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Sunday 19 May 2024 | Actualizado a 20:34 PM

Resiliencia de los sistemas de agua

La escasez de agua en La Paz ha sido un tema recurrente desde hace años en diferentes foros.

/ 17 de noviembre de 2016 / 05:26

La falta de agua que vive la ciudad de La Paz no debería sorprendernos, puesto que desde hace muchos años éste ha sido un tema recurrente de discusión en diferentes foros municipales, departamentales, nacionales e incluso internacionales. Los informes del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) mostraban ya la fuerte tendencia de la retracción glaciar en Bolivia. Estudios y publicaciones del extinto Programa Nacional de Cambios Climáticos, junto al Instituto de Hidráulica e Hidrología de la UMSA, alertaron sobre los efectos que el cambio climático podría provocar en las fuentes de agua de zonas cordilleranas. De la misma manera, estudios de varios organismos internacionales corroboraron estos escenarios.

Las fuentes de agua en la ciudad de La Paz dependen principalmente de la lluvia y del escurrimiento subsuperficial de los glaciares (al menos 35%); por lo que la oferta de agua iba a ingresar en estrés por eventos extremos de sequía, exacerbados por el cambio climático y la creciente demanda de usuarios. Por ello, el análisis del problema debe tomar en cuenta los factores climáticos determinantes de la oferta y los del desarrollo inscrito en la demanda de agua. En la demanda del agua hay que observar la multiplicación de edificaciones, el uso irracional y la existencia de sistemas obsoletos con niveles importantes de pérdidas. Cuando se genera un desbalance entre oferta y demanda, la situación se torna mucho más crítica al presentarse sequías como es el caso actual.

Ante ese estado de cosas surge la necesidad de reflexionar sobre cómo actuar en una situación que será repetitiva en el tiempo y con la que las urbes ubicadas en cabeceras de cuenca deben lidiar. Las opciones de resiliencia ante eventos extremos y ante el cambio climático parten de acciones combinadas, tanto estructurales como no estructurales. Las primeras se deben concentrar en ampliar, mejorar, proteger y diversificar las fuentes de agua y todas las partes del sistema, garantizando su operación y mantenimiento, de manera tal de fortalecer la capacidad de producción de la empresa de agua. En tanto, las segundas deben concentrarse en acciones que fortalezcan la capacidad institucional para llevar adelante procesos de planificación contemporáneos; vale decir, planificar el uso del recurso tomando en cuenta el cambio climático y desarrollando planes estratégicos de mediano y largo plazo.

No se debe descartar que estos tiempos exigen un uso racional del agua. Por lo tanto, desde la perspectiva de la demanda, se debería pensar en tarifas progresivas diferenciadas, es decir, adecuadas para la población en el marco de la equidad y del uso racional del líquido elemento, para crear una conciencia de uso eficiente. Asimismo, se deberían impulsar programas para introducir sistemas ahorradores de agua. Es urgente establecer sistemas de alerta temprana inteligente que identifiquen umbrales o tendencias en los niveles de agua en las represas; y contar con modelos predictivos que permitan establecer el comportamiento de los sistemas ante diferentes escenarios climáticos y de demanda. Se debe recordar que, entre otros, el proyecto GRANDE (Glacier Retreat impact Assessment and National Policy Development), apoyado por la Cooperación Japonesa y en el que participaron la UMSA, el MMAyA y la EPSAS, generó un modelo para la gestión de los recursos hídricos en la cuenca Tuni-Condoriri en el marco del calentamiento global. Esta experiencia debe y debió ser extrapolada a los otros sistemas por EPSAS. Los retos están planteados, el cambio climático es un factor a considerar en la planificación de las empresas de agua, así como el uso eficiente de los recursos, el desarrollo y el crecimiento equilibrado de las ciudades.

