Los infortunios de la sodomía
Los episodios precedentes me recuerdan que Oscar Wilde ya en 1897 fue tildado de sodomita.
Érase una vez un sexagenario reputado de ser el economista más brillante de su generación, socialista por comodidad de consciencia, director del Fondo Monetario Internacional que ganaba 400.000 euros al año ($us 525.000) cuando los sondeos descontaban su victoria como el próximo presidente francés. Relativamente apuesto, con talento seductor, estaba casado con Anne Sinclair, periodista billonaria y atractiva. En suma, fue un triunfador hasta que en un solo día lo abrumó el fin del mundo, porque perdió su honor, su cargo y su mujer.
Ocurre que al salir de la ducha en su hotel neoyorkino, la mucama de servicio, fiera de cara pero dotada de una carrocería ostensible, despertó en el financista ese inusitado apetito matinal que lo impulsó a forzar a que la guineana lo gratificase con una felación involuntaria. Denunciado por el escándalo, Dominique Strauss Khan (DSK) fue capturado en el aeropuerto y encarcelado. Semanas después, cuando ya libre de haber vencido aquella difícil prueba judicial llegó a Francia, le aguardaba otro juicio aún más gordo: proxenetismo agravado en banda organizada. Esta vez lo demandaban varias prostitutas con las que acostumbraba amoblar su suite en el Hotel Carlton de Lille, para proceder a orgías en compañía de selectos adláteres.
Durante el proceso, los jueces, con agua en la boca, exigieron conocer del acusado y de las supuestas víctimas, en filigrana, todos los detalles de las bacanales. La estrategia de DSK radicó en aceptar sus debilidades libertinas, pero negar que pagara a las mujeres, porque decía ignorar que fuesen putas. En efecto, quienes cancelaban esos servicios eran sus cómplices. En 20 jornadas los alegatos tanto de la defensa como de la parte contraria resultaron divertidísimos, porque el famoso sátiro derrochó aplomo, fino cinismo y convincente elocuencia para mitigar sus pecados. Por ejemplo cuando una de las meretrices, bajo el seudónimo profesional de Jade, se quejó de que DSK le obligó a practicar el coito contra natura que la hacía sufrir y gemir, el acusado admitió al tribunal que sus hábitos sexuales, aunque normales, eran “un poco rudos” y creía que el aullido de su pareja obedecía al placer que le causaba el estropicio. Las jocosas escenas terminaron con el pedido del fiscal de archivar los obrados, argumentando que el incriminado debía ser juzgado con arreglo a las leyes y no a una normativa moral. En tres meses se dictará la sentencia.
Simultáneamente, en Malasia, el jefe de la oposición Anwar Ibrahim (68) acaba de ser, nuevamente, inculpado de sodomía, práctica calificada como grave delito en ese país, con base en la sección 377 del Código Penal de ese país que criminaliza “la relación carnal contranatura”. La primera vez quien lo acusó fue su chofer, y Anwar, sentenciado, tuvo que purgar cinco años de prisión hasta 2004. Ahora el turno para instrumentar la calumnia le correspondió a su secretario. El fondo es evidentemente político, con el propósito de invalidar la candidatura parlamentaria de Anwar, padre de seis hijos y devoto musulmán, a quien conozco personalmente desde que ambos fuimos dirigentes estudiantiles en los setenta. Años después, ese carismático malayo ocupó con brillo el Ministerio de Finanzas, y más tarde el puesto de Viceprimer Ministro, hasta que cayó en desgracia con su mentor Mahatir bin Mohamed, quien por celos de poder urdió el infundio de la supuesta sodomía.
Finalmente, los episodios precedentes me recuerdan que el ilustre escritor irlandés Oscar Wilde ya en 1897 fue tildado de sodomita, y su inofensiva homosexualidad expresada en el amor que sentía por el joven Lord Alfred Douglas lo confinó por dos años a las mazmorras inglesas, donde compuso su bellísimo poema La balada de la cárcel de Reading.