Las guardianas de la bocamina
Si logramos un mínimo piso de derechos laborales, nuestra Bolivia será un país más equitativo.
En inmediaciones de lo que alguna vez fue el cerro más rico del mundo, algo más de 100 mujeres sobreviven en una situación de pobreza difícil de imaginar. Ellas cuidan las entradas a los parajes que han sido entregados a los cooperativistas mineros. Son las “guarda-bocaminas”.
Las guarda-bocaminas trabajan para las cooperativas mineras; pero no se engañe, estimado lector, estimada lectora: el 94% de ellas no son socias de ninguna cooperativa. En el mejor de los casos están contratadas por salarios que van desde los Bs 400 a los 800 al mes. No tienen horario de trabajo, pues deben quedarse el año redondo cuidando los parajes, no tienen seguridad social, ni vacaciones ni un aguinaldo (imposible soñar con un segundo aguinaldo, por supuesto). Viven y trabajan en instalaciones por demás precarias, que en muchos casos fungen como vivienda y a la vez como depósito de explosivos para el trabajo en interior mina. Las viviendas prácticamente no tienen acceso a servicios básicos: más de la mitad de las familias de las guarda-bocaminas consume agua de pozo.
Esta es la situación del eslabón más débil de la cadena de producción cooperativa minera; nos referimos a la capa humana menos favorecida del sector, que en los últimos años ha recibido apoyo estatal como nunca en la historia, pues las inversiones que el Estado destinó para maquinaria, ingenios y préstamos para el sector cooperativo, se valoran en varios millones de dólares.
Y aquí vemos nomás cómo las condiciones de discriminación y explotación van bajando como en una pirámide: los de arriba, con un poco más de recursos y un poco más de prosperidad, adoptan la lógica de comprimir los costos hasta el mínimo posible y de excluir de cualquier beneficio laboral a las de más abajo, bajo una racionalidad que, al menos en parte, se fundamenta en una idea de distinción social que justifica los beneficios para los de arriba y los sacrificios para las de abajo… casi como una estratificación natural de la vida.
Este lamentable ejemplo nos muestra cómo los humanos necesitamos tan poco para establecer jerarquías sociales, y de las jerarquías pasar rápidamente a la asignación de méritos para asignar beneficios o excluir del goce de beneficios, todo fundamentado en esa pirámide imaginaria que nos muestra capas de seres humanos esencialmente desiguales. Y como la imaginación es infinita, de la asignación de beneficios pasamos a la exclusión de derechos, en un rango que puede llegar con una facilidad sorprendente a la definición de quién tiene derecho a la vida y quién no
Afortunadamente el caso que hoy ocupa esta columna no llega a ser tan drástico. Estamos hablando del cumplimiento simple y llano de los derechos laborales de la gente trabajadora. Hace poco vimos a un dirigente de la poderosa Central Obrera Boliviana sugiriendo que el doble aguinaldo debería llegar a la clase trabajadora incluso si no se lograban las metas de crecimiento económico que hacen viable este beneficio. Me gustaría escucharlo defendiendo el derecho mínimo de las guarda-bocaminas a tener un aguinaldo y una vacación. No dos.
Si logramos un mínimo piso de derechos laborales, nuestra Bolivia será un país más equitativo. Necesitamos derribar las pirámides mentales que hacen valer distinto a los de piel más clara que a los de piel menos clara, que hacen que quienes tienen un poco más, puedan comprar los derechos a los que no acceden los que tienen un poco menos, y que hacen que quienes tienen un poquito de poder subordinen a los que no lo tienen. La mitad del problema está en nuestras mentes; allí es donde se construyen las pirámides imaginarias. La otra mitad, la mitad que se palpa y que se ve, la debe resolver el Estado.