Voces

Saturday 18 May 2024 | Actualizado a 04:31 AM

Convivencia nacional

No hay muchos incentivos para que se instale una conversación serena sobre esta cuestión.

/ 2 de diciembre de 2017 / 04:09

El fallo del Tribunal Constitucional que posibilita la repostulación de autoridades electas ha desatado una gran controversia política y ha dividido a la opinión pública. Las dirigencias, de todos los sectores, tienen la responsabilidad de gestionar sus consecuencias con responsabilidad y apostando siempre a los mecanismos democráticos y electorales.

Como era previsible, esta decisión ha desencadenado una ácida controversia entre oficialismo y oposición, y por añadidura, fuertes divergencias entre los ciudadanos e incluso movilizaciones callejeras. Muchos argumentan que existen grandes riesgos cuando se permite un ejercicio del poder sin limitaciones temporales. Otros, también numerosos, piensan que es justificable abrir la posibilidad de que una autoridad pueda ser reelecta en la medida en que el pueblo le ratifique su confianza mediante el voto libre, secreto y universal. Ambas posiciones reflejan discusiones filosóficas de larga data, las dos validas, sobre los principios rectores de una democracia.

Hay de igual manera observaciones sobre el sustento jurídico del fallo, con interpretaciones y criterios mayormente contradictorios. Tampoco la accidentada secuencia de sucesos relacionados con esta cuestión, que empezó con la convocatoria al referéndum del 21 de febrero de 2016, ha contribuido a tranquilizar el clima de la opinión.

En resumen, no hay muchos incentivos para que se instale una conversación serena sobre esta cuestión, y menos aún para construir un mínimo de convergencias sobre su tratamiento. Da la impresión de que estamos condenados a la polarización y a un inicio prematuro del ciclo preelectoral, el cual parece que será incierto, disputado y con las pasiones desatadas.

Frente a este panorama, es nuestro deber mantener la serenidad, condición que nos ayudará a reflejar de manera equilibrada todas las razones y sentimientos en torno a estas situaciones. Pero también es necesario hacer un llamado a todos los actores políticos a que asuman plenamente la responsabilidad de sus decisiones, y a que mantengan cierta proporcionalidad en sus expresiones y actuaciones.

El oficialismo tiene el desafío de mostrar claramente que todos los derechos democráticos están funcionando plenamente en el país y, sobre todo, que existe una institucionalidad sólida que garantiza que al final será en una contienda electoral libre y transparente donde se solucionarán muchas de las diferencias, legítimas por cierto, que se han generado en la sociedad en estos años.

A su vez la oposición tiene, por supuesto, el derecho a criticar y hasta indignarse, pero éste no es un argumento suficiente para apostar por el debilitamiento de toda la institucionalidad como si la contienda se simplificara en un todo o nada catastrófico. Por último, todos los ciudadanos tenemos la obligación de evitar que el tumulto político desgarre la convivencia social y la tolerancia entre los bolivianos.

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El desprestigio de la ‘clase’ política

Guido Romay

/ 18 de mayo de 2024 / 00:26

Una vez más es necesario abordar la temática del rechazo y la indignación que ocasionan los “políticos” en la población y que derivan también en el denominado voto castigo cuando llega el momento de elegir o votar por una determinada opción política o candidatura.

Es lo que está ocurriendo en este último tiempo por ejemplo en la Asamblea Legislativa Plurinacional, donde unos y otros, oficialistas y opositores, evistas y arcistas, están cada vez más desgastados y desprestigiados porque cada quien pretende mostrarse como salvador de la patria, cuando en los hechos ocurre todo lo contrario, porque el común denominador en ellos es su interés personal o de grupo, y demagógicamente dicen defender o trabajar por los intereses de la patria…

Otra situación que origina indignación es la postura de los seguidores del expresidente Evo Morales y de él mismo como resultado de las pugnas y la división de la militancia del partido gobernante, ya que el Movimiento Al Socialismo (MAS) está en el peor momento de su historia y, tal como van las cosas, está camino a su autodestrucción.

A propósito de la facción denominada “evista”, sus portavoces y el mismo Morales en este último tiempo están empeñados en lanzar amenazas y advertencias con expresiones como del dirigente campesino Ponciano Santos, quien entre otras aberraciones dijo: “…correrá sangre en caso de que inhabiliten como candidato a nuestro líder Evo Morales”, y también habló de provocar una “guerra civil” en Bolivia.

Por su parte, el expresidente Morales, en tono amenazante, dijo que “por las buenas o por las malas”, él será nuevamente candidato presidencial y de no ser así, habrá convulsión social en el país, algo de lo que él y sus seguidores —como señaló— no serán los responsables, en cuanto a provocar luto y dolor.

