¿Qué polarización?
Lo irónico: el oficialismo no se pudo resistir a esta carnada de la polarización.
La palabrita “polarización” nuevamente se puso de moda. Esta vez de manera artificiosa y antojadiza. La historia nos deja enseñanzas. Más aún aquellas historias recientes. Cuando se evoca a la Bolivia de fines de la pasada década se viene el recuerdo que estaba al borde de la hecatombe. Eran épocas del “empate catastrófico”: esa muletilla gramsciana que servía casi como metáfora para ilustrar ese momento de deriva. Al parecer, ese concepto ya no sirve para explicar la coyuntura política de hoy.
Acaso se olvidaron de que la polarización aludía a un campo de fuerza: un espacio fuertemente friccionado que se asentaba en dos extremos seductores. Ambos se cercenaban recíprocamente y, a la vez, actuaban como imán para atraer los átomos localizados entre ambos polos. Entre uno y otro había un vacío. No había centro. Había dos actores estratégicos: el Movimiento Al Socialismo (MAS) y Podemos. Alrededor de ellos se adscribían los movimientos sociales y los comités cívicos. Luego esa polarización se zanjó con la hegemonía política y electoral del MAS. Hoy existe un solo actor estratégico: el partido oficialista. Ocupa el centro político. La supuesta polarización no es tal. Es una mera división de opiniones con respecto a la repostulación presidencial de Evo Morales.
Acaso se olvidaron de que esa polarización se afincaba en dos clivajes fuertes de la historia boliviana: el étnico y el regional. Incluso con una extensión territorial que se expresaba en la denominada “Media Luna”. Esas tensiones étnicas y regionales derivaron en la exacerbación de las identidades que pusieron en vilo a Bolivia. Esas tensiones son históricas: todavía permanecen. Hoy no están en la cresta de la olla del debate.
Acaso se olvidaron de que esa polarización irradiaba un antagonismo agudo. Esa oposición se apoderó no solo del imaginario social, sino tenía su correlato en las calles: Se agredía y se pateaba a indígenas en Santa Cruz, Sucre y el 11 de enero de 2007 en Cochabamba. Existía una virulencia que ponía la piel de gallina. Había un escenario altamente explosivo. Hoy, los agoreros de siempre vaticinaban enfrentamientos en torno a las manifestaciones del 21 de febrero, pero nada. Los ciudadanos ejercieron su derecho democrático a la manifestación pública e hicieron marchas y concentraciones en contra y a favor del Gobierno de manera pacífica. Por la alegría en estos actos públicos parecían el preámbulo del carnaval.
Acaso se olvidaron de que esa polarización, por lo menos en el ámbito discursivo, ponía en juego dos proyectos de país. Inclusive, se decía que eran contradictorios. Por un lado, el Estado Plurinacional y, por el otro, las autonomías departamentales. Luego se dirimió esa polarización acoplando el proyecto autonómico a la nueva Carta Magna que reconoce la plurinacionalidad del Estado boliviano. Hoy, es un sentido común que nadie pone en cuestión. Los sectores opositores todavía no se animan a impugnar los elementos constitutivos del Estado Plurinacional y, mucho menos, tienen un proyecto estatal alternativo.
Aquí estriba la argumentación central para desmontar la falacia de la tesis de la polarización propagada por doquier y con creces en el espacio mediático/político. Quizás subyace la idea —casi como una añoranza del pasado de los opositores— del retorno a esa polarización y, en consecuencia, posicionar así otra tesis equivocada: la inflexión hegemónica del MAS. Pero, lo irónico: el oficialismo no se pudo resistir a esta carnada de la polarización.