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El tiempo se acaba

/ 30 de septiembre de 2019 / 00:02

Los millones de niños, niñas y jóvenes que marcharon alrededor del mundo el viernes pasado durante la Huelga por el Clima constituyen el último alarido de la humanidad para adoptar medidas que frenen el cambio climático. Puesto que, de no hacerlo, el planeta ingresará en una era descontrolada, en la que la seguridad alimentaria se pondrá en alto riesgo, los recursos hídricos menguarán exponencialmente, las masivas migraciones se multiplicarán, los eventos extremos inundarán e incendiarán varias regiones y hasta se podrían desencadenar guerras impensadas por recursos y territorios.

Seguro alguien dirá que esto no es más que un augurio apocalíptico. Sin embargo, los hechos evidencian que el tiempo para poner un alto a la causa detrás del cambio climático, las grandes emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), se acaba. De hecho, según la ONU, el incremento de la temperatura promedio del planeta hoy se encuentra en torno a un grado centígrado, y se estima que llegará a superar los 2 °C en 2030.

Los principales tomadores de decisiones políticas se han aplazado desde 1996 (cuando comenzaron las negociaciones internacionales en la COP 1 de Berlín). El incumplido Protocolo de Kyoto fue torpedeado por Estados Unidos, el principal emisor de GEI del planeta en aquel entonces, seguido de Japón, Canadá y Australia. Y ahora ocurre lo mismo, pero con el Acuerdo de París, suscrito en 2015. Cuyos compromisos, dicho sea de paso, resultan insuficientes para evitar que la temperatura se eleve por encima de los 3 °C en las próximas décadas. Un incremento que sería catastrófico para el medio ambiente.

El centro de las discusiones internacionales con el que se “marea la perdiz” ha sido siempre el monto de dinero que deberían pagar los países históricamente responsables del cambio climático a las naciones en desarrollo (que sufren con mayor fuerza los embates del cambio climático); y la última cumbre, del 23 de septiembre, no fue la excepción.

Los diferentes fondos creados en el marco de la Convención Marco del Cambio Climático han servido solamente para impulsar pequeños proyectos piloto, que no generan cambios sustanciales en las emisiones de GEI, y tampoco permiten desarrollar un proceso de adaptación al cambio climático consolidado y sostenible. En los últimos años, el Fondo Verde del Clima (FVC), que ya debería estar funcionando con al menos $us 20.000 millones anuales disponibles para los países más vulnerables del planeta, solo ha servido para forzar a que las naciones en desarrollo utilicen su dinero como apalancamiento para recibir el resto de los recursos (otorgados únicamente por algunos países europeos), e imponer largos procesos de burocratización, a los cuales se han sumado los bancos de desarrollo como el BID, la CAF, el Banco Mundial y otros.

Urge que los países emergentes (China, India, Corea del Sur, Brasil, entre otros) no cierren los ojos ante la realidad, impulsando cambios en sus matrices de desarrollo que limiten la emisión de gases de efecto invernadero y, a la vez, garanticen la protección de los bosques y los recursos hídricos.

En este contexto, el clamor de las nuevas generaciones, reproducido en la última cumbre por la joven Greta Thunberg, demanda un giro radical en las negociaciones, para que en la práctica se asuman compromisos vinculantes reales y no solo discursivos. Para ello urge que las autoridades, de todos los niveles, impulsen acciones no solo domésticas, sino de carácter estructural, que limiten efectivamente las emisiones de GEI y frenen el calentamiento global, porque sencillamente el tiempo se nos acaba.

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Apocalipsis 1,5

/ 9 de noviembre de 2018 / 03:48

Luego de consultar cerca de 6.000 estudios de investigación, el Panel Intergubernamental de Expertos del Cambio Climático (IPCC) presentó recientemente el Reporte especial sobre las implicaciones del calentamiento global de 1,5 grados Celsius con relación a la era preindustrial, siendo que en la actualidad el aumento de la temperatura, según este estudio, estaría en el orden de los 1,2 C˚, y que al paso que vamos el fatídico 1,5 C˚ de incremento llegaría en 2030.