A propósito de esta temática, el líder sudafricano Nelson Mandela sostiene lo siguiente: “Las mentes que buscan venganza, destruyen Estados; mientras que las mentes que buscan reconciliación construyen naciones. Al salir por la puerta de mi libertad supe que si no hubiera dejado atrás toda la ira, el odio y el resentimiento, todavía sería un prisionero. Somos lo que hacemos y no lo que decimos que vamos a hacer”.

En todo caso, cada vez es peor el desgaste, el desprestigio y la desconfianza de la ciudadanía contra oficialistas y opositores, contra evistas y arcistas, y ojo que se trata de señales muy riesgosas no solamente para la denominada “clase” política, sino también para la  democracia en Bolivia.

Guido Romay R. es periodista, profesor y escritor.

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Fútbol siete

/ 18 de mayo de 2024 / 00:23

Algún día aprendí que un equipo de fútbol se organiza de atrás para adelante, que la defensa se planifica y el ataque puede improvisarse. Que los centrales deben ser algo así como la guardia pretoriana de un onceno, los laterales deben ser primero vigilantes y si se puede, una vez liberada la zona de riesgo, combatientes de toque-ataque, de frente y costado (cómo no recordar a Cafú y Roberto Carlos), y que los delanteros están para inventar el desastre que pueda despatarrar a la defensa contraria, que al igual que la propia debe estar conformada por gladiadores dispuestos a evitar que pelota y rival pasen, y las posibilidades de que la portería propia no sea batida sean apreciablemente grandes. Defender es planificar, atacar es inventar, defender es recuperar la pelota de los pies del adversario, atacar es manejar la pelota para que el rival no pueda robarla y así enfilar hasta el otro arco y marcar.

Veo al Bolívar de Flavio Robatto perder por goleada contra el Flamengo de Tite, y lo primero que puede percibirse es que la Academia está organizada exactamente al revés: de adelante para atrás. Tiene los mejores delanteros del fútbol boliviano, un punta como Fran da Costa siempre con el arco entre ceja y ceja, mientras sus diabólicos muñecos-amuleto, Chucky y su novia Tiffany, descansan en el vestuario haciendo vigilia o brujería, quién sabe, para que Shico (así se pronuncia en el sur del Brasil) esté en condiciones de descoserla y anotar. Sus compañeros son Patricio Rodríguez (su sobrenombre, Patito, no le hace justicia a su temperamento), extremo izquierdo de gran movilidad que incursiona por la banda hacia adentro, lo mismo que hace por derecha Bruno Savio con la misma disposición escurridiza y eficacia para ingresar en el área rival, y él mismo, o alguno de sus socios estratégicos, hacer goles sin atenuantes.

Da Costa-Rodríguez-Savio conforman uno de los mejores frentes de ataque de Sudamérica, como se puede comprobar en esta Copa Libertadores en pleno desarrollo, y si a ellos le sumamos la conexión con Ramiro Vaca que abastece muy bien la zona combustible de Bolívar, respaldado por Justiniano y Saucedo en la mitad de la cancha, Bolívar con la pelota tiene necesariamente que ser protagonista, por iniciativa y calidad, y por ello no es casual que encabece la tabla de posiciones en su grupo y esté a medio paso de clasificarse por segundo año consecutivo a octavos de final. 

De vanguardia, con características de excelencia, Bolívar es un equipo inversamente proporcional hacia atrás, con una retaguardia que puede terminar de darle la razón al colombiano Faustino Asprilla que afirmó con desconsideración e irrespeto que “los bolivianos son de madera”. Bueno, en realidad, de madera podría ser uno que no es boliviano, Orihuela, central uruguayo que pifió una pelota a título de despeje y que ocasionó el segundo gol de Flamengo. Al minuto de iniciado el partido, Saavedra, que de lateral tiene nada, había dejado expedita la banda izquierda en la que debía estar para cubrir a Gerson, que anotó la apertura e inició el festival que concluyó con un 4-0 sin discusiones y que parece no incidirá en la inminente clasificación bolivarista, a falta de una fecha para la conclusión de la fase de grupos.

