No son buenos días. Los bolivianos estamos más separados los unos de los otros, los ánimos están exaltados, no aguantamos una broma. La justicia es de juguete, se manipula a gusto. La situación económica es pura incertidumbre. Se incendian los bosques porque no llueve. No se pueden ni ver los titulares de periódicos y Tv: son avances de películas de horror, un horror que estamos habitando. La sangre continúa corriendo mientras seguimos buscando culpables, acusándonos los unos a los otros mirándonos a los ojos.

Con ese sabor amargo en la garganta fui la pasada semana al Cine Teatro 6 de Agosto, Luzmila Carpio ofrecía su concierto Celebración. Lo había visto a principio de año e incluso escribí alguna reseña sobre él, pero la vivencia, en una situación de tanto dolor, fue diferente.

La artista potosina, al empezar el concierto, dedicó su canto —un arrullo a la Pachamama— a quienes murieron en esos días en los conflictos entre el Gobierno y los cooperativistas. Luzmila le cantó a la tierra para calmar su hambre, para apaciguar los ánimos de quienes estaban —como yo— con la mirada confundida en el gris panorama del futuro.

Algo pasó esa noche en el teatro, algo más grande que el solo razonamiento, que la sensación de escapismo, eso que diferencia al entretenimiento del arte: la fuerza de su música llegó para curar nuestras almas. Tanto así, que terminó el espectáculo con muchos de los asistentes de pie y zapateando las tonadas. De la desazón pasamos a la felicidad.

Y es que metidos en las malas noticias de día a día, con la incertidumbre rondando nuestras existencias, el arte resulta realmente curativo, puede ayudarnos a mirar las cosas en perspectiva, a comprender al otro más allá de la confrontación, a calmar la tensión y el estrés que se acumula en nuestro organismo y que se hace patología.

Además, el arte nos permite otro tipo de acercamiento al conflicto, a nuestra problemática; ver el drama de Las Hermanas del Alba, en clave de teatro y danza, nos ayuda a entender nuestras propias cadenas y da luces sobre cómo sublimarlas; las obras de Percy Jiménez y Textos que Migran nos conectan con el pasado de una forma crítica, revelando que nuestras falencias como pueblo no son circunstanciales.

Personalmente, fue una semana muy dura, escribo esto de noche y me siento quebrado; pero la música de Carlos Fischer —el genio cruceño de la guitarra nominado a los Hollywood Music in Media Awards por Sin Juicios (Without Judgement)— me acompaña. La belleza y honestidad de su arte me conmueve. Y puedo sentir cómo sana mis heridas.