Según alerta este informe, el aumento de la temperatura promedio del planeta por encima de los 1,5 C˚ implicaría el inicio de una severa crisis climática con efectos fatales. Si no se sobrepasa este umbral, los riesgos relacionados con el aumento de enfermedades transmitidas por vectores y una menor producción de alimentos se reducirían. Asimismo, se estima que los impactos en la biodiversidad serían menores. Sin embargo, con el calentamiento global que ya se registra de todas maneras se proyectan impactos climáticos de un nivel medio a alto, que podrían afectar a millones de personas. De allí la necesidad de trabajar en estabilizar cuanto antes los niveles de emisión de gases de efecto invernadero (GEI), de tal manera que la temperatura no sobrepase el umbral señalado.

Lamentablemente las noticias en esta materia no son alentadoras, pues, según el IPCC, los compromisos asumidos por los países en el Acuerdo de París resultan insuficientes para estabilizar el incremento de la temperatura, de allí que hagan falta compromisos adicionales. Además, luego de que Trump decidiera retirar a su país (el segundo mayor contaminante del planeta, solo por detrás de China) del Acuerdo de París; y la futura administración Bolsonaro en Brasil (el quinto país más emisor) adelantase que va a seguir la misma ruta, el escenario se perfila apocalíptico.

Por estos lados, el Gobierno Nacional y algunas municipalidades están trabajando positivamente en esta materia, al generar proyectos que podrían reducir la emisión de GEI como centrales fotovoltaicas y eólicas, el transporte por cable, buses de alta capacidad (PumaKataris y HuaynaBuses), y trenes eléctricos en Cochabamba y Santa Cruz. No obstante, hacen falta mayores esfuerzos, impulsando por ejemplo el uso de focos ahorradores, invirtiendo en la descontaminación de los ríos, combatiendo la forestación e impulsando la reforestación. Lo contrario (seguir ampliando la frontera agrícola, permitir el uso y la contaminación de recursos naturales sin control, aceptar el uso de agroquímicos en la agricultura a gran escala, incentivar la deforestación, etc.) nos conducirá a ser mucho más vulnerables ante los impactos del apocalipsis 1,5.

* Docente investigador de la UMSA, director del Proyecto reducción de riesgos de desastres – HELVETAS Swiss Intercooperation.

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Apocalipsis 1,5

/ 9 de noviembre de 2018 / 03:48

Luego de consultar cerca de 6.000 estudios de investigación, el Panel Intergubernamental de Expertos del Cambio Climático (IPCC) presentó recientemente el Reporte especial sobre las implicaciones del calentamiento global de 1,5 grados Celsius con relación a la era preindustrial, siendo que en la actualidad el aumento de la temperatura, según este estudio, estaría en el orden de los 1,2 C˚, y que al paso que vamos el fatídico 1,5 C˚ de incremento llegaría en 2030.

Según alerta este informe, el aumento de la temperatura promedio del planeta por encima de los 1,5 C˚ implicaría el inicio de una severa crisis climática con efectos fatales. Si no se sobrepasa este umbral, los riesgos relacionados con el aumento de enfermedades transmitidas por vectores y una menor producción de alimentos se reducirían. Asimismo, se estima que los impactos en la biodiversidad serían menores. Sin embargo, con el calentamiento global que ya se registra de todas maneras se proyectan impactos climáticos de un nivel medio a alto, que podrían afectar a millones de personas. De allí la necesidad de trabajar en estabilizar cuanto antes los niveles de emisión de gases de efecto invernadero (GEI), de tal manera que la temperatura no sobrepase el umbral señalado.

Lamentablemente las noticias en esta materia no son alentadoras, pues, según el IPCC, los compromisos asumidos por los países en el Acuerdo de París resultan insuficientes para estabilizar el incremento de la temperatura, de allí que hagan falta compromisos adicionales. Además, luego de que Trump decidiera retirar a su país (el segundo mayor contaminante del planeta, solo por detrás de China) del Acuerdo de París; y la futura administración Bolsonaro en Brasil (el quinto país más emisor) adelantase que va a seguir la misma ruta, el escenario se perfila apocalíptico.

