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Monday 29 Apr 2024 | Actualizado a 00:36 AM

Todo el mundo odia el plan tributario de Trump

Hablamos de un gobierno no por el pueblo y para el pueblo, sino por y para los donantes millonarios.

/ 26 de noviembre de 2017 / 12:43

Viendo las reacciones a los planes tributarios republicanos, recordé lo que se decía del exsenador Phil Gramm, cuyas ambiciones presidenciales nunca llegaron a ninguna parte, pero que sí ayudó a causar la crisis financiera de 2008: “No gusta ni siquiera a sus amigos”.

Lo mismo ocurre con la reforma tributaria republicana, en especial la versión presentada en el Senado, que subirá los impuestos a la mayoría de los ciudadanos, en especial a la clase media y a los trabajadores, y sumará unos 13 millones de estadounidenses a las filas de personas sin seguro médico; todo de ello para pagar las grandes rebajas en el impuesto de sociedades. La opinión pública en general las desaprueba categóricamente, por mayoría de dos a una, según Quinnipiac, aunque esta mayoría sería aún más amplia si los ciudadanos entendiesen realmente lo que ocurre. Pero sin duda, al menos a los consejeros delegados de grandes empresas les gusta el plan, ¿no?

Lo cierto es que no tanto. Hace unos días, Gary Cohn, asesor económico jefe de Donald Trump, se reunió con un grupo de altos ejecutivos. Pidió que levantasen la mano los que pensaran que una reducción de impuestos les llevaría a aumentar los gastos de capital; solo unos cuantos lo hicieron. “¿Por qué no se levantan las otras manos?”, preguntó Cohn en tono lastimero. La respuesta es que los consejeros delegados, que viven en el mundo real de los negocios, no en el imaginario de los ideólogos de derechas, saben que los tipos impositivos no son un factor tan importante en las decisiones de inversión.

De modo que son conscientes de que ni siquiera una enorme rebaja tributaria elevaría demasiado el gasto.

Y con eso en mente, la lógica de este plan tributario, en su forma actual, se pierde, y se queda simplemente en un plan para hacer que los ricos —en especial los que sacan tajada de sus inversiones en vez de ganarse la vida trabajando— se enriquezcan aún más, a costa de todos los demás.

Por si sirve de algo, esto es lo que cuentan el gobierno de Trump y sus aliados. Afirman que reducir el impuesto de sociedades desembocará en una explosión de la inversión privada y acelerará el crecimiento económico. Es más, los frutos de este crecimiento llegarán a los trabajadores estadounidenses en forma de subida salarial, y el aumento de las rentas de las personas físicas incrementará la recaudación de impuestos, de modo que las rebajas fiscales acabarán pagándose a sí mismas.

Aun cuando parte de la historia fuese cierta, tendría efectos secundarios que ellos se cuidan de no abordar. Después de todo, si hablamos de un gran aumento del gasto en bienes de capital, ¿de dónde vendrá el dinero para ese gasto? Nada de lo introducido en la ley hará que los estadounidenses consuman menos y ahorren más. De modo que el dinero tendría que proceder del extranjero: de la venta de acciones, de obligaciones y de otros activos a extranjeros, a escala masiva.

Y esta afluencia de dinero extranjero impulsaría al alza el valor del dólar y provocaría enormes déficits comerciales. Según mi análisis de la proyección más optimista que circula por ahí, el déficit superaría los 6 billones de dólares a lo largo de la próxima década. Estos déficits comerciales tendrían un efecto devastador para el sector de la fabricación (recuerden, esos puestos de trabajo que Trump prometió recuperar) con una pérdida del orden de dos millones de empleos. Ah, y acerca del crecimiento económico: los inversores extranjeros obtendrían beneficios y se los llevarían a su país. Por lo que buena parte —probablemente la mayor parte— del posible crecimiento que obtuviésemos gracias a la reducción del impuesto sobre sociedades acabaría beneficiando a los extranjeros, no a los estadounidenses.

