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Sunday 8 Dec 2024 | Actualizado a 12:05 PM

Megalópolis

Carlos Villagómez

/ 23 de febrero de 2024 / 10:06

¿Se puede tener conciencia de escala y temporalidad en una megalópolis? ¿Cómo viven los habitantes de las ciudades mastodónticas del planeta? ¿Cómo sobrellevan la tensión de un espacio infinitamente inabarcable? Va una respuesta: por la resiliencia humana que se adapta más que ninguna especie animal sobre la tierra y soporta los meganúmeros de las grandes ciudades: Tokio, en Japón, 37.400.000 millones de habitantes; Delhi, en la India, 31.200.000; Shanghai, China, 27.800.000; o Ciudad de México (CDMX) con 22.000.000 (sin contar lo que ahora se conoce como la megalopolitana Zona Metropolitana del Valle de México).

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Una forma de experimentar el vaciamiento existencial de las megalópolis es usando su transporte masivo.  El Metro de CDMX transporta 4,6 millones de usuarios al día; es decir, en tres días el Metro mexicano mueve la población de Bolivia. Se inauguró en 1969 y su infraestructura ingenieril, tan bien concebida y construida, ha soportado honrosamente el trajín. Un detalle impresiona: los pisos de mármol de las interminables estaciones están repulidos hasta la deformidad por los infinitos pasos del torbellino humano que transita sin parar hace más de medio siglo. Es una ciudad subterránea que se desarrolla en varios niveles, llegando en algunos casos hasta 40 metros por debajo de la superficie. Y ese mundo soterrado es el espacio del pueblo profundo, un pueblo sometido por un Leviatán urbano con forma de un gigantesco hormiguero donde van y vienen millones de rostros con un rictus entre resignación y jactancia.

Las megalópolis se reconocen por esos múltiples niveles construidos para su transporte masivo. Son kilómetros por debajo o por encima de la superficie como en la clásica película Metrópolis. La superficie naturalmente disponible no es suficiente para albergar el crecimiento poblacional y la migración, urge construir múltiples pisos artificiales para que hombres/hormigas u hombres/pájaros se trasladen.

Pero no me voy sin ensayar otra respuesta más afinada a las preguntas del inicio: los seres humanos, como animales comunitarios, tendemos a establecer círculos de referencia o áreas de control territorial que nos permiten subsistir en escalas urbanas que van más allá de nuestra comprensión física y mental. Los urbanitas de las megalópolis de este siglo no tienen conciencia plena de la totalidad espacial y temporal, pero su capacidad resiliente genera reducidos espacios referenciales.

Nosotros no necesitamos sobrevivir con esas referencias. Vivimos en una ciudad tan pequeña que es una micrópolis cuya totalidad vemos y controlamos socialmente, aunque, de tanto en tanto, nos mortifiquen pinches bloqueos de “mil” esquinas.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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Un plátano y un locoto

/ 29 de noviembre de 2024 / 06:00

Hace poco un joven chino escribía en sus RRSS: “Soy Justin Sun, y me complace anunciar que he adquirido la icónica obra de Maurizio Cattelan ‘Comedian’. No se trata solo de una obra de arte; representa un fenómeno cultural que une los mundos del arte, los memes y la comunidad de criptomonedas”. El asiático, dueño de la empresa de criptomonedas TRON, pagó a Sotheby’s la suma de 6.200.000 dólares por un plátano, común y silvestre, putrescible e insignificante, pegado con cinta adhesiva plateada en el muro de esa empresa de subastas de arte en New York.

Maurizio Cattelan es un artista italiano que cultiva el arte conceptual (una rama ambigua de las prácticas estéticas contemporáneas), conocido por irreverente y provocador. Realizó esculturas controvertidas de Hitler y de Juan Pablo II que lo llevaron a la cúspide del estrellato. Para seguir fastidiando al mundo artístico, el año 2019 pegó un plátano en un muro de la feria Art Basel Miami Beach diciendo que era una obra de arte y que costaba 120.000 dólares. Se armó un quilombo monumental. La prensa, televisión, las RRSS y los críticos de arte comenzaron una interminable secuela de notas que lograron lo que buscaba Cattelan: subir la cotización hasta los millones que pagó el chinito.

