Comerte el coco
Las redes deben servirnos para bloquear a quienes quieren comerse el coco de nuestros hermanos
El otro día vi escenas de una película de zombis ambientada en un pueblito, esos típicos de Hollywood. La historia contaba cómo en esa localidad de campesinos, donde había problemas que enfrentar, la vida transcurría en general bien “normal”. Pero, ta-ta-ta chin… de pronto la gente empieza a desaparecer y nadie se explica qué era lo que pasaba, hasta que de pronto los muertos vivientes empiezan a aparecer en pandillas, logias, grupos de empresarios —también podríamos decir— que persiguen a los y las que no son zombis, y los huayquean, acorralándolos; y empiezan a atacar primero a los cerebros y luego se comen algunas partes del cuerpo. Claro, la metáfora es bastante racionalista, como si el cerebro fuese con lo único que se piensa, pero bueno, así era la peli.
Agarro esta historia para graficar lo que pasa políticamente en nuestro país, como esa oposición a la vida, esa derecha muerta sin iniciativa ni creatividad, que hoy se levanta de sus tumbas, en las que siguieron aprovechando de sus privilegios y alimentándose de los errores de quienes, defendiendo la vida y luchando por ella, se confundieron o se corrompieron (estos últimos son los menos).
Los cadáveres contraatacan desde los medios de comunicación y las redes sociales. Bien sería que arrastren sus cuerpos por las calles para que se los ubique, pero no, se esconden en la oscuridad de la virtualidad. Los zombis que dan la cara maquillan finamente sus rostros y sus cuerpos, con productos comprados y producidos en lo peor de la Agencia de Inteligencia del Departamento de Estado de EEUU (CIA), de la Organización Mundial del Comercio (OMC), del Banco Mundial y de otras instituciones de las que todavía no sabemos los nombres.
Los y las zombis se comen los cocos especialmente de los changos y changas a quienes la educación y la Ley Avelino Siñani no les dijo nada; al contrario, los capacitaron en las redes sociales para que se pasen o posteen basura en cantidades jamás sospechadas, y como todo lo toman a joda, no se hacen responsables de nada.
Es necesario reaccionar, las redes deben servirnos para bloquear a quienes quieren comerse el coco de nuestras hermanas y hermanos. Apenas veas gente desconocida que quiere ser tu amiga o amigo, hay que preguntar, y si no estamos seguras, hay que rechazar y punto. Si ubicamos temas de crónica amarillista, hay que borrar y no compartir, aunque sea con carácter crítico; nada, no se pasa nada que no construya el proceso de cambio y el proceso revolucionario. Las denuncias y las críticas deben hacerse cara a cara y en los espacios que tenemos de ampliados, reuniones, en la escuela política de los miércoles y en los feministarios que las feministas comunitarias hacemos. Por supuesto también en la prensa, y ahí sí, dando la cara y con pruebas. Que los periodistas no sean, pues, tan mediocres. Se hacen a los giles y no piden sustento, pruebas a las denuncias. Como cualquiera de nosotras y nosotros abren la boca, se babean y dicen: ¿de verdad? ¿Así pasó? Qué grave, voy a publicarlo. Tontos útiles los periodistas o cínicos derechistas, diríamos.