Septiembre…
Al menos dos septiembres quedaron para siempre en la memoria. El primero, hace 45 años, tiene los sonidos de las últimas palabras de Salvador Allende desde La Moneda, en Santiago, anunciando su decisión de entregar su vida para defender al pueblo de Chile, con voz serena, firme, relatando los sucesos que meses antes habían hecho previsible un golpe de Estado. Ello junto a las órdenes de Pinochet reclamando por el atraso del bombardeo contra el palacio de gobierno. Mientras escucho estas palabras, recuerdo los boicots que había visto en Santiago con el desabastecimiento de alimentos, huelgas de transportistas, rumores sobre horrores que los comunistas cometerían con la gente en las ciudades y el campo. Pero los verdaderos horrores vendrían después con Pinochet, los cuales con absoluta crueldad también nos llegaron a los bolivianos con el Plan Cóndor y los dictadores que se impusieron en el Cono Sur.
Después de los sonidos del bombardeo a La Moneda llegaron nuevamente las voces de los comandantes golpistas que daban cuenta del Presidente chileno muerto en su despacho, solo y consecuente. “Que lo embalen en un cajón, lo metan en un avión, que lo entierren en Cuba”, decía despreciativo Pinochet con su voz circense, la misma con la que ordenó torturas y ejecuciones hasta sumar 40.000 víctimas entre estudiantes, obreros, artistas; ellos y sus familias, gente común y corriente considerada peligrosa por pensar diferente.
El otro septiembre que permanece en la memoria es el del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York. El 11 de septiembre de 2001 llegó con imágenes y en tiempo real. El mundo quedó paralizado frente a los televisores. Interrumpí el programa que en ese momento realizaba en Radio Universidad, para relatar lo que veíamos en el cable. No podíamos creer, parecía una película apocalíptica hollywoodense, donde el Presidente de Estados Unidos da las órdenes para salvar el mundo que está siendo invadido por alienígenas. Pero no, todo era real. El ataque, las personas que preferían lanzarse desde los pisos de esos rascacielos antes de morir quemada, el desplome, el polvo que cubría las calles de Manhattan, el llanto que acompañamos con llanto frente a las pantallas aún permanecen en la retina del cerebro y lo harán para siempre.
Todo quedó paralizado al menos por unos instantes en la radio, en los trabajos, en los colegios, en las universidades, y seguimos con asombro y desconcierto lo que sucedía lejos de aquí, pero dudando si nos llegaría, si era el fin anunciado desde el principio de la historia. Desde entonces cambió la forma de conocer las noticias. La demanda por ver en vivo y en directo, por filmarlo todo ya no tiene límites, para bien o para mal. Fuimos testigos, vivimos esos momentos de la historia; por eso la urgencia de mantener la memoria.