Voces

Monday 10 Jun 2024 | Actualizado a 13:02 PM

¿Qué pasó en La Haya?

Este triste destino confirma que la improvisación en diplomacia tiene un alto costo que pagar.

/ 6 de octubre de 2018 / 05:09

El fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) en el diferendo Bolivia vs. Chile sorprende no por su radical decisión, sino sobre todo por la contundencia de su argumentación. Solamente dos jueces (Nawat Salam y Patrick Robinson) junto, como no podía ser de otra manera, al juez ad-hoc por Bolivia, Ives Daudet, manifestaron su desacuerdo. Claudio Grossman, el agente chileno, henchido de gozo, saludó el veredicto como un día de victoria del derecho internacional. ¿Pero qué anduvo mal para arribar a este catastrófico resultado? Analicemos, fríamente, el escenario.

La víspera del Día “D”, al promediar las 18.00, la comitiva boliviana entró presurosa al Crowne Plaza Hotel en fila india, para asistir a una reunión convocada por el Presidente del Estado. Más que de funcionarios, el cortejo parecía un desfile de pavos reales. Todos trasuntaban triunfalismo y se apresuraron a redactar el mensaje a la nación, celebrando la victoria. Un gafe dramático, primero porque no era aconsejable la presencia física del Jefe de Estado de una de las partes ante un fallo aún incierto. Y segundo, porque se lo exponía a padecer en carne propia un fusilamiento jurídico y mediático inmisericorde, como finalmente ocurrió.

El fatídico 1 de octubre, el Mandatario boliviano llegó al Palacio de la Paz poco antes de las 15.00 precedido de cuatro motocicletas. Evo Morales emergió raudamente de la limusina presidencial triunfante y risueño. Le seguían sus conmilitones con sombrero o despeinados. Cuatro expresidentes completaban la cofradía. Cuando el presidente de la CIJ, Abdulqawi Ahmed Yusuf, inició la lectura de los nueve argumentos bolivianos y uno a uno los fue echando al canasto, el aire de triunfalismo comenzó a disiparse, hasta que la siguiente frase conclusiva selló la suerte del diferendo marítimo: “La Corte encuentra que la República de Chile no asumió la obligación legal de negociar un acceso soberano al océano Pacifico para el Estado Plurinacional de Bolivia”. Además de recordar que su decisión es final, sin apelación y vinculante entre las partes, el Tribunal de La Haya registra en el documento 2018/49 que adoptó la medida por 12 votos contra tres, y que en la misma proporción rechaza los otros argumentos presentados por Bolivia.

Cuando el presidente Morales corrió el riesgo, hace cinco años, de llevar el caso al máximo Tribunal Internacional de la ONU contó con el unánime apoyo nacional. Sin embargo, aparte del docto agente ante La Haya y del articulado vocero de la causa, el resto de los miembros nacionales escogidos tenían modestos atributos. En cambio, fueron los abogados internacionales quienes se responsabilizaron de la gruesa tarea de encontrar en las pruebas documentales elementos para sostener en la tesis boliviana alguna sustancia jurídica que la apoye. Ahora se constata que sus esfuerzos fueron vanos. Cinco años predicaron a los conversos, sin admitir una opinión externa. Morales no escatimó gasto alguno para el pago de copiosos honorarios a los extranjeros y halagos prescindibles para los letrados criollos.

Una maquinaria administrativa apodada Diremar, nutrida de burócratas entusiastas pero sin calificación académica significativa, hizo lo que pudo, pero no fue suficiente para hallar mayor sustento a la altura de los jueces de La Haya. Lo que debería haber sido un “think tank” (grupo de expertos) se convirtió en una agencia de empleos. Ignoro si se estudió minuciosamente la peculiar modalidad que siguen los 15 jueces de la CIJ para ponerse de acuerdo. Condimento esencial para diagramar la estrategia inductiva destinada a ese alto cuerpo. Mientras tanto, el rol de la Cancillería boliviana fue prácticamente inexistente. El gesto patriótico y corajudo de Evo no fue secundado por sus allegados a los que confió tan gigantesca tarea.

