¿Reflejo de una época?
Llama la atención la curiosidad que el caso Pari ha despertado en la opinión pública del país. Hay una fascinación por el principal protagonista y algunos de sus allegados. Parecería que este evento es un reflejo de las tensiones morales y normativas de una sociedad inmersa en una rápida transformación, pero que se produce en un entorno socio-institucional frágil.
El desfalco al Banco Unión tiene múltiples aristas, pero el morbo que el principal personaje de esta trama, Juan Pari, y su entorno generan en la opinión pública es una de sus derivaciones más bizarras. Existe una avalancha de fotos, selfies, “revelaciones”, leyendas urbanas y comentarios sobre el estilo de vida y la actitud de estas personas.
Previsiblemente este clima de opinión está asociado a un entorno mediático que recurre frecuentemente al amarillismo, al impacto emotivo y a la frivolización incluso en casos delincuenciales, para atraer audiencias. Sin embargo, para que exista tal cobertura hace falta una inquietud social genuina, que expresa algunas de nuestras aspiraciones y temores más profundos.
En la “historia” que motiva el presente comentario se combinan el enriquecimiento repentino, la demostración obscena del lujo, una vida desarreglada, individualismo amoral, una actitud desafiante, auge y caída… componentes suficientes como para atizar el morbo de una sociedad que ve reflejado en esos excesos algunos de los rasgos de la época.
Nos congratulamos de la expansión de las clases medias, de la modernización social, de la difusión de un estilo de vida urbano y la masificación del consumo. Hoy somos una sociedad urbanizada con más recursos, con mayor integración étnica y regional y con movilidad social. Sin embargo, todo ello viene acompañado de un mayor individualismo y del debilitamiento de los lazos sociales tradicionales; lo que además se exacerba en un contexto con instituciones públicas históricamente débiles, informalidad extendida y una confianza interpersonal baja en extremo.
Existe bastante literatura sobre la modernización social que gira justamente en torno a la relación entre estos procesos y la construcción institucional que debería acompañarlos. De igual manera son muchas las discusiones sobre la manera de incentivar normas y valores que promuevan la cohesión social y mitiguen el individualismo.
No es aconsejable solo espantarse de estos desarreglos y buscar volver a un pasado idealizado donde “estas cosas no pasaban”, criticando a las masas y sus extrañas costumbres que supuestamente generan tales desequilibrios, como si los mismos vicios no estarían extendidos en todos los sectores. Al contrario, hace falta una aceptación reflexiva de la complejidad y diversidad de la sociedad actual, que impulse el diálogo y la construcción de valores y pautas contra el egoísmo y la anomia que vienen asociadas a la modernización tardía que el país está viviendo.