Sin retrovisor

Desde que se inició el tiempo, hace unos 3.700 millones de años, éste ha generado un cambio permanente y, por ende, todo tiempo es tiempo de cambio. Hace aproximadamente 500 años antes de nuestra era, Heráclito ya sabía que los cambios constantes eran el rasgo básico que caracteriza a la naturaleza. Todo fluye, decía el filósofo de Éfeso, todo está en movimiento y nada dura para siempre, por lo que no puedo ir dos veces al mismo río: cuando voy al río por segunda vez, ni el río ni yo somos los mismos.
A medida que contemplamos la naturaleza, ésta se va transformando, y lo que hoy vemos será distinto mañana. Pero como señalé en un anterior artículo en esta misma columna, el problema no es el cambio, sino la velocidad de éste y, fundamentalmente, nuestra capacidad de adaptarnos a dicho cambio, cuando su velocidad es mayor al esfuerzo que podemos realizar para correr al mismo ritmo.
La máxima de que debemos aprender del pasado y la valiosa experiencia de nuestros antepasados, incluida la nuestra, al parecer ha perdido relevancia para poder vislumbrar el futuro. Hoy manejamos sin retrovisor en medio de una espesa niebla que no nos permite ver el camino adelante. El desarrollo de la ciencia y su traducción en los adelantos tecnológicos que hoy tenemos a mano han hecho que nuestro mundo sea completamente distinto al de nuestros padres y al que viven y avizoran nuestros hijos. Hay quienes consideran que la tecnología nos ha permitido hacer las cosas más rápido. Mi opinión es que esta aseveración es algo mezquina, la tecnología no solamente nos ha permitido hacer las cosas más rápido sino, fundamentalmente, nos ha permitido hacer cosas que antes no hacíamos y ni siquiera las soñábamos.
En ese vertiginoso mundo cambiante, un desafío insoslayable para quienes nos hemos dedicado a la enseñanza es repensar nuestro modelo educativo, repensar qué y cómo estamos preparando a nuestros niños en el colegio, así como repensar qué y cómo estamos enseñando en las universidades. Me asalta la duda de que probablemente estemos enseñando cosas de un pasado ya inexistente, a jóvenes de hoy que viven otro mundo y que tienen una distinta manera de mirar el futuro.
Después de reflexionar sobre este desafío, si bien considero que lo que debemos enseñar es a pensar y a desarrollar un pensamiento crítico, el problema es cómo llevar a las aulas y, probablemente a las computadoras y celulares, este planteamiento, en tanto que los modelos que hemos venido aplicando por décadas nos dejan la incertidumbre de estar dando respuestas del ayer a los problemas del mañana.