Bolivia en México: dos pinceladas
En esa feria el nombre del país parece una franquicia que favorece a unos cuantos comerciantes.
Del 20 de mayo al 4 de junio se llevó a cabo en la Ciudad de México la Feria Internacional de las Culturas Amigas, cuyo principal propósito es, según su página oficial, “fomentar la diversidad cultural, el entendimiento y la cooperación entre los pueblos, difundiendo la cultura de las naciones de los cinco continentes”. Aunque con el paso de los años ha perdido esa esencia, convirtiéndose más en una feria de comidas, algunas comitivas revalorizan el espíritu de este evento, difundiendo parte de su cultura.
En esta versión, al igual como ocurrió en años pasados, la representación de Bolivia no fue una excepción, pues el stand del país fue más un puesto de venta de infusiones, comida y artesanías que un cubículo de expresión de la diversidad cultural boliviana. Lo diferente en este año fue que al infaltable sándwich de chorizo, el cual extrañamente es renombrado como “choripán”; y a los productos de venta permanente, como el mate de coca Windsor y las artesanías de origen no siempre boliviano; se sumó como bebida típica del país la chicha morada.
Si se trataba de promocionar la gastronomía boliviana, hubiera sido interesante resaltar por ejemplo la riqueza de nuestra quinua en un mercado captado por el Perú y en el que se desconoce la denominación de origen de ese producto. Incluso con ese pretexto, temas tan controversiales como nuestra demanda marítima pudieron haber sido publicitadas, entendiendo que, en el papel, todas las representaciones del país en el exterior se encuentran comprometidas con esa causa. O incluso se podría haber publicitado la marca “Bolivia te espera”, poniendo como insignia al imponente Salar de Uyuni o al Carnaval de Oruro que tanto maravillan a los extranjeros. Pero no, porque en esa feria el nombre del país parece una franquicia que favorece a unos cuantos comerciantes de lo boliviano. Por ello, al patrimonio cultural del país le pasa como en el Festival Internacional Cervantino, en cuya versión de 2015 se presentaron caporales peruanos, ante la siempre incomprensible actuación de nuestra Embajada. De hecho, tal presentación puede ser vista en YouTube con el título “Caporales peruanos en el Festival Cervantino 2015”.
Casi en iguales fechas, del 19 de mayo al 14 de junio, la Cineteca Nacional de México proyectó el documental de Sergio Sanjinés Carnaval de Oruro en Iztacalco. Sobre esta cinta se han escrito reseñas, aunque desde el punto de vista del intelectual de clase media, cuya lectura de nuestra cultura es siempre más artística que vivencial, a través de una visión preñada de un sentir ajeno a lo popular. Por eso algunos sectores de clase media tienden a despreciar nuestras costumbres cuando su racionalidad, casi siempre occidentalizada, no encaja con lo que folklorizan.
Más allá de eso, respecto al documental solo cabe añadir que por tratarse de una producción independiente, sus limitaciones son evidentes (probablemente debido a la falta de apoyo), dada la libertad que se evidencia en la realización de la cinta, el producto es meritorio, sobre todo porque hurga en las intimidades de la construcción de identidades en un mundo globalizado, donde el sentido de pertenencia pasa por un proceso de resignificación. Ello más allá de la interpretación que pueda hacer del documental un intelectual clasemediero e incluso un folklorista, para quien el baile de dos muchachas mexicanas que buscan cumplir su promesa a una Virgen del Socavón, llevada a México por un médico orureño, y que logran llegar al Carnaval de Oruro tras atravesar una verdadera odisea, podría tener mucho salto cuando una danza, como la saya caporal, necesita esa cadencia boliviana.