Con Orihuela, o mejor dicho, sin Orihuela, uno menos. Con Saavedra improvisado como lateral izquierdo, dos menos. Con Sagredo de lateral derecho, tres menos. Y con el recientemente recuperado de una lesión, el ecuatoriano Ordóñez, cuatro menos. Dos centrales y dos laterales que le hacen transpirar la gota fría al portero Carlos Lampe, que ataja muy bien, pero al que se le cuestiona por no saber manejar los pies. A rezar bolivaristas, el equipo más campeón del fútbol boliviano y con más participaciones en torneos internacionales puede contar con siete futbolistas que garantizan calidad y eficacia, pero, lamentablemente, con una base defensiva a la que puede poner en problemas el Fla, pero también el principiante y flamante campeón San Antonio de Bulo Bulo. Si se sabe atacar a Bolívar, la chapa de gran equipo se le puede terminar oxidando.

Hay que ser justos y memoriosos: con Roberto Carlos Fernández, que se fue al Baltika Kaliningrad de Rusia, y Diego Bejarano, que ahora está en Oriente Petrolero luego de una salida con portazo incluido, Bolívar contaba con laterales solventes y experimentados, y con otro uruguayo, el indisciplinado y violento Bentaberry, había más solidez en la zaga junto a Sagredo (no sé cuál es José y cuál Jesús, disculpas por mi desinformación, pero los gemelos pueden confundirnos). Para decirlo pronto y fácil: Bolívar tiene un equipo de siete, no de 11 futbolistas. Son el portero, los mediocampistas y el tridente ofensivo. La línea de fondo, habitualmente línea de cuatro, es un lamento boliviano. El presidente del club, Marcelo Claure, anuncia reajustes o refuerzos cuando se abra el libro de pases. Es justo y necesario. Un equipo con la historia y las ambiciones de Bolívar, necesita 11 futbolistas en el campo. No siete.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Ya nadie cree en nada

/ 18 de mayo de 2024 / 00:20

La realidad, tarde o temprano, desnuda las ilusiones de los dirigentes. Los sucesos de estas semanas están mostrando que ninguno de los problemas que erosionaban la gobernabilidad se han solucionado un ápice. Al contrario, se están agravando. Un clima espeso de incertidumbre y desconfianza se está instalando, la pregunta es hasta dónde llegará y si las dirigencias se darán cuenta de los riesgos que esto entraña para su propia sobrevivencia.

Ninguno de los patéticos intentos de mostrar músculo de los actores de la tragicomedia parece surtir efecto. El conflicto en el oficialismo sigue ahí al ritmo de congresos para todos los gustos, barrocas manipulaciones judiciales y declaraciones rimbombantes de refundaciones y resistencias heroicas.

Pocos se acuerdan del evento de Lauca Ñ, salvo los abogados de Evo que siguen creyendo que a punta de sus interpretaciones se resuelve algo. El más reciente happening alteño de la otra ala masista tuvo sus dos días de fama para luego ser puesto en duda hasta por sus propios creadores, flor de un día, sunchu luminaria. Cada día se hace más difícil mantener la atención de la ciudadanía y darle algún sentido al berenjenal. Ahora todos piden unidad y diálogo, como hace un año. No hay pues solución. Mientras, qué pérdida de energía y tiempo.

Si fuera solo una cuestión acerca del futuro de esa dirigencia, la verdad no sería tan grave. El problema es que se supone que nos gobiernan y por tanto las ondas expansivas de su insensatez nos están afectando a todos. 

El derrumbe en 24 horas de una norma anodina que modernizaba el registro de derechos reales y la nueva exacerbación de la discusión sobre la falta de dólares son apenas las señales visibles de un clima social terriblemente descompuesto. No sé si la gente del Gobierno lo entiende, pero las condiciones para tomar decisiones o hacer algo sustantivo en el país se están volviendo casi imposibles.

La mayor anomalía no es la irresponsabilidad e ignorancia de los que se dedican a sembrar noticias falsas y estupideces con tal de dañar al adversario, o la abierta complicidad de alguno de ellos con las mafias que se benefician con la caída de esas normas. Algo de eso ya pasó cuando por causas justas tumbaron la ley sobre las ganancias ilícitas y no aprendemos. La polarización está siendo instrumentalizada en beneficio de los maleantes y además algunos se sienten orgullosos de esa gesta, a eso hemos llegado.

Lo más preocupante es la facilidad social de la propagación del rumor y la incapacidad de las instituciones estatales para enfrentarlo, al punto que la única salida resultó ser una rendición fulminante. Nadie cree en nada, sobre todo si es expresado por autoridades públicas.

Lo cual tampoco debería sorprendernos a la vista de los contubernios entre políticos, jueces y fiscales, la colección de medias verdades acerca de la situación económica a las que se nos está acostumbrando o la deplorable reputación de la mayoría de voceros de todas las fuerzas políticas. Es decir, la erosión permanente de la palabra oficial e institucional tiene costos en aspectos insospechados.