Pero no se preocupen demasiado por todo esto. Los análisis económicos serios coinciden mayoritariamente con esos consejeros delegados que decepcionaron a Gary Cohn: en realidad, la bajada del impuesto de sociedades no hará gran cosa porque aumente la inversión. Sí disparará, sin embargo, el déficit presupuestario. Y así, en un intento de limitar esa explosión del déficit, los republicanos del Senado proponen un significativo aumento de los impuestos a las familias trabajadoras. De hecho, según la propia Comisión Tributaria Conjunta del Congreso, los impuestos subirán de media para todos los grupos con rentas inferiores a los 75.000 dólares anuales, y sin duda para muchas familias de grupos de rentas incluso más altas. Los únicos que saldrán ganando serán quienes perciben más de 1 millón de dólares al año. ¡Eso es populismo!

Ah, y esto ni siquiera tiene en cuenta el sabotaje a la atención sanitaria que forma parte integral del plan presentado en el Senado. Al revocar el mandato (la obligación de que la gente adquiera un seguro) el plan provocará, como he dicho, que 13 millones de personas pierdan la cobertura. Esa pérdida de cobertura y de las subvenciones públicas asociadas es lo que hace que la revocación del mandato ahorre un dinero que puede darse a las grandes empresas.

Pero la medida también hará que suban las primas de los que mantengan su seguro, porque los que se saldrán tenderán a ser las personas con menores costes sanitarios. De modo que eso supondría un impuesto indirecto adicional y oculto para la clase media.

Y tampoco tiene en cuenta lo que inevitablemente ocurrirá después: que los déficits inducidos por la reducción de impuestos dispararán, por ley, recortes en el sistema de Medicare, que proporciona atención sanitaria a mayores; y esto no sería más que el comienzo de un asalto republicano a programas como el seguro de discapacidad, que brinda una red de seguridad crucial a millones de estadounidenses de clase trabajadora.

Todo lo cual suscita la pregunta de por qué los republicanos intentan hacer esto. Es un mal programa y una mala política, y la política empeorará cuando los votantes conozcan mejor los datos. Pues bien, la semana pasada, un congresista republicano, el neoyorquino Chris Collins, descubrió el pastel: “Mis donantes básicamente me dicen que lo hagamos o que no vuelva a llamarles”. De modo que hablamos del gobierno del pueblo, no por el pueblo y para el pueblo, sino por los donantes ricos y para los donantes ricos. Todos los demás odian este plan, y con razón.

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Tropezar con Ricitos de Oro

/ 21 de abril de 2024 / 00:24

La economía estadounidense ha tenido mucho más éxito en recuperarse del impacto del COVID que en lidiar con las secuelas de la burbuja inmobiliaria de la década de 2000. Y si bien hubo una ola de inflación, parece haberse roto: la inflación ya se ha reducido a aproximadamente el 2%, el objetivo de la Reserva Federal.

¿Pero podríamos haberlo hecho mejor? Y en la medida en que lo hicimos bien, ¿fuimos simplemente afortunados? Mi opinión es que lo hicimos muy bien, que la respuesta de Estados Unidos al shock del COVID fue, en retrospectiva, bastante cercana a la óptima. Pero el milagro de 2023, la combinación de una rápida desinflación con una economía fuerte, fue una especie de accidente. Las autoridades pensaron que aumentar las tasas de interés causaría una recesión y las aumentaron de todos modos porque pensaron que dicha recesión era necesaria. Afortunadamente, se equivocaron en ambos aspectos.

¿Qué quiero decir con que la política estaba cerca de ser óptima? El COVID alteró la economía de maneras que antes se asociaban solo con la movilización y desmovilización en tiempos de guerra: hubo un gran cambio repentino en la composición de la demanda, con los consumidores alejándose de los servicios en persona y comprando más cosas físicas, un cambio ampliado y perpetuado por el aumento del trabajo remoto. La economía no pudo adaptarse rápidamente a este cambio, por lo que nos encontramos enfrentando problemas en la cadena de suministro (capacidad inadecuada para entregar bienes) junto con un exceso de capacidad en los servicios.

