¿Justificas la violencia?
Aún somos incapaces de mirarnos al espejo y reconocernos en nuestras propias miserias.
A medida que crece la violencia hacia las mujeres, surgen mitos sobre ella. Por ejemplo, que la violencia tiene rostro extraño. Imaginamos un degenerado casi fantasmagórico como feminicida. Imposible asociarlo con el primo, la pareja, el jefe. También, crece el mito de que la violencia se refleja en el golpe o la violación. Descartamos que la violencia psicológica, mediática o económica daña progresivamente y se hace cotidiana. Y sobre todo, crece el mito de mirar la violencia “hacia afuera” de nosotras y nosotros mismos. Aún no nos hemos involucrado. Nos vemos distantes a ella.
De acuerdo con la reciente Encuesta sobre violencia hacia las mujeres, cuyo informe primicial se presentó el 25 de noviembre de 2016, una de cada tres mujeres bolivianas afirma que la violencia física se justifica por infidelidad, por no obedecer al marido, por no cuidar a los hijos o hijas y por hablar con otros hombres. Justificar la violencia física es aceptarla, sea en la propia realidad o en la ajena. Reafirma el “ella se lo buscó”, aunque no se lo diga abiertamente.
Pero hay más. Datos regionales muestran que la mayor parte de las mujeres son afectadas por violencia psicológica. Ésta se define en la Ley 348 como “acciones sistemáticas de desvalorización, intimidación y control del comportamiento y decisiones de las mujeres, que tienen como consecuencia la disminución de su autoestima, depresión, inestabilidad psicológica, desorientación e incluso suicidio”.
Aunque no se ve, la violencia psicológica está calando fuertemente en las vidas de las mujeres y es aceptada como normal. Las relaciones violentas no solo son golpes. Son también descalificación, presión social o broma que esconde insulto. Es tan “normal” que tiene caras familiares y cariñosas.
La violencia (en cualquiera de sus variantes) no la ejercen solo locos escondidos en la oscuridad de la noche. La ejercen hombres “buenos tipos”; el colega, el amigo, el novio. Pero además la aceptan mujeres de las áreas urbana y rural. La profesional, la madre, la estudiante. La que se conduele por un feminicidio, pero a la vez prefiere mirar al costado cuando se trata de un hermano o un hijo ejerciendo violencia.
Tenemos a la violencia metida en los huesos. Hombres y mujeres que aceptamos este contrato subjetivo de inequidad. Mientras nadie altere el orden de cosas, el trato violento hasta parece moderno. Ya cuando genera una tragedia, preferimos culpar al sistema judicial, al Estado, al vecino, al alcohol. Aún somos incapaces de mirarnos al espejo y reconocernos en nuestras propias miserias.
Nuestro pedido para este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, es chequear cómo andamos por casa. ¿Tú justificas la violencia? ¿Qué tan lejos o cerca estás de reproducirla, alentarla o generarla?