Naturalizamos la corrupción
Debemos entender que la corrupción es la acción y efecto de corromper o corromperse, según la Real Academia de la Lengua Española; y no es una cuestión exclusiva de políticos, administradores de justicia, policías u otros, sino de todos y cada uno de los ciudadanos.
Estudia Derecho, hijo. Te vas a ganar tus pesitos extra”, aconseja el abuelo Román a su nieto. Él no tiene ni la menor idea de que la corrupción es un delito.
Cree firmemente que a la abogacía hay que sacarle “ventajas”. Toda su vida buscó aprovechar la situación de una u otra forma. No es un tipo malo, pero actuó mal siempre. “El vivo vive del tonto”, sentencia, orgulloso.
Al igual que don Román, quien vive bajo sus abuelos conceptos, todos somos corruptos en diferentes niveles y formas. “Muñequeámelo pues, hermano”, “Vos que trabajas en la Policía, ayúdame con…”, “Nosotros nos quedamos con una parte del dinero, por el esfuerzo…”, “Tienes que darle unos Bs 100 para que acelere tu trámite”, “Si entras por aquí, no haces fila”… Son interminables los errores que cometemos día a día.
“Es normal. No es lo mismo que actuar como político corrupto”, dirá más de un ciudadano maleado que se justifica. Pero no, no es así. Al final, como dice el proverbio, quien roba un lápiz o 1 millón de dólares es igual de ladrón. Entendiendo esa premisa popular: es tan corrupto el fiscal, juez u otro espécimen viciado del derecho boliviano que aquel que comete un delito, que el ciudadano que se coló en la fila del minibús.
Debemos entender que la corrupción es la acción y efecto de corromper o corromperse, según la Real Academia de la Lengua Española; y no es una cuestión exclusiva de políticos, administradores de justicia, policías u otros, sino de todos y cada uno de los ciudadanos.
Con todo, debería darnos tanto asco y repudio el actuar difundido por el audio de la tristemente célebre jueza Patricia Pacajes (sobre el caso del bebé Alexander), como el vecino que sobornó al policía de tránsito con Bs 10. Escribir sobre Pacajes sería perder el tiempo y desgastar el teclado sin razón. Sin embargo, se puede decir que esa señora (le queda gigante el título) es el reflejo de lo dañada, destrozada, podrida y aniquilada que está la Justicia boliviana.
En otro tiempo-espacio, Román (nieto) estudió de manera dedicada para aprobar el examen de admisión a la carrera de Derecho, que otros superaron pagando por las respuestas. Terminó la universidad y consiguió un trabajo por mérito propio. No tuvo que pedir que un amigo o un familiar muevan sus influencias para poder “acomodarlo”. Él hace la fila diaria de la manera correcta, no pide una “muñequeada”, se hace responsable de sus errores y acciones, y es enemigo de la sonada corrupción. Parece un cuento de hadas, ¿no es cierto? pero en realidad así debe ser, así debemos ser. Todos, en un momento de la vida, hemos pasado por esta dicotomía. ¿Somos un abuelo o un nieto Román?
Es periodista de La Razón.