tienen conciencia plena de la totalidad espacial y temporal, pero su capacidad resiliente genera reducidos espacios referenciales.
Nosotros no necesitamos sobrevivir con esas referencias. Vivimos en una ciudad tan pequeña que es una micrópolis cuya totalidad vemos y controlamos socialmente, aunque, de tanto en tanto, nos mortifiquen pinches bloqueos de “mil” esquinas.
(*) Carlos Villagómez es arquitecto