¿Castigar o prevenir?
El abuso sexual a niños y el infanticidio deben ser combatidos como se combaten las epidemias.
¿Pena de muerte? ¿Cadena perpetua? Creo que dedicamos demasiado tiempo y esfuerzo a debatir sobre cuál es el mejor castigo para los violadores y asesinos de niños y nos empeñamos muy poco en encontrar las formas de evitar estos delitos.
Los castigos vienen detrás de niñas que mueren después de ser ultrajadas por personas muy cercanas, con quienes ellas convivían a diario. Los niños asesinados el año pasado murieron por los golpes que les dieron sus padres, cerraron sus ojos cansados de llorar por las torturas que les infligieron quienes debieron cuidarlos y amarlos.
Es propio de los adultos pensar en castigar y no en cómo solucionar el problema antes que suceda. Con esa mentalidad inventamos que “la letra entra con sangre”, frase que solo consigue hacer odiar el aprender; es la consigna perfecta para dejar de ser creativos y convertirnos en buscadores de buenas notas sin la ambición del disfrute de conocer.
No necesitamos llenar las cárceles de más violentos o asesinos. No necesitamos más niñas como Abigaíl que les rompan el cráneo con un palo y en la autopsia descubran viejas fracturas que se curaron solas, causando estremecimiento cuando uno imagina el dolor que ha sufrido esa niña.
Las instituciones que estudian y trabajan por los derechos de los niños han elaborado recomendaciones para evitar que los padres y sus cuidadores ejerzan violencia hasta matarlos.
Entre ellas está la reducción de embarazos no deseados, lo que tiene que ver directamente con educación sexual; reducción del consumo de alcohol; aumentar y mejorar el servicio de atención pre y posnatal, donde asistan ambos progenitores; proporcionar a los padres formación en materia de desarrollo infantil y métodos disciplinarios no violentos para la educación de sus hijos, para que no se confunda castigar con educar.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha realizado un estudio donde explica que los abusos sexuales contra la infancia derivan en un 6% de los casos de depresión de las víctimas cuando son adultas; en un 6% de los casos de dependencia del alcohol y las drogas; 8% de los intentos de suicidio por parte de quienes fueron abusados; 10% de los casos de trastorno de pánico y un 27% de los casos de trastorno de estrés postraumático.
Por otro lado, las personas que han sufrido violencia física o abuso sexual durante su infancia pueden desarrollar consumo excesivo de tabaco y alcohol y problemas de alimentación como la anorexia, bulimia o la obesidad, que se convierten en enfermedades mortales como el cáncer y las enfermedades cardiovasculares.
El abuso sexual a niños y el infanticidio deben ser combatidos como se combaten las epidemias, casa por casa, persona a persona, hasta erradicarlos por imposible que parezca.
* es periodista.