Ahora Bolivia, con la faz contrita, deberá tratar de inducir a Chile a negociar, admitiendo que no está en la obligación de hacerlo y suplicando su buena voluntad. Triste destino que confirma que la improvisación en diplomacia tiene un alto costo que pagar. Aquella dramática experiencia mueve a pensar en revisar completamente la política externa del país, refrescando los operadores destinados al servicio exterior con personal idóneo, y no simplemente contratados por vinculaciones familiares, reciprocidad por servicios rendidos o favores políticos de conveniencia coyuntural.

* Doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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Primavera en París

/ 8 de junio de 2024 / 07:53

Con leves lluvias en torno a un aire fresco, París se prepara a ser una vez mas la capital del mundo, en ocasión de los Juegos Olímpicos (JJOO) que se desarrollarán del 26 de julio al 11 de agosto, donde miles de atletas llegados de decenas de países competirán en todas las disciplinas deportivas, bregando arduamente por sus respectivas banderas. Han sido tres años de trabajos forzados para construir la Villa Olímpica, habilitar estadios, limpiar las aguas del Sena y maquillar calles y avenidas donde se disputarán los trofeos que como calentamiento preliminar trajinó la llama olímpica recorriendo por mar y tierra desde Grecia hasta la capital gala.

Entre tanto, los 20 barrios parisinos siguen, separadamente, sus habituales usos y costumbres, porque cada uno de ellos es un universo aparte. Así por ejemplo, en el Séptimo arrondisement (barrio) situado alrededor de la Torre Eiffel, que es donde yo habito desde hace 30 años, los vecinos, aunque siguen sus tareas cotidianas, se alarman ante la noticia que 15 millones de turistas arribarán durante los JJOO y —obviamente— querrán retratarse delante de la famosa torre, para guardar esa imagen para la posteridad. Esa anunciada avalancha ha copado todos los hoteles y los hospedajes temporales modalidad Airbnb sin reclamo alguno por la elevación de costos, gracias a la especial circunstancia.

Desde ahora, los 80 millones de turistas que anualmente invaden el hexágono francés ya deambulan las calles de mi vecindario con sus conocidos atuendos estivales, GPS portable en la mano, buscando lugares emblemáticos del circuito turístico, restaurantes baratos y tiendas de suvenires (made in China). Entre los extranjeros, se abren paso las y los parisinos de a pie, con aire de fastidio ante tanta multitud foránea. Apoltronado en mi café favorito, desde la acera, me entretengo en distinguir las particularidades que van y vienen. Fácilmente identificables están —por ejemplo— las damas sexagenarias francesas que en gran proporción disminuyen con la edad, dramáticamente, de estatura, sobrepasando raramente el metro y medio. ¿A qué se debe ese fenómeno morfológico? Por otra parte, es asombrosa la mayoría de seniors que lucen o deslucen sus blancas cabelleras, con o sin bastón de apoyo. En menor cantidad se asoman en las calzadas jóvenes veinteañeros, siempre presurosos, sin saber adónde van ni dónde llegar. Como lunares visibles, los inmigrantes, legales o no, se ocupan de labores ingratas pero necesarias como el recojo de basura o la limpieza acuífera de las calles. Aquí y allá se observan los distribuidores humanos de mercancías o de comida rápida generalmente de origen africano, galopando sus bicicletas. Con el envejecimiento de la población y la baja fecundidad cuesta imaginarse quién asumiría todos esos roles reservados por ahora a los vilipendiados inmigrantes. Volviendo al cercano jardín del Campo de Marte se ve que los perros de toda raza, olor y color disputan espacio con los infantes al cuidado de sus nodrizas, mientras la propaganda política se incrementa para las elecciones parlamentarias europeas del domingo 9 de junio, cuando el viento sople alto y fuerte hacia la derecha extrema.