¿Cómo deberían responder las políticas? Había un argumento claro, muy formalizado en un artículo de 2021 de Veronica Guerrieri, Guido Lorenzoni, Ludwig Straub e Ivan Werning presentado en la conferencia de la Fed en Jackson Hole ese año, a favor de una política monetaria y fiscal fuertemente expansiva que limitó la pérdida de empleos en el sector de servicios, aunque esto significaría un aumento temporal de la inflación. Y eso es más o menos lo que pasó.

De hecho, Estados Unidos ha tenido la recuperación más fuerte en el mundo avanzado sin experimentar una inflación significativamente más alta que otros países. Entonces, las autoridades estadounidenses parecen haber acertado más o menos. Pero como ya he sugerido, podría decirse que fue un accidente afortunado.

Lo que en realidad sucedió fue que la economía demostró ser mucho más resistente a tasas de interés más altas de lo que esperaba la Reserva Federal, por lo que el crecimiento siguió avanzando y el desempleo no aumentó significativamente. Pero la inflación cayó de todos modos, quedando por debajo de las proyecciones de la Reserva Federal. Así pues, la economía sorprendió a la Reserva Federal de dos maneras, ambas positivas. Resultó que la desinflación no requería un aumento del desempleo; pero resultó que los aumentos de tasas no dañaron el empleo como se esperaba.

Mi opinión es que el primer error, creer que necesitábamos un alto desempleo, es difícil de excusar (había muy buenas razones para creer que la década de 1970 fue un mal modelo para la inflación pospandémica), mientras que nadie podría haber sabido que la economía haría caso omiso de los altos niveles de desempleo. Pero entonces diría eso, ¿no?, porque no cometí el primer error pero sí el segundo.

En cualquier caso, lo destacable es que se trataba de errores de compensación. El error de la Reserva Federal en materia de inflación podría haberla llevado a imponer una recesión gratuita a una economía que no la necesitaba, pero las subidas de tipos resultaron ser apropiadas, no para inducir una recesión sino para compensar un aumento del gasto que de otro modo podría haber sido inflacionario. En general, la política parece haber sido correcta: crear una economía que no era ni demasiado fría ni padecía un desempleo innecesario, ni demasiado caliente y experimentaba un sobrecalentamiento inflacionario.

Sí: los formuladores de políticas tropezaron con Ricitos de Oro.

¿Qué salió bien? Como he dicho, la afirmación de que sería difícil controlar la inflación nunca tuvo mucho sentido dado lo que sabíamos. La resiliencia de la economía frente a las altas tasas de interés es más difícil de explicar, aunque una fuerza impulsora puede haber sido la inmigración: el lento crecimiento demográfico fue una explicación popular del estancamiento secular, por lo que una afluencia de adultos en edad de trabajar puede haber sido justo lo que necesitábamos.

Supongo que el punto más importante es que en la macroeconomía, como en la vida, es importante ser bueno, pero también muy importante tener suerte. Y esta vez tuvimos suerte.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times. 

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Multimillonarios y Trump

/ 7 de abril de 2024 / 04:34

Según se informa, la campaña de Donald Trump tiene problemas de efectivo. Las donaciones de pequeñas cantidades están muy por detrás del ritmo de 2020. Los grandes mítines de Trump no están generando sus mayores ganancias en efectivo. Algunos donantes de grandes cantidades de dinero dudan, en parte porque les preocupa (con razón) que su dinero no se utilice para la campaña sino para pagar sus facturas legales. Por eso ha estado cortejando a multimillonarios de derecha.

No tengo idea de qué tan exitoso será, pero parece muy probable que al menos algunos multimillonarios proporcionen sumas sustanciales a un hombre que intentó anular las últimas elecciones y ha sido abierto sobre sus intenciones autoritarias, utilizando al Departamento de Justicia para ir tras sus oponentes políticos, acorralando a millones de inmigrantes indocumentados y encerrándolos en campos de detención y más.

Lo que plantea la pregunta: ¿Por qué los multimillonarios apoyarían a una persona así?

Después de todo, no es que hayan estado sufriendo bajo el mandato del presidente Biden. Los economistas, incluido yo mismo, a menudo recuerdan a la gente que el mercado de valores no es la economía. El bajo desempleo y el aumento de los salarios reales tienen mucha más relevancia para la vida de la mayoría de las personas.

