Chivos en el corral
En cada régimen de gobierno se instala un corral de chivos, corderos y cabezas de turco.
El chivo es la cría macho de la cabra. Así se los llama desde que dejan de mamar hasta que llegan a la edad de procrear. Los llamados chivos expiatorios eran los machos cabríos que el sumo sacerdote sacrificaba para expiar los pecados de los israelitas. Una variante es la cabeza de turco, llamada así a la persona a quien se le achaca todas las culpas para eximir a otras. Su origen tiene que ver con la influencia del Imperio otomano en Europa y su posterior declinación. Junto con estas construcciones persecutorias, también tenemos al Cordero de Dios, uno de los nombres dados a Jesús, hijo de Dios hecho hombre en la religión cristiana, y que se prolonga en el cordero pascual que se come para celebrar la Pascua judía y cristiana.
Con sentido del humor plurinacional, un avezado descolonizador me dijo que estos términos no deberían ser usados por los bolivianos, habida cuenta de que los chivos y los corderos acompañaron a los conquistadores y no son originarios de nuestros territorios. Por tanto, era mejor que los denomináramos Inti Cuy en lugar de Cordero de Dios, y llama expiatoria en vez de chivo expiatorio.
Lo cierto es que en cada régimen de gobierno se instala un corral de chivos, corderos y cabezas de turco, porque son imprescindibles a la hora de superar las crisis provocadas, casi siempre, por los mismos gobernantes.
Uno de los ejemplos paradigmáticos que usa René Girard en su texto El chivo expiatorio es el de Edipo. Expulsado de Tebas como responsable de la epidemia que se abatía sobre la ciudad, Edipo está de acuerdo con los verdugos porque en su fuero interior considera que la desgracia empezó después de haber matado a su padre y de casarse con su madre. Por ello está dispuesto a asumir su culpa individual para generar un aparente consuelo para la colectividad.
En el siglo XIV, cuando la peste asolaba Europa, los gobernantes tenían a la mano sus chivos expiatorios: los judíos. Se hizo correr la noticia de que ellos habían emponzoñado los ríos ocasionando la peste. Esto generó una histeria colectiva sin precedentes en la historia, dando lugar a matanzas indiscriminadas de familias enteras con ese pretexto, legitimado por sectores fanáticos de la Iglesia.
La caza de brujas durante la Edad Media también formaba parte de ese corral. Además, cuando expiaban su “culpa”, los gobernantes brindaban a la multitud un espectáculo escalofriante para contentar a una opinión pública sobreexcitada por los rumores. Así, reyes y obispos protegían tronos y solios cuando la sequía y las guerras sumían en extrema miseria a sus naciones.
Al contrario de Edipo, quien reconoció su falta, el subteniente de la Policía acusado de matar al estudiante de la UPEA Jonathan Quispe niega haber sido el que disparó la canica que segó su vida. Niega lo que afirman los gobernantes que antes quisieron encontrar a otros chivos expiatorios entre los propios estudiantes universitarios. La culpa está en medio de la cancha y la multitud no está controlada con el chivo, porque éste no es Edipo ni el Cordero de Dios.
Así, la popularidad de Jesús y su doctrina pusieron en vilo a los gobernantes de entonces y había que poner “orden” para evitar la destrucción del Estado judío.
Por ello Caifás debía decidir la muerte del Cordero indefenso y convencer a los jefes de la tribu, quienes finalmente concluyeron: “Sí, es cierto, es mejor que perezca un hombre y no perezca la nación”. Lo que dice Caifás es la razón política, la razón misma, la razón del chivo expiatorio. Girard expresa: “(Se debe) limitar la violencia al máximo, pero si es preciso recurrir a ella en último extremo, para evitar una violencia mayor… Caifás encarna la política bajo una forma superior y no la inferior. Es el mejor de los políticos” (cf: 2010, pg. 151).
Esta manera de reducir la crisis a un chivo expiatorio y a un muerto es la premonición de un colapso mayor. Así, después del sacrificio de Jesús, el Estado judío hizo aguas. Por eso a veces es mejor degustar un queso de chivo, acompañado de jamón tarijeño y un vino Carmenere, antes de que nos “induzcan al error” de imprevisibles consecuencias. Si las instituciones no responden, la multitud se expresa y presiona, eso dice la historia.
Es artista y antropólogo.