Carlos Antonio Carrasco
es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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Perfil del jefe de Hamás

Carlos Antonio Carrasco

/ 25 de mayo de 2024 / 08:56

Bajo la censura total imperante y la ausencia de prensa extranjera en la Franja de Gaza, se hace difícil obtener datos de fuente segura acerca de la evolución de la situación provocada por la invasión israelí en esa zona. Sin embargo, el New York Times, mediante corresponsales encubiertos, se da modos para revelar las atrocidades cometidas por los agresores y las avenidas posibles para el “día después” de la guerra. Entre esos elementos he recogido ciertos indicios acerca del estancamiento de las negociaciones en curso para arribar a un anhelado cese al fuego, la liberación de los rehenes y la posibilidad de una tregua de larga duración. Los contactos entre las partes beligerantes, sean en El Cairo o en Doha, se realizan mediante representantes de alto nivel de países mediadores como el director de la CIA americana, diplomáticos egipcios o cataríes y delegados de Hamás. Luego, las conclusiones se trasladan para su aprobación o enmiendas al gabinete de guerra del premier hebreo Benjamín Netanyahu y, por otro lado, a los túneles en Gaza donde la última luz verde está en manos de un personaje singular llamado Yahya Sinwar, de quien se dice ser “el muerto que camina” por haber eludido innumerables intentos de asesinato orquestados por Tel Aviv, tarea en la cual descuella el aparato judío. En efecto, su baja es uno de los mayores objetivos militares de las fuerzas de ocupación. Pero… quién es Sinwar. A sus 62 años, cabello cano, bigote y barba rala, solo sus ojos negros proyectan esa mirada fría, inexpresiva. De mediana estatura, posee el carisma natural que lo catapultó a la cima del poder político y militar de Hamás. Su carrera partidaria comenzó cuando concluyó en 2001 su encierro de 20 años en las mazmorras israelíes acusado de ser autor de la muerte de algunos palestinos sospechosos de colaborar con el enemigo. En la cárcel, aprendió con fluidez la lengua hebrea y pudo estudiar profundamente la estructura del Estado judío, sus fortalezas y las debilidades de su complicado mosaico político. De retorno a su nativa Gaza, no le fue difícil ser reconocido como líder del intrincado tejido de compartimentos estancos que caracteriza a Hamás. Se dice que Sinwar fue el arquitecto de los luctuosos hechos del 7 de octubre de 2023 y responsable ostensible de sus consecuencias para la población gazatíe. No obstante, analistas más cínicos piensan que el 7 de octubre revivió la causa palestina que ya estaba olvidada incluso por los países árabes proclives a los acuerdos de Abraham. Además, la asimétrica campaña militar que destrozó casi totalmente la infraestructura de Gaza y causó 35.000 muertes civiles y 70.000 heridos, produjo el repudio universal de Israel en las Naciones Unidas, los organismos internacionales y la opinión pública en general; puso en duda el sostén tradicional de Estados Unidos, su mejor aliado, e impulsó el fraccionamiento de la sociedad israelí y hasta del judaísmo mundial. Por el contrario, la solidaridad con Palestina creció exponencialmente y sigue aumentando conforme más dura sea la represión, en particular con el asedio a Rafah, al punto que en la Corte Internacional de Justicia se considera calificar esa ofensiva como genocidio.

Irónicamente, tanto Netanyahu como Sinwar, indiciados en La Haya como criminales de guerra, comparten iguales motivos personales para prolongar la matanza. Mientras el primero está consciente que al final del conflicto, él saldría derrotado electoralmente, el segundo sabe que la devolución de los rehenes significaría también el término de su escondite al convertirse en el blanco favorito de su propio asesinato selectivo, incluso una vez pactada la paz.

