Durante los últimos meses, dondequiera que uno mire, pareciera que el mundo está en llamas. Nuevos focos problemáticos como Rusia-Ucrania compiten con los más antiguos, como el conflicto israelí-palestino. Los problemas permanentes en Siria, Irak y Turquía empeoran minuto a minuto. Incluso Afganistán, que supuestamente parecía estar en mejores condiciones que otros países, ha sufrido varios atentados en las últimas semanas. ¿Hay alguna buena noticia por allí?

En realidad, algunos de los países más importantes del mundo han logrado progresos considerables, beneficiando a al menos 1.500 millones de personas. Permítanme darles las buenas noticias. Indonesia es el país con la mayor cantidad de población musulmana en el mundo. Posee más musulmanes que Egipto, Irak, Siria, Libia, Jordania, el Líbano, Arabia Saudita y los países del Golfo unidos. También tiene una ubicación crucial en el este de Asia, en donde grandes potencias políticas y rivales se están caldeando. Hace tan solo diez años, se temía que los militantes islámicos se apropiaran del país y que consecuentemente hubiera un desajuste económico, y que la región se convirtiera en una zona inestable de crisis. El país ha desafiado a todos los escépticos y dio un gran paso adelante a finales de julio.

La elección de Joko Widodo marca la consolidación de la democracia en Indonesia. El presidente, apodado Jakowi entre sus conocidos, derrotó a un miembro icónico de la vieja guardia de Indonesia: Prabowo Subianto, exgeneral, exyerno y totalmente “enredado” en la ideología antigua. En su campaña electoral, Probowo utilizó llamados demagógicos al nacionalismo, populismo y al islam. Por el contrario, Jokowi es un empresario que incursionó en la política y posee una excelente reputación, ya que es conocido por ser un gobernador y alcalde competente y honesto. Dirigió un programa de desarrollo económico prácticamente sin referencia alguna a la religión. Sus primeros pasos han sido esperanzadores. Acabó con un tabú desde el principio: los enormes subsidios de combustible del país, que son ineficientes, distorsionan el mercado y son una agobiante carga en el presupuesto nacional.

Otra elección alentadora a tener en cuenta este año: se ha llevado a cabo en el segundo país más populoso del planeta, India. Primero, tenemos el desarrollo de las elecciones presidenciales en agosto, un hecho que generalmente se lo toma por sentado pero debería ser un asunto para maravillarse. En uno de los países más pobres del mundo, 384 votantes registrados tuvieron la posibilidad de ejercer sus derechos democráticos (y 66,4% de ellos lo hicieron). Las elecciones tuvieron lugar sin ninguna violencia o controversia; se utilizó la votación electrónica, mediante la cual se pudo obtener el resultado horas después. Comparemos esto con Estados Unidos. En este país, este año se llevarán a cabo las elecciones con decenas de diferentes tipos de votaciones, muchas a través del papel, con ineficiencias e inevitables controversias.

Las elecciones en India podrían marcar un punto decisivo. Debido a un gobierno de coalición débil, un liderazgo inútil y a una oposición obstruccionista, el país ha estado atascado en un punto muerto y en una parálisis durante años. Por ende, la población votó por un único poder para que tomara el mando (por primera vez en 30 años), y otorgó el mandato al primer ministro, Narendra Modi. Éste llevó a cabo una campaña espléndida y efectiva; su mensaje fue implacable: desarrollo, desarrollo, desarrollo. A pesar de las raíces de su partido en el fundamentalismo hindú, eligió centrarse en las ansias del país por el crecimiento económico. Si Modi es capaz de mantener este foco, renunciar a la agenda nacionalista hindú y tomar decisiones complejas concernientes a cortar las subvenciones y promover la competencia económica; probablemente encausará a India en un camino de gran crecimiento, y así sacará a cientos de millones de personas de la pobreza.

Al otro lado del mundo, México se atrevió a dar un paso grande y audaz. El Congreso Mexicano aprobó también en agosto las ambiciosas propuestas de reforma de la energía del presidente Enrique Peña Nieto, dando fin a lo que había sido el control del Estado del sector de la energía a lo largo de 75 años.

Estas reformas poseen el potencial para cambiar el juego, traer inversiones, nueva tecnología y cientos de miles de trabajos a México. Desde su posesión como jefe de Estado, en diciembre de 2012, Peña Nieto ha hecho incapié en la necesidad de aplicar reformas a los sectores estratégicos de educación, telecomunicaciones y energía, que en su mayoría han sido promulgadas. Estas reformas no han obtenido mucha popularidad y no han producido un crecimiento rápido. Esto es entendible, ya que la mayoría de las reformas estructurales poseen un efecto negativo en la economía a corto plazo. Estas finalizan subvenciones, reducen ineficiencias y permiten la competencia de las empresas protegidas. Sin embargo, a la larga, estimulan la productividad y el crecimiento.

Si Peña Nieto continúa teniendo el coraje para promulgar grandes reformas, México se transformará lentamente, pero con seguridad, en un país de clase media. Como resultado, habrá un cambio cultural en las relaciones con Estados Unidos, cuyos gobernantes finalmente dejarán de ver a México como un problema, sino como un socio. Esto ya está sucediendo. Entre 2005 y 2010 no hubo una migración neta de mexicanos a Estados Unidos. Es evidente que estos cambios no ocurren de un día para otro, especialmente en Washington. Pero, una vez que sucedan, Norte América (Estados Unidos, México y Canadá) se convertirán en la unidad vibrante y económicamente interdependiente más importante del mundo. Esto sucede en el mundo mientras las noticias acerca de cohetes, bombas, asesinatos y terrorismo ocupan las portadas.