Cargos públicos y lengua indígena
Donde más se puede y conviene avanzar es en términos sociolingüísticos y culturales
Pasados varios años de tolerancia, el Gobierno ya ha realizado los primeros cursos de capacitación de funcionarios públicos en alguna lengua originaria. Es todavía insuficiente: 25 horas no bastan para aprender una lengua ni en un primer nivel de comunicación, pero es ya un paso positivo.
Un primer punto a resaltar es que aquellos funcionarios, viejos o nuevos, que ya conocen la lengua por sus orígenes pueden enorgullecerse de ello en vez de avergonzarse. Están en clara ventaja laboral, aun cuando no es todavía ni viable ni deseable que por ello se les saque de una pega adquirida desde antes. Se puede ser más riguroso con los nuevos, en igualdad de circunstancias. Donde más se puede y conviene avanzar es en términos sociolingüísticos y culturales; es decir, en las actitudes que los funcionarios vayan adoptando hacia las lenguas de su región, superando las resistencias psicológicas y culturales que tienen todavía para aprender una lengua oprimida y discriminada; resistencias que no hay por ejemplo para aprender inglés.
El punto central para superar tales barreras es adoptar un enfoque comunicativo, es decir, dar desde un principio gran prioridad a establecer diálogos en la lengua con temas y términos de la vida diaria, vinculados, en ese caso, con lo que deben hacer esos funcionarios en su práctica cotidiana: ¿Quién soy? ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? ¿Qué necesitas?… y un larguísimo etc., siempre con diálogos de ida y vuelta.
El típico aprendizaje comunicativo pasa entonces por ir cambiando diversas palabras de las mismas frases clave para que el aprendiz vaya captando las estructuras o moldes lingüísticos de la lengua en cuestión, tal como se habla en la calle, sin pretensiones de innovaciones puristas; en quechuañol, por ejemplo, en el caso de Cochabamba. Los refinamientos podrán llegar más adelante. Pero no son el punto de partida. Hace poco, en un programa lingüístico de Erbol para el aymara, toda la preocupación del docente era enseñar nombres aymaras para los días de la semana, cuando los términos castellanos ya son los únicos utilizados. Era un error didáctico.
Lo anterior vale también para la ortografía. Es bueno tener fijada la ortografía básica, pero sin ser esclavos de ella. Los actuales chateos en las redes sociales, en cualquier idioma, están creando también nuevos “para-lenguajes” en los que la ortografía ya no es lo más importante, como pasaba por ejemplo en las escuelas. Otros refinamientos, como si se usan tres o cinco vocales en quechua y aymara; o cómo se marcan las vocales largas vs. las cortas; o en guaraní, las nasales, son cosas que ya irán llegando con el tiempo. Comunicación eficaz en el lenguaje cotidiano real es lo inmediato.
Los diseñadores de esos diálogos y materiales, además de ser buenos hablantes de las dos lenguas y conocedores tanto del contexto cultural en que se mueven como de las necesidades de los funcionarios y de la gente que a ellos recurren, deben ser didácticos sin ser puritanos, poder conversar de todo ello ya en la lengua cotidiana; no (todavía) en una lengua mejorada, pero de poco uso común.
No he podido conocer todavía los materiales hasta ahora utilizados, pero sí he escuchado comentarios positivos por parte de algunos funcionarios que sienten que van avanzando en líneas como las aquí señaladas, y que quedan satisfechos y motivados para más.
Una yapa final: cantos, bailes, festivales, sociodramas, concursos y otros apoyos que provoquen alegría y creatividad.
Es antropólogo lingüista y jesuita.