Residuos minerales en superficie (parte I)
La actividad minera empresarial deja por otra parte importantes ‘residuos minerales’.
La soledad de un campamento minero abandonado tiene la magia de concentrar toda la nostalgia de días pasados de ardua labor, ganancias muchas veces importantes y el jolgorio por los descubrimientos, pequeños o grandes, que se realizaron durante la vida productiva de ese yacimiento. Por lo menos el país nunca se planificó lo que serían estos pueblos mineros que se desarrollan en la periferia al compás alegre de la bonanza, cuando ésta se acaba. Se piensa en todo menos en que algún día la gente de estos campamentos mineros debiera migrar o adecuarse a los cambios.
Algunos de estos pueblos con grandes concentraciones de gente como Llallagua, Uncía o Corocoro, para hablar de los más conocidos, tienen estructuras citadinas muy importantes, cuyo destino es el colapso sin una alternativa económica que debió planificarse en su debido tiempo.
Lentamente agonizan con los restos de las empresas que se alejan, y se resisten a perecer con minería informal y acudiendo al comercio, que siempre halla la manera de ganar el centavo en un ambiente así.
La actividad minera empresarial deja por otra parte importantes “residuos minerales” (desmontes, colas de ingenio, pallacos, etc.), que a manera de elixir y por la magia de los adelantos tecnológicos en algunos casos se convierten en recursos minerales que pueden explotarse, contribuyendo con ello a disminuir la contaminación ambiental. En las próximas entregas de esta columna deseo ocuparme de estos residuos de la actividad minera, en el sentido de políticas sectoriales que debieran considerarse tomando en cuenta la magnitud del problema y las perspectivas de mejorar la vida de estas comunidades.
En mi paso por el Ministerio de Minería propuse algunos lineamientos para activar la explotación de estos residuos. En ese tiempo se contabilizaban en lo que llamé residuos minerales en superficie, sin considerar acumulaciones naturales típicas de las zonas de actividad minera tradicional como pallacos (clastos mineralizados en la ladera de yacimientos primarios), llamperas (acumulación por gravedad de bloques mineralizados, especialmente con wólfram, en la parte baja de la topografía), arenas, gravas etc.; 45 millones de toneladas (t) de desmontes de mina y 88 millones de colas de ingenio con interesantes contenidos de mineralización residual solo en la minería estatal.
Intentos de aprovechar estos depósitos mineralizados han habido siempre. Recuerdo la mención de Ernesto Philipp, un antiguo técnico de la entonces Compañía del Cerro Rico de Potosí, de un intento de recuperar estaño de menas de baja ley mezclándolas con colas de flotación ricas en piritas, agitando la mezcla en ausencia de aire; se descomponía la casiterita en sulfuro de estaño volátil que era capturado en la etapa final del proceso. La reacción producía también arsénico, que afectó la salud de los trabajadores, por lo que el experimento que se llevó a cabo en la enigmática Planta Tayton se descartó como intento de producir estaño (http://industryclick.com 21.04.01).
Esta planta que funcionó en los primeros años del siglo XX era objeto de múltiples comentarios, desde que se trataba de una planta para experimentos de energía nuclear, hasta que era utilizada para fabricar partes de armamento. Los comentarios en el imaginario colectivo se mantuvieron hasta entrado el siglo XX. Hoy aquella planta está en ruinas. Las piritas de la anécdota contenían restos de mineralización de plata, por lo que Philipp intentó recuperarla con algún suceso que no tuvo en su tiempo el apoyo de la empresa, y el intento terminó en el olvido, como ocurre con muchas iniciativas (continuará).