Politiquería y fútbol
Los politiqueros hacen estragos en todas partes, claro ejemplo es lo que ocurre en el fútbol y en la UMSS.
El fútbol boliviano está en su peor hora. Esta frase parece repetida y aburrida; empero, hoy refleja la hecatombe de esta disciplina deportiva en el país. No es una metáfora, es una realidad calamitosa: Bolivia ocupa el último peldaño de la tabla de posiciones de las eliminatorias mundialistas. Esta crispación es una vieja historia que arranca cuando los “vivillos” —de ayer y hoy— se transformaron en dirigentes y el fútbol boliviano empezó a languidecer; dirigentes carentes de ideas para “reinventar” el fútbol boliviano tan necesarias para salir del pozo.
Los dirigentes quieren mantener el statu quo. Se sienten cómodos y felices con este deporte que, tal como está, les ofrece comodidad y grandes privilegios. Ni siquiera saben leer/comprender los reglamentos. Eso sí, se muestran diestros para un “quiebre de cintura” y esquivar la norma. Una muestra: el actual presidente de la Federación Boliviana de Fútbol y docente universitario, Rolando López, creó su propio clon. Mientras estaba alojado en hoteles lujosos con viáticos millonarios durante la Copa América, su clon firmaba, sin aspavientos, su hoja de asistencia como catedrático en la Universidad Mayor de San Simón (UMSS). Un escándalo adicional de una universidad que, al igual que el fútbol boliviano, está sumergida en un lodazal de la politiquería. Siete de cada 10 cochabambinos, por ejemplo, consideran a este mal como el peor de todos los que adolece la universidad pública local.
Los politiqueros están en todas partes y hacen estragos. Al igual que el sentido de la frase de Atila: “Donde pisa mi caballo, no vuelve a crecer la hierba”, estos “politiqueros” matan los sueños por el fútbol. Ellos piensan en atiborrar sus cuentas bancarias y gozar de los lujos del poder. Para ellos, los sueños de un nuevo fútbol o de una nueva universidad son caprichos de un Sísifo desubicado.
Quizás la reciente goleada que nos propinó Venezuela (5-0) es el reflejo descarnado de nuestra realidad futbolera; síntoma que la crisis tocó fondo. Y, aun peor, no solo perdemos en el césped, sino también los escasos puntos que logramos arrancar con sacrificio, por causa de la incapacidad dirigencial, quienes no pueden ni siquiera comprender (“analfabetismo”, dirían otros) los reglamentos.
Cuando pensamos que el encarcelamiento de la mafia del fútbol encabezada por Carlos Chávez iba a significar el resurgimiento de una nueva época del fútbol boliviano, nos topamos con una realidad dramática. Llegaron otros advenedizos “politiqueros”, pero sin experiencia, quienes andan felices por la misma senda de sus antecesores. Shakespeare dice: “¡La culpa, querido Brutus, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos que consentimos en ser inferiores!”.
Los nuevos politiqueros, al igual que sus predecesores, nos están robando el sueño por el fútbol, y aun peor, nos están sumergiendo en una pesadilla. Hoy somos el hazmerreír del mundo; como dice Ludwig Wittgenstein: “En el universo la ética y la estética son lo mismo”. La forma tan grosera de justificar lo injustificable que tiene la dirigencia del fútbol se parece a esa forma calamitosa de perder como hemos perdido en Venezuela. Se juega como se vive. La politiquería está incrustada en varias esferas del poder. El fútbol no es la excepción, pero sí su expresión más descarnada, porque nos despojan de las (pocas) alegrías para convertirnos en los eternos perdedores. A modo de homenaje póstumo, Leonard Cohen diría: “Si vamos a retratar la derrota y el fracaso, pues no otro es nuestro destino, debemos hacerlo con estricto apego a la dignidad y la belleza”.