Y esta no es la enésima kayqueada de un columnista fatalista o dador de lecciones, no suele ser mi estilo. Preocupa la consolidación de ese tipo de clima social en un contexto en el que la situación económica es muy delicada y estamos a punto de entrar a un año electoral feroz. Sin un mínimo de confianza en las instituciones y capacidad de las autoridades para explicar y convencer a la gente sobre la sensatez y legalidad de sus decisiones, estamos fritos.

En concreto, la “pradera social” se está secando rápidamente, con un sistema de partidos dedicado a autodestruirse, que pierde credibilidad, y gente con temor y sin expectativas de futuro como lo muestran las encuestas.

En consecuencia, la pregunta no es de dónde vendrá la chispa que podría incendiar la pradera dada la cantidad de pirómanos sueltos, sino si tendremos, desde algún lado, dirigentes o autoridades que asumirán la responsabilidad de atenuar esas pulsiones, serenar al país y viabilizar una resolución democrática de nuestros líos.

Me temo que la pelota está ahora principalmente en la cancha del Gobierno, que guste o no tiene el mandato de dirigirnos y que debe reordenar mínimamente el escenario político y económico por el bien de la nación, y de instituciones como el Tribunal Supremo Electoral que deben mostrar su temple y no inmolarse al cohete por las presiones de unos y otros. Así de frágil está la cosa.  

Armando Ortuño es investigador social.

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Familias: sentidos en disputa

Uno primero se remonta a la discusión que se generó alrededor del Código de Familias que fue promulgado en 2014

Verónica Rocha Fuentes

/ 17 de mayo de 2024 / 11:18

A mediados de esta semana se celebró el Día Internacional de las Familias a nivel global. Valga la ocasión para rememorar un par de momentos en el pasado de mediano y corto plazo en Bolivia, en los que se intensificó la batalla cultural con foco en este tema.

Uno primero se remonta a la discusión que se generó alrededor del Código de Familias que fue promulgado en 2014. Entonces corrían tiempos en los que el proyecto que encabezó el MAS-IPSP había logrado proponer soluciones a algunos problemas socioeconómicos y el gobierno contaba con una nutrida legitimidad que le permitió adentrarse durante esos años en algunos de los temas más culturales de nuestra sociedad, en clave de desarrollo normativo del texto constitucional garantista que había sido aprobado mayoritariamente en 2009.

Lea: De cloacas y lodazales

Entonces, incluso dentro del mismo MAS-IPSP se libró una pugna de sentidos entre las posiciones conservadoras y progresistas que compartían partido y gobierno en ese momento (estas posturas habían quedado bastante develadas en 2010 por el tema del derecho a elegir). Y, claro, de manera externa al gobierno, no quedaron exentas las voces desde iglesias varias y organizaciones que, con el foco territorial en Santa Cruz, defendían sus posturas conservadoras ante lo que se entiende como familia (entonces así, en singular).

De ahí que el resultado del debate puntual sobre este tema —mediado por una Asamblea Legislativa Plurinacional que aún representaba estas posturas y, sobre todo, funcionaba como tal— terminó dando como resultado una normativa que finalmente plantea, hasta el día de hoy, una visión diferente de la estructura de familia, del derecho de filiación, de la emancipación y de la asistencia familiar, entre otros asuntos.

Por el otro lado, así sea a nivel local y se haya visibilizado de forma intempestiva, el pasado 2023, en fechas similares a las de hoy, existió también un momento político en el que una concepción más conservadora de lo que se entiende por familia retomó la palestra política y discursiva a nivel local. El denominado Family Fest (evento que se organiza a lo largo del globo con el objetivo de “recuperar” la noción de “familia natural”) tuvo lugar en la ciudad de Santa Cruz y fue apoyado por la Gobernación del departamento. Entonces, el evento tuvo una para nada desdeñable concurrencia, pero sobre todo inversión de recursos que lo amplificaron en varios niveles. Fue la ocasión en la que Agustín Laje estuvo en Bolivia para decirle a nuestra sociedad que las políticas que amplían derechos para las mujeres buscan la “demonización de los hombres”. Este año, la llegada del Día de las Familias parece haberle pisado los talones (y los bolsillos) a una Gobernación que con el liderazgo de Creemos (ala camachista), en 2023 avanzaba decididamente hacia la implementación de normativa y políticas (en consecuencia recursos) de corte conservador.