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En Occidente, el arte conceptual transita por caminos absurdos e ilógicos, pero con millonarias cotizaciones en New York, Londres o París. Como escribí anteriormente acerca del triunfo de la extravagancia en el arte, ahora nos toca insinuar el éxito de lo absurdo. ¿Por qué en esos espacios del arte se llegan a esos extremos? ¿Por qué Duchamp, que comenzó todo exponiendo a principios del siglo XX un urinario, sigue estimulando esas exacerbaciones estéticas?  Parece que el absurdo en el arte se convierte en un espejo que refleja nuestras contradicciones existenciales; y que sólo, en ese espacio especular, aceptamos experimentar en libertad las ganas de no pertenecer a la especie humana; y, por lo tanto, necesitamos experimentar ese arte absurdo para reimaginar nuestras percepciones del mundo de eme que vivimos. En el zafarrancho actual, en medio de incendios forestales, de mazamorras letales, del abuso mediático de políticos y políticas de quinta, queremos encontrar algún sentido vital a lo absurdo de existir, y mirar como un pinche plátano vale millones, se torna en una cojudez imprescindible.

La empresa de condones Durex aprovechó la fama fálica del fruto para un aviso publicitario que decía: esa banana también necesita protección. En otro contexto, el artista y amigo Mauricio Bayro, nos incita pegando en el muro de nuestros lamentos un locoto boliviano, rojo furioso y más picoso, que el desabrido plátano del italiano.

Carlos Villagómez es arquitecto

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Aportes para la Plaza del Bicentenario

/ 14 de noviembre de 2024 / 23:14

El proyecto para la Plaza del Bicentenario (PdB) sigue a pesar del restringido tiempo que queda. Es una pena que semejante obra, de trascendencia histórica para cualquier gestión municipal, se lleve a trompicones. Sin embargo, van mis comentarios como un ciudadano proactivo. De inicio, sugiero que la construyan con calma, tomen el tiempo necesario, y construyan pensando en materiales nobles y procesos adecuados, porque no es una placita más con colores de heladería.

Una plaza en la ciudad de La Paz que rememore dos siglos de la historia boliviana, tanto de la República como del Estado Plurinacional, es un desafío enorme por muchas razones, la más importante de todas: la PdB debe ser el espacio público que congregue los imaginarios heterogéneos (históricos/políticos/sociales/culturales) que las paceñas y paceños tenemos de la historia boliviana. Según entendidos, esa simbólica debe conjugar un set de inclusiones: Uno. La inclusión simbólica del pasado, para ello, la comunidad debe guiar la expresión arquitectónica/urbanística. Dos. La inclusión activa, a través de su función central (conmemorativa) en un área espacialmente óptima para propiciar eventos. Tres. La inclusión emocional, con instalaciones especiales vinculadas al medio natural y a la historia.

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Por otro lado, para la toma decisiones se deben analizar ejemplos análogos. Revisar las grandes plazas conmemorativas del planeta: la Plaza de San Marcos, Venecia, Italia; la Plaza del Zócalo, Ciudad de México, México; la Plaza de Mayo, Buenos Aires, Argentina; la Plaza Tiananmen, Pekín, China; la Plaza del Palacio Gyeongbokgung, Seúl, Corea del Sur; etc. Una característica común de estos ejemplos son los grandes atrios para reuniones colectivas, y desfiles multitudinarios. Ese gran vacío urbano debe incorporar la naturaleza junto a otras funciones, como un museo conmemorativo de los momentos épicos que ha soportado esta ínclita ciudad. La ciudad de La Paz, por su rol histórico y su entrega a la nación, debe construir la PdB más representativa de todas.   

El ejemplo paceño para inspirarnos es la Plaza de los Héroes en Miraflores. Este complejo fue construido en los años 50 del siglo pasado y conjuga la simbólica política de un proceso revolucionario con las reminiscencias de nuestro pasado prehispánico. Correctamente alineada a un eje urbano fundamental, la gran explanada remata en el Monumento a la Revolución Nacional del arquitecto Hugo Almaraz, una edificación de potencia alegórica que contiene murales, didácticamente ideologizados, de grandes artistas. Una maravilla.

¿Cómo construimos la PdB de este tiempo que este a la altura de ese extraordinario ejemplo histórico?

