Segundo tiempo
Tengo la certeza de que el evismo intentará repetir el referéndum, a pesar de ciertas tensiones internas.
El 21 de febrero (21F) nunca existió. Poco importan los resultados electorales oficiales y su efecto jurídico de cosa juzgada. Esos hechos no son ni vinculantes ni inobjetables, son simplemente materia de interpretación. Tal es la conclusión que extraigo después de escuchar las voces (cada vez más insistentes y agresivas) que demandan un nuevo referéndum, una segunda oportunidad, un nuevo soplo para habilitar la candidatura de Evo Morales en 2019. Nuevamente, la re-elección se instala en el centro del escenario político, lo determina, y trae consigo una atmósfera déjà-vu.
No estoy seguro que sea una negación ingenua de la realidad ese bloqueo de eventos externos a la conciencia que suele producirse frente a una situación insoportable; se trata más bien de un astuto, pero arriesgado, cálculo político. Detrás de la negación de esos hechos hay una visión política solipsista que oculta o minimiza las contradicciones y dificultades del “proceso de cambio”. Es la única manera de seguir en el poder. A veces funciona. De hecho, en 2007 Hugo Chávez perdió la reforma constitucional que habilitaba su reelección (entonces dijo que la oposición había obtenido una “victoria de mierda”), pero insistió, porfiado como era, y ganó el referéndum de 2009. La verdad en política puede ser efímera y casquivana.
Tengo la certeza de que el evismo intentará repetir el referéndum, a pesar de ciertas tensiones internas. Tengo para mí que es una decisión ya asumida. Cuando las organizaciones sociales se pronuncian, a favor o en contra, es porque la cumbre estratégica del Gobierno ya tomó una posición. Es un síntoma inequívoco. Pensándolo bien, no tienen otra alternativa. ¿Quién podría reemplazar a Evo? El liderazgo carismático del Presidente, a pesar de su usura, sigue siendo el principal capital político y simbólico del MAS. Desde 1997 esa figura permitió constituir un potente movimiento político basado en la articulación de demandas de un vasto conglomerado social, y que solo podían unificarse alrededor de un caudillo.
Sin embargo, esa fortaleza es paradójicamente su principal debilidad, pues el futuro del proceso depende de la re-elección infinita, completamente. Además, la omnipresencia del caudillo ha impedido la renovación de otros liderazgos al interior del MAS y ha convertido al “instrumento” en una pesada máquina política, un paquidermo, que carece de flexibilidad táctica. No hay plan B, en suma.
Para el Gobierno el tiempo político se ha detenido el 21F. Es un pasado cercano que no pasa. Y solo podrá salir de esa añagaza si logra revertir ese acontecimiento traumático, lo que equivale a suprimir los hechos conocidos por todos, y lo obliga a re-inventar la realidad contra toda evidencia, cada día; como la historia del niño. No importan los riesgos y las incertidumbres.