Cultura visual y zombies
Uno de los rasgos más notables de la posmodernidad es el dominio de la imagen por otros lenguajes.
Ver es más importante que creer, así está planteada la vida cotidiana para la sociedad del mundo. Bolivia está entre los países con una disparatada adicción a los medios audiovisuales, y no es necesario desear los cinco minutos de fama que la televisión te brinda: las cámaras de vigilancia te la otorgan por horas y son testigos de secuestros, robos, atentados y otras cosas más felices como sorprender a un marido despistado coqueteando con su comadre.
Nos vigilan, pero aun así, se cometen crímenes, robos que nunca se resuelven y muchos quedan impunes. Además, te chocas en la calle porque tus audífonos ocupan tus oídos, mientras tu vista se concentra en la pantalla de tu celular. Hemos reducido la realidad a una pantalla de 10 x 5 centímetros, es tu mundo virtual.
Solo camina tu cuerpo y tu atención está en otra parte. Hemos llegado a extremos paradójicos como ver las guerras en directo o hablar con amigos que están en el otro lado del mundo, pero cuando invitamos a nuestra enamorada a tomar un café, no le hablamos y ella tampoco nos. Nuestros hijos están sumidos en su pantalla a la hora del almuerzo, desayuno, cena… casi ya no hablan ni saludan. Caminan en estado zombie.
La cultura visual se interesa, dice el investigador Mirzoeff, “por los acontecimientos visuales en los que el consumidor busca la información, el significado o el placer conectados con la tecnología visual. Entiendo por tecnología visual cualquier forma de aparato diseñado ya sea para ser observado o para aumentar la visión natural, desde la pintura al óleo hasta la televisión e internet”. Por lo tanto, la cultura visual “no es la historia de las imágenes”, sino que va más allá de la mera representación; para ello tenemos una división entre los llamados campos estructurados visuales, como son los museos y el cine por ejemplo, donde uno asiste porque tiene un interés preestablecido; en cambio la cultura visual está centrada en la experiencia visual de la vida cotidiana, vale decir, lo que te dan para consumir.
Teóricos de prestigio dicen que uno de los rasgos más notables de la posmodernidad es el dominio de la imagen por otros lenguajes. Johannes Fabián llamó “visualismo” a la capacidad de visualizar una cultura o una sociedad que casi significa lo mismo que comprenderla, de tal manera que podemos determinar la evolución a través de la construcción de un modo de vida artificial, no natural, por lo cultural. Nuestra moralidad, nuestras producciones simbólicas y la religiosidad tienen que ver con esta construcción en constante pulsión con la cultura visual arrolladora de Occidente de propaganda, noticias, películas, etc., que generan una industria que produce muchos millones de dólares.
Los consumidores son el soporte que crece cada día, las redes se amplían y la polución de imágenes, películas y música, en las calles, aeropuertos, cafés, espacios públicos, etc. han consolidado la Aldea Global de Mac Luhan. Todo es accesible, todo está cerca y podemos ver al interior de nuestros cuerpos con una fidelidad que antes era impensable.
Los asesores políticos, desde la asunción de Hitler, sabían del poder de la imagen y su potencial movilizador como campo visual estructurado, por ejemplo, creando símbolos y rodeándolos de un aura supranatural, acompañados de la moda, la música marcial y las grandes visualizaciones de los proyectos arquitectónicos. La Segunda Guerra Mundial fue el principal laboratorio que usó el cine como un espacio estructurado, cuyo fin específico era la movilización a través de mensajes dirigidos a las clases populares. Y está táctica no ha cesado hasta ahora para justificar guerras, genocidios y actos de corrupción. En ambos casos los espacios no estructurados fueron contaminados previamente. Poder visual y poder político van juntos.
La globalización posmoderna de lo visual es un campo de estudio reciente que no se asienta ni se consolida como disciplina académica todavía, pero historiadores de arte, sociólogos, antropólogos y comunicadores le prestan mucha atención, porque ha cambiado nuestro ethos para siempre.
El avance de la tecnología visual presta invalorables servicios a la humanidad, sin duda, pero la parte sustancial deviene en que ver no es creer, sino interpretar; de otra manera solo seremos zombies.
Es artista y antropólogo