Hoy en día el mundo está impresionado con Estados Unidos. En viajes recientes que realicé a Europa y Asia escuché constantemente elogios hacia el país por su innovación y su espíritu empresarial. Sin embargo, una serie de nuevos estudios sugiere que los ejemplos brillantes de Facebook, Snapchat y Uber son engañosos. La innovación estadounidense está en problemas.

“A lo largo de los últimos 30 años, el porcentaje de la formación de empresas incipientes se ha ralentizado considerablemente y la industria de la tecnología ha pasado a ser dominada por empresas más antiguas”, escribe Robert Litan en el reciente ejemplar de la revista Foreign Affairs. En 1978 las empresas conocidas como start-ups, compañías que tienen menos de un año de antigüedad, conformaban casi el 15% del total de las empresas de Estados Unidos. Sin embargo, en 2011 dicha cifra bajó abruptamente al 8% del total. “Por primera vez en tres décadas, el número total del cierre de empresas excedió al de la creación de las mismas”, comprueba Litan.

Las firmas estadounidenses están también envejeciendo. Litan observa que “la proporción de empresas estadounidenses consideradas maduras, entendiendo por ello a compañías con un mínimo de 16 años en el mercado, se incrementó del 23% del total de firmas en 1992 al 34% en 2011”. El problema con esta tendencia es que históricamente las firmas con mayor antigüedad son menos propensas a tomar riesgos, más rígidas y gradualmente innovadoras, en comparación con las empresas más jóvenes.

Las soluciones de Litan son razonables y bipartidistas: dejar entrar inmigrantes más talentosos que combinen destrezas tecnológicas con un gusto por el riesgo, y que sean desproporcionadamente propensos a iniciar nuevas empresas. Revisar con regularidad y disminuir regulaciones que hagan dificultoso para la persona común el comenzar una nueva empresa. Facilitar a las personas el recaudar dinero en internet para poner en marcha sus ideas. Y asegurar atención médica en casi todo el mundo a fin de que la gente pueda tomar el riesgo de dejar una compañía establecida sin preocupaciones sobre su propia salud y la de su familia.

La innovación deviene en parte por el espíritu empresarial, pero también gracias a la tecnología. Y hay algunos, como el emprendedor varias veces millonario Peter Thiel, que argumentan que, a pesar de la publicidad, en realidad no vivimos de hecho en tiempos innovadores. La empresa de capital de riesgo de Thiel, Founders Fund, lo dice de manera concisa: “Queríamos autos voladores y en cambio obtuvimos 140 caracteres”, haciendo referencia a la red social Twitter.

Creo que hay una fuerte evidencia de que la tecnología de la información ha sido enormemente transformadora y va a continuar transformando, ampliándose a industrias como el cuidado de la salud y la educación. No obstante mi preocupación es que el aumento de la tecnología de la información fue el fruto de muchos años de inversión. Estamos comiendo semillas de maíz, pero no estamos sentando las bases para las próximas grandes revoluciones tecnológicas.

Si uno pregunta a la gente de Silicon Valley qué es lo que hace que esto funcione, hablarán de muchas cosas: la capacidad para aceptar el fracaso, la falta de niveles jerárquicos, la cultura de la competencia. Sin embargo un tema que casi nadie menciona es el gobierno. No obstante, los orígenes de Silicon Valley están profundamente ligados al apoyo gubernamental. La razón por la cual había tantos ingenieros en California en los años 50 y 60 fueron las grandes compañías de defensa, que los atrajeron hasta allí. La mayoría de las legendarias start-ups (empresas emergentes) que alimentaron la revolución de las computadoras, como Fairchild Semiconductor e Intel, despegaron en gran parte debido a que las Fuerzas Armadas, primero, y luego la NASA estaban dispuestos a comprobar  sus productos hasta que éstos fueran lo suficientemente baratos y accesibles para el mercado comercial más amplio. Por ejemplo, el sistema de posicionamiento global (GPS), la tecnología que ahora posee el poder de la nueva etapa de la revolución de la información, se desarrolló para las Fuerzas Armadas.

Además también estaba la financiación por parte del Gobierno para la investigación, que a veces se considera simplemente como grandes subvenciones para las universidades para la ciencia básica, pero usualmente fue mucho más ingeniosa. Mi ejemplo preferido viene del nuevo libro fascinante de Walter Isaacson The Innovators (Los innovadores). En los años 50, el Gobierno estadounidense fundó un proyecto masivo en el Instituto de Tecnología de Massachussets (Mit’s Lincoln Laboratory), en el cual empleó igual número de psicólogos e ingenieros que trabajaron conjuntamente para encontrar maneras “en las que los seres humanos pudiesen interactuar de forma más intuitiva con las computadoras, y para que la información se presentase con una interface más amigable”. Isaacson encuentra claramente cómo este proyecto llevó directamente a las amigables pantallas de usuarios de hoy en día así como a ARPANET, el precursor de la internet.

La financiación federal para la investigación básica y tecnología debería ser totalmente controversial. Ha sido una de las inversiones más grandes en la historia de la humanidad. Y, sin embargo, ha decaído a su nivel más bajo como porcentaje del PBI en cuatro décadas. Mientras tanto, el resto del mundo está poniéndose al día, tanto con el espíritu empresarial como con la investigación. Una verdadera cultura de las empresas start-up está emergiendo en lugares como Suecia, Israel, Beijing y Bangalore. China está en camino de sobrepasar a Estados Unidos en gastos de investigación y desarrollo.

No obstante hay esperanzas. Un empresario indio proactivo llamado Ajay Piramal me dijo: “Pienso que una de las razones por las cuales Estados Unidos es tan exitoso radica en que constantemente realiza su propia autocrítica. Toda esa autocrítica lleva a que uno nunca quede conforme con sí mismo.” Así que mientras los extranjeros elogian la innovación actual de Estados Unidos, los norteamericanos deberían comenzar a asegurarse de que también haya innovación el día de mañana.