Loable exposición por su sindéresis, consideraciones, dialéctica, señorío y coherencia de cuanto se dijo. Estas mis reflexiones: los compromisos tienen implicancias, resumen la intención de la palabra empeñada entre partes, sean litigantes o no, adversarios o amigos; sea por escrito o de manera oral, y refleja seriedad entre actuantes.

Se dice: empeñé mi palabra, di mi palabra de honor, cumpliré mi palabra, incluso una apreciación divina se refiere a la Palabra de Dios, léase honor. Inequívocamente es promesa formal, trasunta intención y obligación de cumplir. Es en extremo necesario que todos reivindiquemos el valor de la palabra (y de la memoria) cuando la empeñamos, siempre con la intención de cumplir.

Escuchamos frecuentemente que quienes nos precedieron hicieron todo mal, sin capacidad, patriotismo ni sensibilidad; y que lo hecho estuvo motivado por intereses oscuros, conveniencia personal y/o de grupo, con criterios de inmediatez, cuando no de prorrogación. Rescatemos la importancia de la historia, de la buena y de la mala, de aquella criticada, ensalzada o ignorada. Esa historia es precisamente la que sustenta nuestra posición merecedora de atención, aun cuando sea para reafirmar que quien ignora o menosprecia su historia, niega su propia existencia. Reafirmémosla constructivamente, en su verdadera magnitud, reconociéndola sin destacar solamente lo malo. Cada historia responde a un contexto, la historia no comienza con uno mismo, cuando menos no con uno siendo mortal.

Abundaron referencias al principio de buena fe, principio que debe ser observado. No actuemos fraudulentamente, puesto que omitir la buena fe de una parte, faculta a la otra como agraviada a repudiar lo aseverado o negado por el contrario y a demandar su cumplimiento. La buena fe es una obligación positiva, nunca negativa y no incluye opiniones, sino hechos concretos. Es igualmente vinculante para las partes y es obvia que la inexistencia de buena fe debe ser expuesta por el agraviado. No manifestar su inexistencia desvirtuaría cualquier observación o repudio a las consecuencias de lo actuado y, reitero, no considera opinión, sino hechos fácticos incluyendo comunicaciones a, o información recibida de. ¡Qué mundo maravilloso tendríamos si todos actuásemos con la mayor buena fe, confiando, bajo idéntico principio, que las diferencias se resuelvan por un tercero idóneo! Precisamente es lo que debemos rescatar, las actuaciones de buena fe y la confianza en quien(es) sea(n) llamado(s) a resolver las discrepancias en un marco y sistema éticos y transparentes.

Otros principios y valores de este ejemplar proceso. Objetividad: ¿privilegiamos de forma extraordinaria la imperiosa necesidad de mejorar la educación en todo el espectro de nuestro comportamiento?
Generosidad: parte de la sana intención, si existe, es cualidad, es virtud de los grandes. No solo es material, debe ser espiritual, espontánea, intrínseca a nuestra naturaleza. ¿Seguiremos mezquinando nuestra generosidad al no respetar el derecho de los demás?

Humildad: rescata consideraciones de humildad con firmeza, de humildad con convicción, de humildad con dignidad y de humildad con respeto. Esto a diferencia de frecuentes eventos donde apreciamos todo lo contrario. ¿Será que hemos iniciado con nuestro reclamo un camino de reflexión y cambio de actitud que generalizada, brindaría ambientes de mejor convivencia?

Respeto: mostró respeto, altura, madurez y responsabilidad, cualidades demandantes de emulación. Dícese que lo cortés no quita lo valiente, pero nuestro grado de respeto o cortesía es proporcional a la disciplina; por ejemplo, de nuestro tráfico vehicular en todo el país. No podemos decir te doy, pero a condición de… Y qué de la sana intención para creerte y que me creas, para respetarte y me respetes, para que quienes nos sucedan asimilen tales cualidades de honesto respeto, consideración y consecuencia. Lo contrario es mezquindad, sinónimo de pequeñez y atropello. ¿Habremos iniciado una verdadera revolución del comportamiento con el ejemplo de nuestra presentación en los Países Bajos?

Nuestra aspiración y alegato serán motivo de profunda y amplia reflexión aun más allá del ámbito continental. Internamente debiera también ser motivo de reflexión general en todo nuestro quehacer personal y colectivo. Por las formas de nuestro reclamo en La Haya, percibo que no somos un país tercermundista.