Sembrando Bolivia
Los dos grandes ausentes en la Cumbre Agropecuaria fueron los indígenas y los consumidores.
La semana pasada todos estuvimos atentos al desarrollo de la Cumbre Agropecuaria Sembrando Bolivia, que se propuso “relanzar” al sector agropecuario del país. Por supuesto que esta cumbre nos concierne a todos, ya que en ella se discute el destino de tres recursos fundamentales: los bosques, el agua y la tierra. Evaluemos los resultados en función a las agendas de los sectores que participaron, y remarquemos las ausencias que imposibilitaron poner en mesa la complejidad del problema agrario y de soberanía alimentaria.
Vayamos primero por la agenda explícita del sector agroindustrial que logró una victoria de los tres desafíos que se plantearon. Su intención era avanzar en la seguridad jurídica sobre la tierra, relacionada con el riesgo de la reversión por parte del Estado por no cumplir la función económica y social (FES). Un segundo punto crítico para los empresarios es el uso de transgénicos y su propuesta es ampliarlo, además de la soya, a variedades del algodón, maíz y caña de azúcar. Un tercer punto de la agenda agroindustrial se refería a la solicitud de levantar las restricciones a las exportaciones y, con ello, incentivar las inversiones agrícolas.
De esta agenda tan solo lograron avances en la ampliación del tiempo de verificación de la función económica y social de dos a cinco años. Sin embargo, se espera que esto no promueva la tenencia especulativa de la tierra que posibilitaría a los propietarios de grandes fundos percibir la renta de la tierra sin trabajarla.
Por su parte, el Pacto de Unidad, sin una agenda muy clara, logra ampliar el desmonte de la superficie de la tierra para pequeños productores de cinco a 20 hectáreas. Puntualicemos que la agenda campesina de la última década gira en torno a, en primera instancia, promover la dotación de tierras y el saneamiento de lo existente. Un segundo punto tiene relación con la promoción de la agricultura familiar campesina. Reconocer su función social y económica requiere de políticas que balanceen mejor la enorme brecha de productividad y rentabilidad entre agronegocio y producción familiar. En esta cumbre los logros del Pacto de Unidad deben ser valorados no por su capacidad de proponer agenda, sino más bien por oponer resistencia eficaz a los avances de las propuestas agroexportadoras.
De los tres actores quien más ha logrado parece ser el Gobierno nacional. Su aspiración, expresada en la Agenda Patriótica, es la ampliación de la frontera agrícola para incorporar diez nuevos millones de hectáreas, que cuadruplicarían la actual producción agropecuaria nacional. En esta cumbre se logran compromisos de inversión de la agroindustria que apuntarían a ampliar la frontera y mejorar su rendimiento productivo. Tampoco es desdeñable la capacidad política demostrada al sentar en una mesa de pacto social a los agroindustriales cruceños, hasta hace poco principales opositores de su visión de país.
En este balance no podemos dejar de mencionar a dos grandes ausentes del debate. Por un lado, los indígenas, sobre todo los de las TCO, que políticamente debilitados no lograron constituirse en una voz clara en defensa de sus formas de producción y quienes pueden ser los principales perjudicados con el avance indiscriminado de la frontera agrícola y, por otra parte, los consumidores de alimentos, muy poco organizados y representados, quienes pueden ver perjudicada su salud con el uso de transgénicos y la pérdida de diversidad alimentaria.