Carlos Villagómez es arquitecto.

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Reducir el impacto del automóvil

/ 1 de noviembre de 2024 / 06:00

En la selva de cemento, también conocida como ciudad, el automóvil es el rey de la jungla. ¿Porqué? Pues, porque exige un cuantioso consumo de energía en la ciudad, requiere gasolina o diésel y genera, por la ineficacia de la combustión de los derivados del petróleo, buena parte de los gases de efecto invernadero. Y segundo, porque requiere mucho espacio en las ciudades, a tal extremo que se comienzan a diseñar las ciudades empezando por las vías. Más que rey es el tirano de la jungla.

En las emisiones de gases de efecto invernadero, el dióxido de carbono (CO2) es el principal gas responsable del calentamiento global, y el principal responsable del CO2 es la quema de combustibles fósiles; es decir, tu automóvil, tu moto o tu minibús ocasionan la emisión de gases de efecto invernadero que ocasionan una parte significativa de la crisis climática. Las emisiones de CO2 procedentes de la quema de combustibles fósiles alcanzaron aproximadamente 7.2 giga toneladas de carbono por año en el periodo comprendido entre 2000 y 2005. Y en ese marco exponencial, el automóvil es el que ha presentado un mayor crecimiento de esas emisiones. Por si esto fuera poco, para su construcción, el automóvil requiere de un elevado número de materiales en su fabricación generando mucha más contaminación; y en el tratamiento de sus desechos, la chatarra, el impacto es aún mayor.

¿Existen experiencias urbanas que reducen el impacto de los vehículos en las ciudades? Ciudades sin automóviles exitosas han existido siempre, tal es el caso de Lovaina en Bélgica, la cual dejó de ser transitada por automóviles hace más de dos décadas, el año 2001. El centro de la ciudad de Viena ha estado prohibido al tránsito vehicular desde 1967 con el fin de reducir la contaminación del aire y la crisis climática. Otras ciudades europeas aplican restricciones graduales, comenzando por el centro, con una combinación de limitaciones e impuestos si deseas ingresar al centro, y con estacionamientos a precio de oro. Por eso, en esas ciudades, las bicicletas y las caminatas están largamente promovidas.

Las acciones para reducir el impacto de los automóviles se implementan paulatinamente, y entrelazando programas urbanos a corto, mediano y largo plazo como, por ejemplo: la imperiosa educación ciudadana; la descentralización administrativa repartiendo las presiones en una ciudad policéntrica; la peatonalización del centro y los subcentros urbanos; y la modernización y evolución del transporte público. Todos programas de pensamiento contemporáneo, posibles de implementar sin necesidad de promocionarlos, demagógicamente, como mega/súper/faraónicas/despampanantes/descomunales obras municipales.

Carlos Villagómez es arquitecto.

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La ciclovía y la cultura ciudadana

/ 18 de octubre de 2024 / 06:10

La ciclovía ejecutada en la zona Sur ha desatado un mar de opiniones, la mayoría en contra y muy pocos a favor.  Los juicios en contra son por: agendas partidarias (la más conocida “hay que joder la gestión”); nuestro alcalde que no genera confianza y certidumbre; y otros que manifiestan su erudición en Diseño Urbano señalando que la obra no fue proyectada con rigor. Casi todos están exasperados por esa obra.

Voy a llevar ese debate a otro escenario, hacia un tema que es recurrente en esta columna: la cultura ciudadana. Y ello, porque justamente se dan esas expresiones de descontento en la zona donde uno se imaginaría viven los más “cultos” de esta ciudad, la llamada zona Sur. Son barrios de gente con recursos educativos suficientes, algunos colegios de convenio, y muchos vecinos y vecinas estudiaron en el extranjero. Todo como para creer que allí sí existe cultura ciudadana. Pero no. ¿Por qué se indignaron por una ciclovía? Por una razón prosaica: ahora no tienen estacionamiento para sus automóviles.

En las RRSS vi el video de una furibunda señora en su automóvil de lujo que no sabía dónde estacionar para bajarse cómodamente en la puerta de un comercio; también, en otro video que se viralizó, un peluquero/barbero menospreciaba la obra frente al alcalde diciendo que nunca vio pasar una bicicleta. Absolutamente nadie expresó algo sobre el concepto de una ciclovía urbana, que es un proyecto imprescindible en muchas ciudades.

