Días atrás, el arqueólogo polaco Krzysztof Makowski presentó el libro Urbanismo Andino. En ese texto se incluye un concepto que invierte las concepciones del urbanismo en los Andes: la mayoría de las ciudades prehispánicas se formaron con una concepción sui géneris de urbanismo, un “antiurbanismo”. Este concepto, que suena peyorativo, expresa más bien el notable ingenio de las civilizaciones ancestrales para hacer ciudades en contextos geográficos y sociales complejos. Para sustentar ello Makowski cuestiona los términos urbanismo y civilización, a fin de interpretar estos nuevos descubrimientos arqueológicos afirmando: “la definición de la civilización acuñada entre el siglo XIX y XX es eurocéntrica. Por ello, en la mayoría de enciclopedias uno de los atributos necesarios para poder llamar ‘civilización’ a una cultura es el conocimiento de la escritura. Los que se sirven del concepto de civilización buscan a menudo en los Andes símiles del arte figurativo, de la ciudad, del imperio, del comercio y del sistema de valor que ha caracterizado a la civilización griego-romana”.

El arqueólogo polaco declara que en nuestro “antiurbanismo” prehispánico se creaban asentamientos humanos de una tipología particular, con núcleos dispersos, casi nómadas, y llevados por un sentimiento religioso profundo. Manteníamos una sacralidad mayúscula por el territorio a diferencia del desarrollo urbano occidental, que se sostiene en fuerzas económicas y productivas concentrando ciudades depredadoras y expoliadoras.

Además, para ratificar este urbanismo sui géneris, Makowski se apoya en otro dato histórico: las reducciones toledanas del siglo XVI o la férrea voluntad del imperio invasor para concentrar las dispersas poblaciones originarias en modelos castellanos de ciudad. Estas reducciones que concentraron a palos a la población indígena subsisten y son la base de nuestras actuales ciudades. En términos injuriosos: vivimos urbanamente colonizados.

Como esto lo señala un científico y no un chamán de feria, puedo colegir una pregunta con vergüenza infinita: ¿por qué no podemos dar condiciones de desarrollo y bienestar a 10 millones de habitantes (una cifra ridícula, del tamaño de una ciudad latinoamericana) con un territorio tan inmenso y tan rico? Quizás la respuesta se encuentre en la actual relación hombre-territorio heredada de la Colonia. Es probable; pero lo más seguro es que sea una sarta de factores interrelacionados.

De lo que no se duda es que estas nuevas revelaciones arqueológicas son coincidentes con las últimas propuestas para un ecourbanismo que pueda reemplazar la actual estructura de ciudades que, en casi 200 años de república, no logró un buen vivir.