Por estos lados, el Gobierno Nacional y algunas municipalidades están trabajando positivamente en esta materia, al generar proyectos que podrían reducir la emisión de GEI como centrales fotovoltaicas y eólicas, el transporte por cable, buses de alta capacidad (PumaKataris y HuaynaBuses), y trenes eléctricos en Cochabamba y Santa Cruz. No obstante, hacen falta mayores esfuerzos, impulsando por ejemplo el uso de focos ahorradores, invirtiendo en la descontaminación de los ríos, combatiendo la forestación e impulsando la reforestación. Lo contrario (seguir ampliando la frontera agrícola, permitir el uso y la contaminación de recursos naturales sin control, aceptar el uso de agroquímicos en la agricultura a gran escala, incentivar la deforestación, etc.) nos conducirá a ser mucho más vulnerables ante los impactos del apocalipsis 1,5.

* Docente investigador de la UMSA, director del Proyecto reducción de riesgos de desastres – HELVETAS Swiss Intercooperation.

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¿Resilientes ante La Niña?

/ 8 de febrero de 2018 / 04:26

Reportes difundidos hasta la primera semana de febrero alertan que al menos 113 municipios de siete departamentos del país están en máxima alerta por las inundaciones. Hasta el 4 de febrero, el Viceministerio de Defensa Civil reportó más de 6.320 familias damnificadas por las inundaciones y el desborde de ríos, y se esperan mayores inundaciones en las zonas bajas. Los municipios más afectados hasta ahora son Tupiza (Potosí), Yacuiba (Tarija), Tiquipaya y Vinto (Cochabamba); y varias localidades de Beni y el norte de La Paz. Este escenario climático deviene por el fenómeno de La Niña, cuya intensidad este año, según los expertos, es más bien moderada y con tendencia a disminuir.

El fenómeno ENSO (fenómeno de La Niña con oscilación sur) consiste en la disminución de la temperatura en el océano Pacífico por debajo de los 0,5°C, lo que genera una serie de anomalías climáticas en los países de Sudamérica, y que en Bolivia se caracteriza por intensas precipitaciones. Debido al cambio climático, se sabe que estos fenómenos serán cada vez más recurrentes y de mayor intensidad. Por tanto, la pregunta de rigor es ¿cuán resilientes somos ante estos eventos climáticos extremos?, ¿estamos preparados para enfrentarlos?, ¿estamos impulsando políticas que reduzcan la pobreza y a la vez fortalezcan la gestión de riesgos en las poblaciones más desfavorecidas?

Si bajo un escenario de calentamiento global de un 1°C y un fenómeno de La Niña moderado tenemos semejantes impactos, también cabe preguntarse qué pasará cuando el calentamiento supere los 1,5°C y La Niña sea fuerte.

Por lo visto hasta el momento, urge un mayor esfuerzo orientado a reforzar la infraestructura local y la institucionalidad de los gobiernos subnacionales para alcanzar el sello de resiliente. Una iniciativa altamente rescatable en este sentido es la resolución 115/2015 del Ministerio de Planificación y Desarrollo, la cual establece que los proyectos y las preinversiones en Bolivia deben contemplar un análisis de reducción de riesgos de desastres y la adaptación al cambio climático. Sin embargo, resta mucho por hacer para que esta norma sea entendida, interpretada y aplicada en su justa dimensión.

Hoy en día la presencia de eventos climáticos extremos, capaces de poner en riesgo la vida y el bienestar de miles de personas en el país, no debiera ser una sorpresa. Ante esta situación, que según los científicos es sin retorno, urge que los países industrializados cumplan y profundicen los compromisos que han asumido para reducir la emisión de gases de efecto invernadero; así como también el apoyo tecnológico y económico comprometido en favor de las naciones en vías de desarrollo para que puedan implementar acciones, hoy más necesarias que nunca, de adaptación al cambio climático.

