La ciudad de los miedos
Cuanto más grandes son las urbes, aparecen situaciones extremas como la delincuencia
El hecho de que las ciudades crecen en población y se van embelleciendo y equipando con nuevas infraestructuras, edificaciones y urbanizaciones no significa su desarrollo lineal. Todo lo contrario, cuanto más grandes son las urbes, aparecen situaciones extremas como la delincuencia. La tensión es una de las características más notables de las metrópolis, donde los crímenes, robos y demás no dejan de acompañar su crecimiento. Allí, la población comienza a sentirse vulnerable y nace la ciudad de los miedos.
De esa manera, la confusión de la población se transforma —gracias a las abundantes huellas criminales— en una angustia cultural, la cual es capaz de convertir a la gente más pacífica en agresiva. La inseguridad ciudadana trae temores que aíslan al habitante y alientan la desconfianza hasta entre vecinos. Esto porque la calle se convierte en una especie de expulsor y pierde todo interés ciudadano con consecuencia del aislamiento, desarraigo y marginación de la gente. Este hecho no es reciente, todo lo contrario, sus raíces aparecen desde las narrativas judeo-cristinas con la historia de Caín.
Como consecuencia, el problema de la seguridad ciudadana es una temática que se está trabajando en la mayoría de las urbes. Unas con tareas preventivas de lucha contra la delincuencia que buscan cambios de actitud en los habitantes, y otras, implementando y reforzando la vigilancia, sin olvidar el incremento de cámaras y el número de policías.
Empero, no faltan las ciudades donde esas soluciones no son suficientes y se ha adoptado un trabajo estrecho entre la municipalidad y la sociedad, con proyectos —denominados luces nuevas— que se realizan en parques y espacios públicos en todos los sectores más vulnerables de la ciudad. La organización de distintas actividades deportivas y culturales y experimentales para jóvenes apunta a dotarles de una mayor ocupación desde las últimas horas de la tarde hasta la medianoche, para evitar que durante ese tiempo esas áreas urbanas sean apropiadas por pandillas. Esas prácticas lograron volver a los barrios más seguros.
La Paz, aparentemente es una ciudad bien monitoreada en el centro urbano, sin embargo, otros sectores no cuentan ni siquiera con un policía, como relatan los vecinos, y es por ello que la población se organiza para defender sus bienes y su seguridad. No obstante, en algunos casos esas organizaciones barriales están adoptando el derecho de hacer justicia por sus propias manos. Algo que debiera preocupar sobremanera.
Por todo ello, La Paz, al ser un epicentro creativo en el uso del espacio público, requiere de una propuesta seria de seguridad ciudadana no solo para el casco central, sino esencialmente para las laderas y extremos alejados que hoy son el caldo de cultivo de crímenes y robos.