Carlos Antonio Carrasco
es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia

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Rebelión solidaria con Palestina

/ 11 de mayo de 2024 / 08:23

Es imposible dejar de comparar las revueltas estudiantiles de 1968 contra la guerra en Vietnam con las actuales insurrecciones que suceden en más de 80 centros universitarios estadounidenses de militante solidaridad con el pueblo palestino masacrado en Gaza. Es la reacción de notable repudio a la invasión de Israel en esa franja donde los incesantes bombardeos han destruido el 80% de sus estructuras habitables, de sus hospitales y escuelas, causando más de 34.000 víctimas fatales, mayormente mujeres y niños, sometidos hoy al hambre y la miseria. Es la conciencia moral de esa juventud que se indigna que su país que pregona estrepitosamente ser guardián de los derechos humanos, sea el principal aliado del régimen sionista al que nutre junto a una copiosa ayuda financiera, modernas armas y apoyo diplomático, para que aplaste a todo un pueblo en lo que en la Corte Internacional de Justicia ha sido acusado como genocidio. La actitud militante de ahora tiene mucho más mérito que aquella observada por la generación del 68, cuya motivación principal fue evadir la conscripción militar para no combatir en una guerra inmoral ajena al interés nacional. Los jóvenes de ahora, en cambio, están movidos por el sentimiento altruista de compasión con esa comunidad a la que se ha despojado de sus tierras, sometiéndola a una condición muy parecida a la esclavitud. ¿Qué demandan los insurrectos? Que se corte todo tipo de nexos académicos y financieros con empresas y asociaciones vinculadas a Israel, además de reclamar el alto al fuego inmediato. Para hacer más notoria su solidaridad con aquella causa, los estudiantes enarbolan banderas palestinas y cantan consignas de la resistencia como “del río (Jordán) al mar (Mediterráneo): un solo corazón”, cubiertos ostentosamente con los típicos kaffiyes (bufandas alba-negras cuadriculadas), con el propósito de identificarse con los combatientes de las intifadas.

Ante el contagio popular de la revuelta, las fuerzas policiales de Nueva York y Los Ángeles fueron movilizadas para hacer desocupar los predios universitarios con inusitada violencia, ejecutando 2.000 arrestos. Sin embargo, las asonadas continúan y se propagan fuera de Estados Unidos hasta México, Cuba, Australia, Alemania y principalmente Francia, donde la emblemática escuela de ciencia política Sciences Po está ocupada durante varios días en copia fiel a sus homologas americanas.

La preocupación crece en la Casa Blanca ante la proximidad de las elecciones presidenciales de noviembre y el notorio deterioro en las encuestas del candidato Biden, peligrosamente contaminado por la ambigüedad de su posición frente a ese conflicto. Y, la incursión armada en el sector fronterizo de Rafah, será la chispa que incendie todo el Medio Oriente.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de
Ciencias de Ultramar de Franci
a.

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George Orwell: el eterno profeta

/ 27 de abril de 2024 / 07:27

Cuando llegué por primera vez a Londres, Orwell había muerto hace pocos años (1950) y sus dos alegorías que se volverían best-sellers servían de catecismos en las frecuentes batallas intelectuales que se libraban en el fulgor de la Guerra Fría. Se trataba del clásico Animal Farm (Revuelta en la Granja) y del no menos celebrado 1984. Ambas obras influyeron grandemente en la juventud de la época para provocar dudas y alta dosis de escepticismo en las bondades pregonadas por el sistema imperante en la entonces Unión Soviética. La primera, escrita con refinada ironía, se trata de la revolución impulsada por los animales de la finca que culmina con la captura del poder, el subsecuente exilio de los patrones acusados de corruptos y la implantación de la dictadura en la hacienda, bajo consignas unánimemente aceptadas como aquella del comunismo invertebrado que decía “todos los animales son iguales”. Aunque las diferencias se hacían cada vez más notorias, pues los cerdos constituían la clase dominante, los perros organizaron la policía y los burros mayoritarios, formaban las masas trabajadoras. Sin embargo, el goce del poder por los puercos empezó a mostrar ciertas preferencias, entonces la teoría oficial trocó el eslogan así: “todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que los otros”. Con esa secuencia, comencé a imaginar el denominado proceso de cambio operado en Bolivia a partir de 2006 y cuyo triste epílogo es la insuperable crisis económica e institucional que padece el país hoy en día.

