Europa invadida
La admisión de esta invasión de refugiados ha dividido transversalmente a la ciudadanía europea
La reciente tragedia ocurrida en las afueras de Viena, donde se detectó un camión frigorífico con 71 cadáveres de inmigrantes clandestinos, y la mítica foto del niño kurdo Aylan Kurdi muerto en una playa turca han conmovido profundamente a la opinión pública europea, que está desbordada por la afluencia de sirios, afganos, eritreos y otros que huyen despavoridos de los horrores de las guerras en sus países.
Mientras las autoridades alemanas estiman evaluar cerca de 800.000 pedidos de asilo, otras naciones de la Unión Europea aceptan recibir en su seno cantidades menores proporcionales a sus respectivas masas demográficas. Pequeños países del sur como Grecia o Macedonia están literalmente invadidos por refugiados, a razón de 3.000 por día. En cadenas humanas incontenibles al control policial los migrantes atraviesan las fronteras cargados de sus pocas pertenencias, sus mujeres y sus niños, en tránsito a paraísos imaginarios que, como Alemania o Suecia, los podrían acoger brindándoles pan, techo y abrigo, además de 346 euros mensuales por persona o 718 euros por familia, incorporándolos a sus sistemas de asistencia social, vivienda, educación y acceso al mercado laboral. No todos los miembros de la Unión son tan generosos, y otros como Eslovaquia ofrecen albergar solamente a 200 refugiados, con la condición de que sean cristianos.
Ciertamente la irrupción de Daesh (acrónimo del Estado Islámico en árabe) ha causado mucha susceptibilidad acerca de estas corrientes migratorias que ingresan al espacio Schengen sin papeles, puesto que para evitar ser reenviados a sus lugares de origen, destruyen sus pasaportes o cualquier prueba de identidad. Ese detalle podría facilitar la infiltración de agentes del islamismo radical que podrían formar células dormidas para cometer atentados terroristas cuando la oportunidad se presente. La admisión de esta invasión de refugiados ha dividido transversalmente a la ciudadanía, temerosa de que los intrusos se nieguen a asimilar los valores culturales del Estado receptor, ocasionando además una carga para las finanzas públicas por su incidencia negativa en la prestación de servicios públicos.
Al costado positivo de ese fenómeno, empresarios alemanes creen que el flujo de mano de obra joven estimulará la economía de la República Federal, agobiada actualmente por el envejecimiento de su población y la escasez de mano de obra para las labores más duras. Otros países como el Reino Unido o los integrantes del grupo de Visegrado (Eslovaquia, República Checa, Polonia y Hungría) no aceptan ese pensamiento. Una fuerte corriente contraria a la inmigración desordenada ha estimulado el fortalecimiento de partidos francamente racistas y xenófobos, que promueven actos vandálicos en detrimento de las comunidades migrantes. Ese temperamento ha tomado forma de política de Estado, como es el caso de Hungría, cuyo primer ministro (Viktor Orban) ha ordenado la erección de una valla metálica de 175 kilómetros en su frontera con Serbia para evitar el paso de los “indeseables”.
Sin embargo, la Unión Europea, reconociendo que este singular éxodo se ha originado en las infortunadas intervenciones occidentales en Medio Oriente, particularmente en Siria y en Irak, abre sus puertas a los refugiados imponiendo cuotas a sus miembros, al mismo tiempo que Francia, por ejemplo, ha decidido bombardear las posiciones del Estado Islámico en Siria para mitigar su avance, empero, sin comprometer sus tropas sobre el terreno.
En resumen, esta compleja coyuntura ha dividido a Europa, cuyo espacio Schengen podría ser alterado, lo que significaría volver a sus antiguas fronteras nacionales.