Problema de cultura
Hay quienes creen que su derecho de vía es proporcional al precio y tamaño de su automóvil
Tal vez porque es fin de año, temporada en la que las tensiones son más y la paciencia menos, el habitualmente desordenado comportamiento de gran cantidad de personas en la calle, a pie y detrás del volante adquiere rasgos preocupantes. La mirada complaciente observará la falta de leyes que regulen mejor la vida en común, pero se trata de algo más profundo.
En efecto, no por falta de interés o esfuerzo del Gobierno Municipal, principal interesado en la construcción de una cultura cívica basada en el respeto mutuo y el cumplimiento de la norma, sino más bien al parecer por falta de compromiso de las propias personas que se rehúsan a entender que respetando a los demás ganan mayor respeto para sí, la vida en común en la ciudad es cada vez menos tolerable. Los ejemplos son innumerables: desde el conductor impaciente que toca la bocina sin importarle que el ruido que produce afecta menos al conductor del coche de adelante que a los peatones que caminan más cerca; hasta el peatón que sube o baja del vehículo de transporte de pasajeros allí donde solo a él le conviene, con diversos efectos en la circulación vehicular y el orden de las calles; pasando por quienes creen que su derecho de vía es directamente proporcional al precio y tamaño de su automóvil, y son capaces muy a menudo de poner en riesgo a otros conductores y a los peatones.
Hay una mezcla de normativa inexistente con otra que sí existe pero nadie se encarga de ejecutar, y la falta de interés público en conocer dichas normas y respetarlas, pensando menos en sus aspectos coercitivos (multas y sanciones) que en el bien de todos. El respetarlas depende en primer lugar de las autoridades, quienes deben velar por su cumplimiento; pero en segundo, por la población en general. Se trata de una cultura que es uno de los rasgos definitorios de la personalidad de una ciudad, y si bien a un visitante extranjero puede parecerle al principio “exótica” o “intensa”, en cuestión de pocos días se revela como poco viable, como ya se ha visto en otras metrópolis.
Algunas corrientes sociológicas asocian este estado de cosas con la “anomia”, explicando que se produce cuando hay un irrespeto generalizado por las normas que guían la vida en común. Naturalmente es a las autoridades locales a quienes más debe importarles esta situación, pues un pueblo que no respeta las normas tarde o temprano descubrirá que no tiene por qué respetar a las autoridades.
No es fácil ni es éste el espacio para expresar recetas, pero está claro que sin un trabajo aún más empeñoso (las cebras son un ejemplo en muchas otras urbes), poco cambiará de la cultura cívica paceña. Asimismo, la educación debe acompañarse de una celosa vigilancia del cumplimiento de la ley, pues de otro modo, la vida cotidiana seguirá demostrando a muchos que lo aprendido sobre la vida en común no se parece a la realidad.