A merced de Zapata
No es verdad, como dicen sus abogados, que haya sido impedida de hablar y decir su verdad.
Una actitud paradójica en la opinión pública causó Gabriela Zapata, la mujer que en más de dos meses ocupa muchas tapas de periódicos, minutos y minutos en la televisión y en la radio, y miles de miles de post en las redes sociales: de vilipendiada sin clemencia pasó a la conmiseración, y, llamativamente, de parte de quienes fueron sus detractores cuando se supo que fue novia de Evo Morales.
Quizás sin proponérselo, el suyo es el nombre que más se pronuncia en el país, en algunos casos por el interés informativo y político, y en más de otros, por el morbo criollo. Es la mujer del momento, que ha volteado las agendas periodísticas y es el chivo expiatorio de la oposición para apuntar de corrupción al Gobierno y del oficialismo, para intentar zafar con ella de su mal momento político.
Es decir, quien fuera la novia del Presidente (por eso su trascendencia pública ahora), la “encargada comercial” de la empresa estatal china CAMC (blanco, por su presunto vínculo con “tráfico de influencias” que investigan los fiscales y pretende probar la oposición) y la esposa del hijo de un viejo político (dato casi intrascendente) ha puesto en vilo a todo un país y en serios conflictos al poder político. Es como una villana/heroína de una novela que del clímax no termina de pasar aún al desenlace.
Desde que fue apuntada por Carlos Valverde como el factor clave de las implicaciones de Morales —por ser padre del hijo de ambos cuya existencia todavía está en duda— con un presunto tráfico de influencias o desde que mandó “a la mierda” a un periodista del portal Oxígeno, Zapata ha puesto en su ritmo a medios de información, periodistas, cuentas de Facebook y Twitter, autoridades del Gobierno y políticos.
Todo lo que fue ha sido explorado, casi: le pusieron un dron en su casa, la persiguieron con cámaras mientras estuvo libre (¿se acuerdan de su huida con Alejandro Delius?), le requisaron sus cuentas bancarias, le atribuyeron empresas y millones, le pusieron precio al alquiler de su vivienda, hallaron a su dueña de casa, revisaron sus notas del colegio, develaron su falso título de profesional, descubrieron sus cirugías, hablaron sobre ella con sus allegados, encontraron su certificado de ecografía, buscaron a su hijo en un colegio de La Paz… la pusieron entre rejas.
Desde esa entrevista pactada con la red Uno, por la que “lincharon” a su entrevistador, ella también puso a sus pies a los medios. No es verdad, como dicen sus abogados, que haya sido impedida de hablar y decir su verdad. Buena parte de los medios de información han logrado con ella entrevistas “exclusivas”, desde la misma cárcel o por teléfono, y las veces que pudo.
Así dijo muchas medias verdades. Que mostrará a su hijo, que no lo hará sino a través de una cadena internacional, hasta que no lo hizo…. Que su hijo no está en Bolivia, que está en el exterior y que lo traerá ante la jueza; mientras el Gobierno removió los papeles de Migración en su intento de demostrar que no hay registro alguno, ni de salida ni de entrada.
Y más. Ante un informe que señala que no hay datos de su hijo en las escuelas del país, dijo que el menor tiene profesor particular. Además, insinuó amoríos (vía WhatsApp) con el ministro Juan Ramón Quintana.
Hasta apareció su “tía espiritual” (llama la atención la abstracción de su familia en el caso). Mandó cartas a la ONU, al Defensor del Pueblo, al mismo Quintana y a Morales, que sirvieron para grandes titulares.
Y, por último: plantó al Presidente en la audiencia judicial de toma de pruebas de ADN con argumentos poco fiables. Zapata es el centro de la noticia, que, pese al hastío que causa su caso, genera opinión pública. El país está a su merced.