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Punto de inflexión climático

Se necesitan compromisos más altos para evitar cruzar un punto de inflexión con consecuencias funestas.

/ 19 de diciembre de 2017 / 04:17

Sería deseable que el título de esta nota infiriese que las tendencias del calentamiento global están cediendo. Sin embargo, ocurre todo lo contrario, ya que recientes informes muestran que las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando, y por ende, también las temperaturas en el planeta; tendencia que podría conducirnos más temprano que tarde a un “punto de inflexión climático” con consecuencias ambientales, económicas y sociales desastrosas, como bien advierte un estudio del Centro para la Resiliencia de Estocolmo (Stockholm Resilience Center).

Este informe alerta sobre un nuevo estado que podría derivar en un punto sin retorno, a partir del cual las perturbaciones climáticas serían incontrolables y nuestro planeta se encaminaría hacia una situación impredecible. “En los dos últimos años se ha acumulado evidencia de que estamos en una línea de colisión hacia los puntos de inflexión en el sistema de la Tierra”, advirtió el Director de ese centro. Este estudio planea 10 alertas que ameritan ser compartidas y difundidas, para que así puedan ser consideradas entre los tomadores de decisión a la hora de implementar políticas que podrían agravar o atenuar esta situación.

1) El clima de la Tierra ha sido notablemente estable desde antes del comienzo de la civilización. Esta estabilidad está en riesgo. 2) La Tierra se acerca a “puntos de inflexión” críticos. Al cruzar estos umbrales, el planeta puede ver cambios abruptos y posiblemente irreversibles en el funcionamiento del Ártico, el Amazonas y otras partes del globo. 3) La temporada récord de huracanes en el Atlántico 2017 proporciona una idea del aumento de los riesgos de eventos climáticos extremos que el planeta puede experimentar en el futuro, los cuales incluyen inundaciones severas, olas de calor y sequías. 4) Los cambios se producen rápidamente en los océanos, con la aceleración del aumento del nivel del mar y la acidificación del agua. 5) Los costos económicos del cambio climático ya se sienten y algunas de las naciones más pobres del mundo soportan la carga más pesada. 6) El cambio climático tendrá un profundo impacto en la salud humana al imponer nuevas presiones sobre la seguridad alimentaria y la escasez del agua en las naciones de todo el mundo. 7) El cambio climático podría exacerbar la migración, el descontento civil e incluso los conflictos armados. En 2015, más de 19 millones de personas fueron desplazadas por desastres naturales y eventos climáticos extremos, y es muy probable que ese número tienda a aumentar cada año por causa del cambio climático. 8) El mundo necesita actuar rápidamente: si los humanos continúan emitiendo gases de efecto invernadero a las tasas actuales, el aumento de la temperatura promedio superará el límite de los 2 °C establecido en el Acuerdo de París. 9) Una sociedad libre de combustibles fósiles es económicamente atractiva: las fuentes de energía renovables compiten cada vez más con los carburantes, incluso cuando tienen un precio en mínimos históricos. 10) Incluso si el mundo cumple con los objetivos del Acuerdo de París, las comunidades de todo el mundo necesitarán construir resiliencia y adaptarse a los cambios que ya están en marcha.

En este contexto, resulta evidente que los compromisos suscritos en el Acuerdo de París son insuficientes. Por tanto, constituye una necesidad de primer orden la materialización de ambiciones y compromisos más altos de parte de los países que deberían ser alcanzados en el “Diálogo de Talanoa”, previsto para 2018, tal como se propuso en la última Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático (COP 23). Resta saber si los grandes emisores históricos aceptarán este reto para salvar el planeta. Asimismo, resulta imperativo que el Fondo Verde para el Clima agilice el acceso de recursos para que los países en desarrollo puedan generar e implementar medidas de adaptación al cambio climático ante este cada vez más cercano punto de inflexión climático.

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