El periodismo investigativo
El periodismo de investigación es aquel que revela verdades ocultas sobre asuntos de interés público.
Tengo el orgullo de escribir en dos medios de comunicación con visiones diferentes sobre el acontecer nacional y económico, y a menudo consulto fuentes de información de medios internacionales como la BBC, La Tercera de Chile, The New York Times y otros, donde generalmente encuentro material de investigación bien elaborado. Entiendo la diferencia entre transmitir e investigar, entre la noticia que difunde un acontecimiento y la noticia que es resultado de una investigación. También comprendo cuando se difunde un informe especial, que es un compendio de varias noticias o si es resultado de un proceso arduo de análisis.
Tal vez mi formación como economista me sesga a la hora de realizar un comentario o formular una opinión, pues intento que siempre estén respaldados en datos y en hechos. Los economistas no podemos poner un cuadro o un gráfico sin citar la fuente como prerrequisito de veracidad. Tampoco acostumbramos decir “nos reservarnos el derecho de citar la fuente”, y menos basar nuestros comentarios a partir de fuentes “no confirmadas”. Utilizamos fuentes primarias o de primera mano y fuentes secundarias referenciales. No se suele señalar en la fuente: con base en “información seria”, ni menos citar nuestra propia palabra como fuente.
Ejemplos de una buena investigación periodística se pueden observar en las películas sobre el caso Watergate de Nixon elaboradas a partir de los artículos publicados por Woodward y Bernstein en el Washington Post en los 70. Y lo propio con la cinta En primera plana, elaborada a partir de un reportaje publicado en el Boston Globe sobre casos de pedofilia cometidos por sacerdotes católicos en Boston. Todas estas investigaciones fueron galardonadas con el premio Pulitzer en la categoría Public Service; los dos primeros en 1973, y el último, en 2013. Estas películas enseñan cómo se inicia una investigación, su consulta con los jefes de redacción, la verificación de las fuentes de información, las entrevistas directas, el uso de las fuentes anónimas (garganta profunda), las dudas, la verificación de la hipótesis formulada y al final la lucha contra el poder político o religioso con su final feliz, la renuncia de los denunciados.
Cebrian y Carretero (2014), en su Análisis de medio siglo de los premios Pulitzer de investigación (1964-2013), señalan que, según la Investigative Reporters and Editors (IRE), “el periodismo de investigación es aquel que revela verdades ocultas, por el empeño de terceros en esconder los hechos o por la creciente complejidad del mundo, sobre asuntos de interés público, y que es fruto de la iniciativa del periodista y de su esfuerzo por profundizar por debajo de la superficie de la actualidad”. Citan al periodista español Ricardo Arques, quien afirma: “Si bien el periodismo bien hecho muestra ‘una fotografía de la realidad’, el periodismo de investigación viene a ser ‘una radiografía de la misma’, en cuanto que alumbra eso que no emerge a primera vista, pero que está ahí; algo que permanece oculto y solo sale a la luz con una técnica y trabajo especiales”.
Para el presente texto me propuse no mencionar el caso que está de moda en el país y de cuyo “nombre no quiero acordarme” (Cervantes), pero si uno lo compara con las definiciones arriba señaladas, encontrará que no parece ser un periodismo bien hecho, porque ni siquiera hay “una fotografía de la realidad” (el supuesto hijo, que en ningún momento “emerge”); y si bien existió un niño, éste no tuvo nada que ver con la denuncia. Por último, no se observa una técnica ni trabajos especiales de investigación periodística, salvo la fotocopia de un documento que dio origen a toda una serie de noticias, por lo que no creo que dicha “investigación” sea candidata a recibir el premio Pulitzer.