El bar está muy concurrido. Pido un café cortado. La televisión emite noticias a buen volumen: “…En el mar aumentan las pateras llenas de  hombres, mujeres y niños que huyen de la guerra”. “Por causa de la contaminación escasea el agua potable en todo el planeta”. “En nuestro país se repiten elecciones, repiten candidatos, repiten discursos con las mismas fobias, etc…”. La gente, entre cháchara y risas, sigue estas noticias con el mismo interés que oye llover. De pronto se hace un silencio sepulcral. (Comienza un partido importante). En seguida, vuelve el bullicio, esta vez unánime en torno al evento deportivo. Todos opinan qué equipo tiene que ganar o, al menos empatar para evitar una catástrofe. Siguen con atención cada jugada, la critican y la relacionan con el currículum vitae de cada jugador. Todos enmiendan la plana al entrenador y dicen que sería mejor otra alineación. Discuten un penalti, insinúan que el árbitro está comprado, le insultan. En los últimos instantes del segundo tiempo continúa el empate a cero. Los ánimos están excitados. Un texto aparece en la parte baja de la pantalla: “Una explosión nuclear mata a un millón de hombres…”. Nadie se percata de la noticia, porque todos están atentos a un delantero que corre por la banda izquierda, consigue esquivar a tres rivales y logra centrar el esférico, un defensa, de cabeza, remata y… miles de gargantas gritan alegremente: “¡Gol, Goool, GOOOOOOL…!”.

Frío se ha quedado el café.