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Estamos como sociedad urbana muy, pero muy lejos, de entender la magnitud de los grandes desafíos de este tiempo. El más importante de todos es la crisis climática y los efectos nocivos que las prácticas urbanas ejercen sobre la naturaleza. La más perversa de esas prácticas es justamente el abuso del automóvil privado. Somos una ciudad tan pequeñita que se puede caminar para llegar a cualquier comercio; pero no, en esta ciudad vamos en un 4×4 y nos vale si aumentamos la huella de carbono.

Somos urbanistas inconscientes y contradictorios. Por un lado, lloramos por los incendios en el oriente boliviano, pero por otro, nuestros automóviles siguen humeando, seguimos comiendo carne vacuna o porcina todos los días, generamos basura, no la reciclamos ni seleccionamos, y compramos con bolsas de plástico. En la zona sur se oponen a la ciclovía por conservar sus estacionamientos, ergo: por intereses de clase y baja cultura ciudadana.

En otras ciudades, con una masa crítica más desarrollada, la consigna es: expulsar el automóvil privado de los centros urbanos fomentando la caminata y la bicicleta para lograr un desarrollo urbano resiliente. Aquí no. Nuestra consigna es: a mi no me nadies.

Carlos Villagómez es arquitecto.

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Mano Propia

/ 4 de octubre de 2024 / 06:07

Si una película es capaz de despertar estremecimientos, conmociones y tristeza, es una gran obra. Y Mano Propia de Gory Patiño, lo consigue. En 80 minutos Gory te lleva por las marañas de la patria profunda y por el sinsentido de nuestra realidad sociocultural. Es la magia del buen cine.

Con un guion correctamente concebido, Mano Propia entrelaza acciones trepidantes, diálogos adecuados y categóricas personificaciones con la sensibilidad suficiente para llevar a la pantalla un relato tremebundo de Roberto Navia. La película despliega una trinidad de personajes en temporalidades superpuestas: el padre, el hijo, y casi un Espíritu Santo en la figura de un fiscal probo y apegado a las sagradas escrituras de la justicia boliviana. Los tres momentos representan uno de los dramas de este tiempo: los linchamientos o ajusticiamientos en comunidades alejadas en la inmensidad territorial boliviana. Este drama se sitúa en el trópico boliviano, en esa tierra de nadie donde se ejercen acciones motrices, irreflexivas, y criminales de grupos sociales perdidos en esos parajes paradisíacos. Por esos lares impera la ley del más fuerte y los códigos de los poderes fácticos de la droga y la delincuencia.  Por su guion y su correcta realización, Mano Propia es más que un relato de esos brutales actos colectivos, es la imagen descarnada de nuestra incapacidad colectiva de no lograr en doscientos años un estado pleno, poderosamente organizado. Y ese extremo, se representa cinematográficamente, en un vetusto puesto de policía con tres pobres diablos vestidos de verde olivo, un cuartucho destartalado como fiscalía de Villa Nogales, un oxidado 4×4 que apenas enciende, y unos personajes huérfanos de la mano de dios.

Las manos crispadas cubiertas de barro, de cenizas y sangre que se limpian y sanan con la lluvia, y que además ocupan toda la pantalla, son el punctum de la obra de Gory y su equipo; una simbología que tiene la potencia para que coliguemos el drama de esos personajes del trópico con la tragedia de toda la familia boliviana de este tiempo: incendios, bloqueos, y la violencia de las más bajas pasiones políticas. Estamos ante un ejemplo de buen cine que conmueve y perturba meciéndote en un vaivén entre la ficción y la realidad.

Al salir de la proyección, las interrogantes implantadas por Mano Propia continúan en tu mente, y esa persistencia de mensajes e imágenes dice mucho de esta película. Te cuestionas sobre la brutalidad humana, sobre la indefensión colectiva; y piensas también, que mucha dirigencia política de este tiempo ha emergido de esa tierra de nadie donde imperan los antivalores del desgobierno porque, como se reitera en algunos diálogos de la película: “aquí las cosas funcionan de otra manera”.

Carlos Villagómez es arquitecto

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