Pero los precios de las acciones son probablemente un indicador mucho mejor de cómo les va a los muy ricos, que poseen muchos activos financieros. Y aunque en 2020 Trump predijo una caída de las acciones si ganaba Biden, el mercado, de hecho, ha alcanzado niveles récord bajo la administración actual.

¿Por qué, entonces, respaldar a un candidato que más o menos promete desatar el caos social y político? Una respuesta sencilla es que es casi seguro que los ricos pagarán impuestos más bajos (y las corporaciones estarán menos reguladas) si Trump gana que si Biden permanece en el cargo.

Si usted cree, como algunos izquierdistas, que los republicanos y los demócratas son básicamente iguales, que ambos sirven a los intereses de las corporaciones y de la élite, está equivocado. El Partido Demócrata moderno no es, a pesar de lo que digan los republicanos prominentes, marxista o socialista. Sin embargo, tiene un historial de aumentar los impuestos a los ricos para pagar programas sociales.

Pero yo diría que la perspectiva de impuestos más bajos no debería ser suficiente para que los multimillonarios apoyen a Trump.

Después de todo, ¿cuánto importaría realmente el dinero extra a las personas cuyos estilos de vida ya son increíblemente lujosos? Mi sensación, mirando desde afuera, es que entre los muy ricos, ganar más dinero tiene menos que ver con lo que pueden permitirse y más con el prestigio: ganar más que otros en su grupo de pares. Y lo que pasa con los impuestos más altos es que, como se aplicarían a todos, no alterarían la carrera de ratas: tus supuestos rivales recibirían el mismo golpe que tú.

Y un regreso de Trump al poder haría de Estados Unidos un lugar más aterrador, lo que debería importar mucho más incluso a los multimillonarios que unos pocos puntos porcentual0 es en su tasa impositiva.

¿Pero entienden eso? El año pasado, al escribir sobre el breve enamoramiento de los técnicos con Robert F. Kennedy Jr., señalé que los muy ricos a menudo están menos informados sobre lo que sucede en el mundo que muchos ciudadanos comunes y corrientes, porque viven en una burbuja social. El peligro que Trump representa para la democracia estadounidense es (o debería ser) obvio. Sin embargo, puede resultar menos obvio para las personas que, debido a su riqueza, parecen creer que saben más y pueden rodearse de confidentes que les aseguren que saben más. Consideremos el caso de Elon Musk. ¿Necesito decir más?

También especularía que incluso los multimillonarios que reconocen las tendencias autoritarias de Trump probablemente imaginen, si piensan en ello, que su riqueza los protegerá de ejercicios arbitrarios de poder.

Deberían (pero no lo harán) aprender de la experiencia de los oligarcas rusos que ayudaron a llevar a Vladimir Putin al poder. Y antes de decir que ese pensamiento del peor de los casos no puede aplicarse en Estados Unidos, tenga en cuenta que la mayoría de los alarmistas de Trump han estado en lo cierto y los apologistas en su mayoría se han equivocado. Tengo edad suficiente para recordar cuando el exjefe de gabinete interino de Trump escribió: “Si pierde, Trump cederá con gracia”.

Entonces, ¿Trump obtendrá el apoyo de los multimillonarios? Probablemente. Si gana, ¿acabarán arrepintiéndose de su elección? Supongo que lo harán, pero para entonces será demasiado tarde.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times.

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¿El aterrizaje es suave? ¿Seguirá así?

Estoy mirando las encuestas de empresas privadas, que no muestran ningún indicio de aumento de la inflación

Paul Krugman

/ 15 de marzo de 2024 / 09:43

Allá por 1973, Estados Unidos estaba experimentando un preocupante aumento de la inflación . Pero George Shultz, entonces secretario del Tesoro, sugirió que el problema sería transitorio: que la economía podría tener un “ aterrizaje suave ”. No fue así. La década de 1970 fue una década infame de estanflación, y la inflación finalmente se controló en la década de 1980 solo a través de políticas monetarias estrictas que causaron años de desempleo muy alto. Así que el presidente Biden estaba tentando un poco a la suerte cuando declaró en el discurso sobre el Estado de la Unión que “el aterrizaje es y será suave”. Pero es casi seguro que tiene razón.

