La villa 11114
Me gusta la corriente villera porque hace cosas, limpia letrinas, reparte garrafas y asiste a los enfermos.
Está en el Bajo Flores en Buenos Aires, Argentina, y su nombre se lo debe a la dictadura militar, que fue codificando el campo de sus enemigos: los barrios más pobres del cono urbano. Ahí el 70% de los habitantes son migrantes bolivianos y es un espacio donde la Policía solo entra bien pertrechada y de vez en cuando. Sin embargo, hay organización dentro de esta zona brava, considerada roja por las fuerzas del orden. Por ejemplo, tienen dos ambulancias, un camión de bomberos y un carro que vende garrafas de gas mucho más baratas que los otros camiones repartidores.
En todos los vehículos está el rostro de Ernesto Che Guevara y del padre Mújica. Ninguna otra ambulancia puede entrar a la villa Uno Once Catorce, pero éstas sí, porque la cooperativa que las maneja es parte de la Corriente Villera Independiente, una formación política donde no solo se habla, sino también se hace; y se da solución a los problemas más urgentes de la gente.
He conocido infinidad de grupos y grupúsculos que se dedican a discutir en interminables tertulias teóricas, y que consideran que hacer algo por los pobres es una especie de reformismo, puesto que se sustituye al Estado. Litros de café y cigarrillos, y al final todos a sus casitas, a sus libritos y a sus camitas. Laacción siempre puede esperar.
Muchas de esas personas, sobre todo las más radicales, con el tiempo se convirtieron al neoliberalismo y hoy son fanáticos antimasistas. Frente a su taza de café, o su vaso de cerveza, hasta hablan de que Evo y Álvaro no son de izquierda, luego a sus casitas, lejos de los pobres y sus problemas.
Por eso me gusta tanto la corriente villera, porque hace cosas, limpia letrinas, reparte garrafas y asiste a los enfermos, a los que les proporcionan primeros auxilios o los llevan hasta el hospital. ¿Sustituyen al Estado? Claro que sí, pero ese es un avance, porque es el germen de la construcción de otro Estado.
Armados de las enseñanzas de los indios zapatistas, los villeristas ahora realizan talleres para hacer comunicación popular; para aprender a contar sus historias de vida cotidiana, de lucha, de sueños.
Estuve con ellos. Hablé de la experiencia del uso de los medios de comunicación para el cambio. Respondí algunas de sus preguntas y ellos, las mías. Fui feliz, porque entre tantos compatriotas sentí un puente con los bolivianos de aquí. Fui feliz al ver una ambulancia con la figura del Che. A él le hubiera gustado.