Sal y fuego en Uyuni
Los documentales del cineasta alemán Werner Herzog son tan originales como sus películas.
Dicen que cuando estaba filmando También los enanos comenzaron pequeños, el selecto —e insustituible— grupo de actores se negó a seguir sus instrucciones, debido a que en varias escenas los enanos habían sufrido accidentes, quemaduras y golpes de automóvil, debido a la audacia de las tomas cinematográficas. La culminación de la película estaba en riesgo. Los actores no podían ser sustituidos, era imposible encontrar símiles, y tampoco el director (famoso por su terquedad y originalidad) estaba dispuesto a cambiar su guion, menos a modificar su estilo. Entonces, el director —alemán, por cierto— propuso a los pequeños actores una solución mediante un trato: después del estreno de la película sería empujado desde un trampolín a una piscina llena de espinas como acto de desagravio y dulce venganza. Dicen que el osado director sigue sacándose las malditas espinas.
Tres décadas después, en 1999, el director en cuestión filmó un documental que narra sus duelos con Klaus Kinski, terrible actor alemán que no solo caracterizaba a personajes malvados, sino que era un malvado. Con él filmó cinco películas, entre ellas las memorables: Aguirre, la ira de Dios; Nosferatu, fantasma de la noche; y Fitzcarraldo. Se dice que algunas escenas de Aguirre fueron modificadas a pedido del actor… a punta de pistola. Eran demasiado arriesgadas y en medio de la Amazonía. No es casual que ese documental se titule Mi enemigo íntimo. Hace alusión al tipo de relaciones que subyugan a este director alemán, fanático de Gerard Muller, goleador letal, con cuya camiseta puesta hizo un peregrinaje en homenaje a un amigo enfermo.
Sus documentales son tan originales como sus películas. Se sitúan en esa tenue frontera que divide levedad y peligro, lo racional y lo imprevisible. Se enfocan en personajes que no son adversos al riesgo: un campeón de esquí, un constructor de dirigibles, un preso que desdeña un volcán en erupción, un enemigo íntimo. Su afición por lo intrépido y banal forma parte de un repertorio que incluye una inexpresiva habilidad para el diálogo irónico. Un libro que compila sus conversaciones sobre cine se titula: Una guía para la perplejidad. Incluye un par de docenas de consejos, la mayoría son inútiles para nosotros, mortales comunes, pero resultan ilustrativos de su ideología: echa a andar todos tus perros y alguno de ellos volverá con su presa. Nunca te revuelques en tus problemas, la desesperación debe ser privada y breve. Expande tu conocimiento y entendimiento de la música y literatura, vieja y moderna. Lleva cortacadenas contigo a todas partes. Desbarata la cobardía institucional. Pide perdón, no permiso. Aprende a leer la esencia interna de un paisaje. Enciende tu fuego interior y explora territorios desconocidos. Desarrolla tu propia voz. Véngate si necesitas hacerlo. Acostúmbrate al oso que está atrás tuyo.
Hace pocas semanas, este director estrenó La reina del desierto en un festival europeo. Todavía no se conoce nada acerca de los avatares que vivió su actriz estelar, Nicole Kidman, durante la filmación. Esa película ratifica su debilidad por los paisajes desolados y los personajes solitarios. Selvas, mares y desiertos. Este director alemán, iconoclasta, futbolero, irreverente, sádico e insoportablemente talentoso se llama Werner Herzog. En abril vendrá a Bolivia a filmar Salt and Fire, un thriller que tiene como telón de fondo un desastre ecológico, y su paisaje será nada más ni nada menos que el salar de Uyuni. Estoy seguro de que nos dará una de sal y otra de fuego para curar nuestras heridas en medio de la palidez del cielo invertido.
Los documentales del cineasta alemán Werner Herzog son tan originales como sus películas