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¿Qué entendemos por aterrizaje suave? En términos generales, lograr una inflación aceptablemente baja sin un alto desempleo. Pero, ¿qué queremos decir, específicamente, con baja inflación y bajo desempleo?

Los datos recientes han sido algo decepcionantes, con dos informes consecutivos sobre precios al consumidor algo positivos y débiles indicios de un deterioro del mercado laboral. ¿Se ha cancelado el aterrizaje suave?

Probablemente no. Estoy tratando de no entrar en razonamientos motivados aquí, pero creo que hay buenas razones para no tomar demasiado en serio esas altas cifras de inflación. De hecho, estoy un poco más preocupado por los crecientes riesgos de recesión.

Lo primero es lo primero: es posible que haya leído que los precios al consumidor, excluyendo alimentos y energía, aumentaron un 3,8% durante el año pasado. Eso suena bastante mal. Pero no conozco a ningún economista serio que crea que ésta es una imagen precisa de la inflación subyacente.

Porque hay dos grandes problemas con ese número. En primer lugar, un año es demasiado largo: la inflación estuvo cayendo a lo largo de 2023, por lo que las cifras año tras año nos dan una imagen del pasado. En segundo lugar, ese aumento del IPC básico se debe al alza de los precios de la vivienda, en su mayor parte el alquiler equivalente a los propietarios (un precio que, por definición, nadie paga realmente) y, por razones técnicas, las medidas oficiales de los precios de la vivienda están muy por detrás de los alquileres del mercado, que al a nivel nacional se han mantenido casi estables durante mucho tiempo.

Entonces, ¿dónde estamos realmente? Me gusta observar el cambio semestral en los precios al consumidor, excluyendo alimentos, energía, automóviles usados y vivienda, no porque los artículos excluidos no importen, sino porque son muy volátiles o, en el caso de la vivienda, un indicador muy rezagado. Ese índice está aumentando a una tasa anual del 2,8%. Podemos analizar las cifras más a fondo, y muchos economistas están ocupados haciéndolo mientras escribo. Pero permítanme darles algunos otros indicadores que me dan cierta confianza en que la inflación subyacente está muy por debajo del 3%. Un indicador son los salarios. Los ingresos medios por hora han aumentado a una tasa anual de menos del 4% en los últimos seis meses, mientras que la productividad (una cifra volátil, especialmente durante e inmediatamente después de la recesión pandémica) ha aumentado a una tasa anual del 1,6% desde la víspera de la pandemia. Eso sugiere una tasa de inflación subyacente de alrededor del 2,5%.

También estoy mirando las encuestas de empresas privadas, que no muestran ningún indicio de aumento de la inflación en los datos oficiales. No hay ningún indicio allí, ni en ninguna de las otras encuestas que he visto, de que la inflación se esté reacelerando. Así que estoy bastante seguro de que el lado inflacionario de la historia del aterrizaje suave sigue intacto.

Estoy un poco más preocupado por el lado del desempleo. La tasa de desempleo de febrero del 3,9% todavía era baja según los estándares históricos, pero la tasa ha aumentado un poco. Mucha gente, incluido yo mismo, sigue de cerca la regla de Sahm, una regularidad empírica descubierta por Claudia Sahm, execonomista de la Reserva Federal, que se centra en promedios de tres meses de la tasa de desempleo. La regla dice que es muy probable que se produzca una recesión si ese promedio de tres meses aumenta más de medio punto porcentual por encima de un mínimo anterior. Ha sido tan útil en el pasado que FRED , la invaluable fuente de datos económicos, proporciona gráficos ya preparados de la medida de la regla de Sahm.

Esta medida ha ido aumentando. Todavía está por debajo de ese nivel crítico de 0,5, pero me preocupa que las altas tasas de interés finalmente estén pasando factura y que, al mantener las tasas altas, la Reserva Federal esté corriendo el riesgo de hacer realidad todos esos pronósticos erróneos de recesión. Pero al menos por el momento todavía estamos en territorio de aterrizaje suave. Al final algo saldrá mal, pero en comparación con las funestas predicciones de muchos economistas, por no hablar de los críticos políticos de la administración Biden, todavía estamos en una forma increíblemente buena.

