Tristes terrestres
La tierra ya no nos pertenece. Esta es una de las conclusiones del reciente libro, algunos dirán un panfleto filosófico-político, del sociólogo y filósofo de las ciencias Bruno Latour (¿Dónde aterrizar? La Decouverte, París, 2017). El brexit y la estrepitosa salida de EEUU del Acuerdo de París contra el cambio climático adoptado en 2015 en la COP 21 tienen una consecuencia política mayor, tremenda: las élites de los países más poderosos del mundo han convertido sus territorios en fortalezas, y al negar el cambio climático se han desvinculado de los problemas globales y de la suerte de la Tierra. La humanidad se ha dividido en dos facciones: los terrestres, nosotros, y los que viven “fuera del suelo” o cada vez más cerca del cielo.
El derrumbe de los “socialismos reales”, a principios de los 90, celebrado como “fin de la historia”, según la célebre y no menos equívoca tesis de Fukuyama, marcó el advenimiento de una nueva época. Nueva época, nuevo mapa del mundo. La globalización se alzó de repente como el nuevo mantra del siglo XXI; el mercado mundial, el internet, la revolución de la ciencia, las migraciones masivas y la tecnología digital crearon la ilusión de que, al fin, el mundo era un territorio común, una herencia que había que conservar para evitar el apocalipsis ambiental.
Pero en ese mismo momento se pusieron en acción tres procesos que torpedearon esa utopía: la explosión de las desigualdades sociales, la desregulación (que supone la pérdida de soberanía de los Estados-nación) y la descarada negación del cambio climático por parte de los poderosos. Estos hechos se combinaron de una manera letal; por ejemplo, los cambios climáticos causaron una masiva migración del África y Medio Oriente hacia Europa, millones de personas se encontraron privados de tierra para siempre. La globalización excluía y empobrecía.
Ese momento pospolítico ha terminado con la ruidosa victoria del radicalismo nacionalista de Donald Trump y con el fracaso de los movimientos ambientalistas. Ahora comienza otro momento, caracterizado por la centralidad de la lucha de clases en clave geopolítica y cuyo eje será la defensa intransigente del homeland. Las ideas de terruño y patria están de retorno y son cada vez más poderosas, pues no solo abarcan un hondo sentido de pertenencia, sino también la apropiación de recursos naturales esenciales para la sobrevivencia: agua, tierra.
El texto de Latour termina como debe terminar un gran panfleto. El desafío de la época es construir un nuevo mapa (o globo terráqueo, mejor) de los clivajes sociales y geopolíticos, desplazando la tensión global/local e izquierda/derecha hacia un tercer referente semántico: lo terrestre. Ni global ni local, una nueva esfera, la única que existe, pero debe ser creada, obviamente.