La Fiesta de la Humanidad
¿Qué atrae a esa gente ávida de compartir el evento que anualmente se organiza en septiembre desde 1930?
La ascensión fulgurante e inesperada de Emmanuel Macron a la presidencia de Francia significó la casi demolición de las tradicionales fuerzas políticas del país galo tanto de derecha como de izquierda, entre ellas el Partido Comunista Francés (PCF). Sin embargo, la semana del 14 al 16 de septiembre pasados, resurgió de los escombros una enorme masa de las izquierdas dormidas que por un momento olvidaron sus diferencias parroquiales.
Comunistas, socialistas, socialdemócratas, anarquistas, trotskistas y nostálgicos “compañeros de ruta” (también apodados tontos útiles) fueron parte de los 800.000 participantes contados y censados en la entrada del parque aledaño al aeropuerto Le Bourget. Trenes especiales repletos de comensales partieron de la estación del Norte de París en viaje directo. ¿Qué atrae realmente a esa gente ávida de compartir el evento que anualmente se organiza en periodo septembrino desde 1930? La principal motivación es recaudar fondos en respaldo del diario La Humanidad, fundado por el célebre socialista Jean Jaures en 1904 y que aún continúa saliendo regularmente.
Desde entonces, este evento ocupa un extenso campo que alberga kioskos de venta de comidas rápidas, bebidas, banderolas y camisetas, libros, revistas; junto con artesanías africanas, asiáticas y latinoamericanas. En otros galpones se acomodan pequeños anfiteatros para los debates sobre temas políticos, culturales, sindicales o deportivos. Más allá, se montan escenarios varios donde se ofrecen conciertos de música moderna, rockeros de toda marca, cultores del jazz o salseros colombianos y cubanos. Pero lo más impresionante es una explanada que hospeda a 100.000 espectadores para mostrar espectáculos sensacionales de luces y sonidos que maravillan a los asistentes.
Toda esa parafernalia está envuelta en una atmósfera de fraternal camaradería entre el público mayoritariamente joven. Muchachas y garzones que bailan, beben, cantan, fuman marihuana, distribuyen volantes y expresan sus confusas reivindicaciones siempre basadas en la justicia social, el rechazo a toda discriminación racial o sexual, su apego a las tendencias ecológicas y su repudio a la derecha cavernaria o a la izquierda “caviar”. Pero recorriendo las callejuelas de la descomunal feria rememoré pasadas ocasiones en que encontré y discutí con Georges Marché, el notorio caudillo comunista que animaba la lucha durante la Guerra Fría, cuando la intensidad de la contienda era más amena. Era una rebeldía con causa. En cambio, esta vez participé, para divertirme, en un cálido debate en el stand de “Lucha Obrera”, poblado modestamente de agitadores trotskistas.
En ausencia de la legendaria Arlette Laguiller, a su alterno lo puse en figurillas al precipitar en el diálogo el caso de Venezuela, y exponer la epidemia de la corrupción que desgraciadamente rima con revolución en una América Latina decepcionada de falsos profetas impostores. En mi nostalgia acerca de que cualquier tiempo pasado fue mejor, extrañé no escuchar la dulce voz de Mireille Mathieu o la de Joan Baez. Los artistas que aparecen hoy son de menor nivel.
Nota emblemática fue la soberbia ejecución coral de La Internacional seguida de la Marsellesa, cuya letra pareciera de actualidad particularmente cuando se clama y reclama “a las armas, ciudadanos”, un grito olvidado entre la juventud que se resigna, mansamente, al imperio de las tiranías. Al respecto, cabe registrar la respuesta que dio un muchacho al periodista: “¿Por qué cree que la juventud no participa? ¿Por ignorancia o por indiferencia?”. La respuesta: “no sé, ni me interesa”.