(*) Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times

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Creer es ver

¿Cómo vamos a funcionar como país cuando un gran número de personas simplemente ven una realidad diferente a la del resto de nosotros?

Paul Krugman

/ 23 de febrero de 2024 / 09:55

Lo más sorprendente del reciente viaje de Tucker Carlson a Rusia no fue su servil entrevista con Vladimir Putin, sino sus días efusivos sobre lo maravilloso que es Moscú. Pero claro, él era un invitado especial del país que inventó las aldeas Potemkin (incluso si la historia original es dudosa), y asegurarse de que solo viera cosas buenas debe haber sido fácil.

La verdad es que, si bien partes de Moscú ofrecen a una pequeña élite un estilo de vida opulento, Rusia en su conjunto está más que destartalada. Para muchos rusos, la vida es pobre, desagradable, brutal y corta: la esperanza de vida es sustancialmente menor que en Estados Unidos, a pesar de que la esperanza de vida en Estados Unidos ha disminuido y está por detrás de la de otros países avanzados.

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De todos modos, mientras elogiaba a Moscú, Carlson destrozaba las ciudades estadounidenses, especialmente Nueva York, donde, dijo, “no se puede usar el metro” porque “es demasiado peligroso”. Sin duda, hay algunos neoyorquinos que temen tomar el metro. Sin embargo, de alguna manera, antes de la pandemia había alrededor de 1.700 millones de pasajeros cada año (sí, tomo el metro todo el tiempo) y el número de pasajeros, aunque todavía deprimido por el aumento del trabajo desde casa, se ha ido recuperando rápidamente.

Es posible, por supuesto, que Carlson nunca haya viajado en el metro de Nueva York, o al menos no desde los días en que Nueva York tenía alrededor de seis veces más homicidios cada año que hoy en día. En esto podría parecerse a Donald Trump, quien probablemente no ha realizado vuelos comerciales en décadas, declarando el otro día que los aeropuertos de Estados Unidos, que tienen colas molestamente largas en seguridad pero tienen muchas más comodidades que antes, nos hacen parecer como una “nación del tercer mundo”.

Pero los derechistas parecen inamovibles en su convicción de que Nueva York es un infierno urbano (solo el 22% de los republicanos la consideran un lugar seguro para vivir o visitar), a pesar de que es una de las ciudades más seguras de Estados Unidos.

En términos más generales, existe una sorprendente desconexión entre las percepciones de los estadounidenses sobre la delincuencia en el lugar donde viven y su evaluación mucho más pesimista de la nación en su conjunto. Esta desconexión existe para ambos partidos, pero es mucho más amplia para los republicanos. Esto es parte de un fenómeno más amplio. Estados Unidos se ha convertido en un país en el que, para muchas personas, especialmente pero no solo de la derecha política, creer es ver. Las percepciones sobre cuestiones que van desde la inmigración hasta la delincuencia y el estado de la economía están impulsadas por posiciones políticas y no al revés.

Para tomar un tema al que obviamente he dedicado mucho tiempo: durante los años de Biden, la mayoría de las medidas de confianza del consumidor han sido mucho más bajas de lo que cabría esperar, dadas las medidas estándar del desempeño de la economía. Esto sigue siendo cierto, a pesar de que el sentimiento ha aumentado sustancialmente en los últimos meses. Existe prácticamente todo un género de análisis dedicado a argumentar que la gente en realidad tiene razón al sentirse mal con la economía por una cosa u otra.

Así que aquí va un consejo profesional: ignoren a cualquiera que diga que los estadounidenses están deprimidos en cuanto a la economía sin darse cuenta de que la realidad es que los republicanos están deprimidos.

Los demócratas parecen sentir que la economía ahora es tan buena como a fines de 2019, que es lo que cabría esperar, dado que la tasa de desempleo es aproximadamente la misma y la inflación solo un poco más alta. Los republicanos, sin embargo, han pasado de la euforia sobre la economía bajo Donald Trump a una visión muy crítica bajo el presidente Biden.