Por el momento, por las desafiantes pugnas de poder que atraviesa la Gobernación y la Asamblea Legislativa Plurinacional de Santa Cruz, esa intentona neoconservadora parece haber pasado a un segundo plano, lo que no significa que el sentido cultural respecto a cómo la sociedad y el Estado entienden a las familias dejará de ser una importantísima asignatura por disputar desde la política. Pero su funcionamiento cotidiano seguirá siendo una experiencia personal, vital, identitaria y cambiante, multiplicada por todas sus posibilidades y cada una de las vivencias; cuya bandera —ya se ve— será levantada desde la política institucional solamente cuando los intereses de cambio y/o preservación cultural estén amenazados.

(*) Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka

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La guerra de Trump

Y si Trump es reelegido, algunos de sus aliados ya están planeando complacer e institucionalizar sus vislumbres autoritarios

Charles M. Blow

/ 17 de mayo de 2024 / 11:12

En un mitin en Wildwood, Nueva Jersey, Donald Trump dijo que si es reelegido, “deportará inmediatamente” a cualquier manifestante universitario que “viene aquí de otro país y trata de traer el yihadismo, el antiamericanismo o el antisemitismo”. Por supuesto, Trump se basa en la imprecisión lingüística. ¿Qué significa “tratar de traer”? ¿Estamos utilizando sus definiciones de yihadismo, antiamericanismo y antisemitismo? ¿Cómo se monitorearían esos sentimientos? ¿Las deportaciones serían extrajudiciales? ¿Las deportaciones serían solo de titulares de visas de estudiantes o incluirían a titulares de tarjetas verdes?

Esta promesa de campaña —esta amenaza— no solo es inviable; es ridícula. Pero es una poderosa propaganda. Vincula el mensaje de nativismo y xenofobia de Trump con una de sus fijaciones: un enfoque de mano dura ante las protestas que desafían sus creencias o intereses. Pero lo que Trump parece ver como una debilidad es en realidad una de las fortalezas de Estados Unidos: la Primera Enmienda. Protege no solo la libertad de expresión sino también la libertad de reunión pacífica. La Primera Enmienda también protege la libertad de prensa, que ha estado bajo constante ataque por parte de Trump. Sus incesantes referencias a los medios de comunicación como “enemigos del pueblo” no solo han ayudado a envenenar el sentimiento público sobre la confiabilidad de los hechos básicos; Durante mucho tiempo ha expresado su deseo de erosionar la libertad de prensa en el país en general.

Consulte: Jerrod Carmichael

En muchos sentidos, Trump está en guerra con la Constitución. En 2022, pocas semanas después de anunciar su campaña actual, recurrió a las redes sociales y continuó con su mentira de que las elecciones de 2020 habían sido robadas, y escribió: “Un fraude masivo de este tipo y magnitud permite la terminación de todas las reglas, regulaciones y artículos, incluso los que se encuentran en la Constitución. ¡Nuestros grandes ‘Fundadores’ no querían ni tolerarían elecciones falsas y fraudulentas!” De hecho, uno de los mayores temores de los fundadores era un demagogo populista.

Y si Trump es reelegido, algunos de sus aliados ya están planeando complacer e institucionalizar sus vislumbres autoritarios. Gran parte de lo que han planeado implica remodelar el poder ejecutivo y explotar el poder regulatorio. Pero sería imprudente pensar que Trump se limitaría de esta manera. Con un Congreso servil también podría, potencialmente, promulgar leyes que socaven la Constitución. Hemos visto esto antes. En 1798, temiendo una posible guerra con Francia, un Congreso controlado por el Partido Federalista aprobó una serie de leyes conocidas como Leyes de Extranjería y Sedición, que permitían al presidente deportar a “extranjeros” y permitir el arresto, encarcelamiento y deportación de ciudadanos de un país enemigo durante tiempos de guerra. La Ley de Sedición hizo ilegal “imprimir, pronunciar o publicar… cualquier escrito falso, escandaloso y malicioso” sobre el gobierno.

Como explica el Archivo Nacional: “Las leyes estaban dirigidas contra los demócratas-republicanos, el partido típicamente favorecido por los nuevos ciudadanos. Los únicos periodistas procesados en virtud de la Ley de Sedición fueron editores de periódicos demócratas-republicanos”. La Ley de Sedición ya no figura en los libros, pero ahora se considera ampliamente que es inconstitucional. Es alarmante ver a tantos estadounidenses encogerse de hombros cuando un ex presidente plantea una idea similar.

Como Benjamín Franklin publicó en su periódico, medio siglo antes de que se redactara y adoptara nuestra Constitución: “La libertad de expresión es el pilar principal de un gobierno libre; cuando se quita este apoyo, la constitución de una sociedad libre se disuelve y la tiranía se erige sobre sus ruinas”. Esa parece ser la ambición de Trump.

(*) Charles M. Blow es columnista de The New York Times

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