El indianismo katarista
El actual proceso político ha ‘jibarizado’ el indianismo y lo ha confinado al espectáculo neofolklórico
Acabo de leer El Indianismo Katarista (FES, 2016), de Pedro Portugal y Carlos Macusaya, un libro que desmenuza hábilmente la trayectoria política del movimiento indianista en Bolivia desde la fundación del Partido Agrario Nacional, en 1960, hasta los gobiernos de Evo Morales. Lejos de los estereotipos actualmente dominantes, que amalgaman a los pueblos indígenas con la “reserva moral de la humanidad”, los autores muestran una historia altamente conflictiva, sinuosa, marcada por la feroz lucha de facciones y por la presencia de caudillos perentorios y enigmáticos.
Se trata en verdad de una historia poca conocida, semisumergida en el tiempo, pues si bien se ha escrito bastante sobre el movimiento katarista (los trabajos de Silvia Rivera, Javier Hurtado y Xavier Albó han hecho escuela), se ha estudiado poco al indianismo, en sentido estricto. En efecto, según los autores, indianismo y katarismo son corrientes diferentes, aunque ambas influyeron decisivamente para constituir a los indígenas como sujetos políticos.
El katarismo siguió una estrategia política basada en alianzas con sectores progresistas de la izquierda y de la iglesia; su discurso enfatizó las diferencias económicas y culturales entre los bolivianos. En cambio, el indianismo denunció radicalmente el racismo y los “privilegios de casta”, tanto de la derecha como de la izquierda. Los primeros apostaron a los “cambios graduales”, y los otros a los cambios radicales, a la revolución india.
El indianismo forjó nuevas categorías políticas —raza, indio, q’ara, indígena— que resquebrajaron las ideas que dominaron la segunda mitad del siglo XX: nación mestizaje, clase, revolución social, democracia. Esta innovación lingüística permitió pensar la política boliviana de una nueva manera. Por ejemplo, la idea de raza fue privilegiada por los intelectuales indianistas para mostrar la “racialización” de la estructura social boliviana. La categoría “raza” no está obviamente asociada con marcadores biológicos, ella es empleada como una (contra) noción política que alude a un sistema de dominación. Reconocerse como “indios” o como “raza india”, por tanto, implicaba no solo la inversión de un estigma, era una estrategia para posicionar el problema de la dominación racial.
Pero la historia siempre avanza por caminos oblicuos. La actual “moda pachamamista” ha encapsulado esas categorías subversivas; paradójicamente, el actual proceso político ha “jibarizado” el indianismo y lo ha confinado al espectáculo neofolklórico, a la búsqueda de “saberes ancestrales” y a la “contemplación de la naturaleza”. El indio “legítimo” no es nuestro contemporáneo, es un “ser ajeno a la modernidad” —dicen Portugal y Macusaya— que ha dejado de cuestionar las estructuras raciales del poder. Un libro polémico, un libro necesario.