¿Qué pasa con los independientes? No importa: en su mayor parte, se inclinan hacia un partido u otro y se comportan como partisanos.

Como escribí la semana pasada, la naturaleza de creer para ver de la opinión pública puede significar que las percepciones de la economía, y tal vez de la delincuencia, no importarán mucho para las elecciones de este año: los estadounidenses que creen que las cosas van terribles probablemente no lo harían. Pero para adoptar una visión más amplia: ¿cómo vamos a funcionar como país cuando un gran número de personas simplemente ven una realidad diferente a la del resto de nosotros?

(*) Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times

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¿Qué le pasa a Europa?

Paul Krugman

/ 2 de febrero de 2024 / 09:37

En mi columna más reciente me divertí un poco con Kristi Noem, la gobernadora de Dakota del Sur, quien advirtió siniestramente que el presidente Biden nos convertirá en Europa. Bromeé diciendo que esto significaría añadir cinco o seis años a nuestra esperanza de vida. Cuando compartí los comentarios de Noem en las redes sociales, algunos de mis corresponsales me preguntaron si esto significaba que estamos a punto de tener un buen servicio de tren y mejor comida.

Una nota para los estadounidenses más jóvenes: ya tenemos mejor comida. Es cierto que la boloñesa sigue siendo infinitamente mejor en Bolonia que cualquier cosa que se pueda conseguir aquí, incluso en Nueva York, pero no tienes idea de lo mala que era la cocina estadounidense en los años 1970.

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Pero los comentarios de Noem fueron parte de una larga tradición entre los conservadores estadounidenses: insistir en que Europa ya está experimentando los desastres que, según ellos, ocurrirán como resultado de las políticas liberales aquí. Ahora mismo, el tema en cuestión es la inmigración. En el pasado, sin embargo, se suponía que la imaginada distopía europea era el resultado de altos impuestos y generosos beneficios sociales, que supuestamente destruyeron el incentivo para trabajar e innovar.

Por lo tanto, parece que vale la pena preguntarse qué problemas tiene realmente Europa, es decir, problemas que son diferentes a los nuestros.

Al analizar las comparaciones entre Europa y Estados Unidos, encuentro útil distinguir entre los acontecimientos anteriores a la pandemia de COVID y los posteriores, ya que hemos seguido políticas bastante diferentes en respuesta a esa agitación.

Entonces, ¿cómo se compararon económicamente Europa y Estados Unidos en 2019? En general, fueron sorprendentemente similares.

Con bastante frecuencia me encuentro con personas que creen que Europa sufre un desempleo masivo y está muy por detrás de Estados Unidos tecnológicamente. Pero esta visión está desactualizada desde hace décadas. En este punto, los adultos en sus mejores años laborales tienen en realidad algo más de probabilidades de estar empleados en las principales naciones europeas que en Estados Unidos. Los europeos también saben todo sobre tecnología de la información, y la productividad (producto interno bruto por hora trabajada) es prácticamente la misma en Europa que aquí.

Es cierto que el PIB real per cápita es generalmente menor en Europa, pero eso se debe principalmente a que los europeos toman mucho más tiempo de vacaciones que los estadounidenses, lo cual es una elección, no un problema. Ah, y debería tener en cuenta que existe una brecha cada vez mayor entre la esperanza de vida en Europa y Estados Unidos, ya que la calidad de vida es generalmente mayor si no estás muerto.

Para que quede claro, Europa no es una utopía. Hay muchos problemas reales, incluso en países con redes de seguridad social con las que los progresistas estadounidenses sólo pueden soñar. Suecia tiene un problema con la violencia de las pandillas. Dinamarca es una de las naciones más felices del planeta, pero aun así hay un número significativo de daneses melancólicos y el país ha experimentado un aumento del populismo de derecha.

Sin embargo, Europa se encuentra en una situación sorprendentemente buena, económica y socialmente, en comparación con casi cualquier otra parte del mundo.

(*) Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times

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