1984: Bajo ese título premonitorio escrito 30 años antes —con parecida savia metafórica—, retrata el estado de no-derecho que regía en la Unión Soviética staliniana y pronostica que al cabo de unos años se convertiría en sofisticada dictadura, con justificaciones tan burdas como esa de “el hermano mayor te está cuidando”, o sea un fantasma inexistente, para paliar el asedio policial de la ciudadanía y persuadirla que, no obstante, está constantemente vigilada. Otra joya es el “ministerio de la verdad”, o sea el equivalente en Venezuela del Ministerio de Informaciones, que repite las 24 horas y por todos los medios, incluyendo altavoces, noticias ficticias que siendo la única fuente deben tomarse por verídicas, y la perla más exótica son los principios ideológicos como “la guerra es la paz” o “la libertad es la esclavitud” y “la ignorancia es la fuerza”. Este último parece prevalecer en las manifestaciones en las calles bolivianas.

George Orwell, pseudónimo de Eric Blair, murió de tuberculosis a los 46 años, casi la misma edad que el malogrado opositor ruso Alexei Navalny, y sus escritos han trascendido la flema literaria para convertirse en advertencias premonitorias del devenir político universal. En su juventud se alistó como policía colonial en el entonces Burma (hoy Myanmar), donde fruto de sus observaciones publicó Dias Burmeses, pasantía de cuatro años que lo indujo a una frenética vida sexual con prostitutas y esposas “coloniales”, como cuenta su reciente biógrafo Paul Theroux (ed. Mariner, 400 páginas), que lo dibuja como “un alma atormentada e ingenua” durante esas jornadas asiáticas. Lo que no consigna es el compromiso del autor con la libertad, porque Orwell también —en su momento— se alistó como voluntario en la guerra civil española para combatir al fascismo franquista, inspiración para su Homenaje a Cataluña.

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El asilo cuestionado

Carlos Antonio Carrasco

/ 13 de abril de 2024 / 06:58

La violenta irrupción policial ecuatoriana a la embajada mexicana en Quito, cometida el 5 de abril, para atrapar al exvicepresidente Jorge Glas escondido allí, ha provocado la ruptura de relaciones entre esos países y la reacción universal de condena al irrespeto a las convenciones y los tratados internacionales sobre la inmunidad territorial de las sedes diplomáticas y la potestad de conceder asilo político que goza el Estado acreditado. Esa figura típicamente latinoamericana ha sido hasta hoy sagradamente cumplida tanto por regímenes autocráticos como por gobiernos democráticos, por ello se explica el alboroto suscitado. Un recuento apurado de ejemplos emblemáticos nos trae a la memoria los 63 meses (1948-1954) de encierro que padeció el famoso líder peruano Víctor Raúl Haya de La Torre en la embajada colombiana en Lima, ante la negativa del dictador Manuel Odría de concederle el salvoconducto respectivo. Ni la Corte Internacional de Justicia en La Haya pudo resolver el diferendo, sino un acuerdo entre las partes que permitió el viaje del asilado a Bogotá. Otro caso singular fue la invasión americana (operación Justa Causa) a Panamá (1989) para extraditar al general Manuel Antonio Noriega (alias Cara de piña) de su refugio en la Nunciatura Apostólica, sin observar su condición de jefe de Estado en funciones, aduciendo sus nexos comprobados con el narcotráfico.

Irónicamente, fue en la legación de Ecuador en Londres donde encontró amparo por casi siete años (2012-2018) el australiano Julián Assange, fundador de WikiLeaks, acusado de espionaje por Washington, quien ahora está en manos de la Justicia británica.

Y también ha sido la sede diplomática ecuatoriana en La Habana la que fue intervenida en 1961 y 1981, por la policía castrista para impedir el refugio que buscaban disidentes cubanos.

En Bolivia, a raíz del narcogolpe de García Meza (1981), la presidenta Lydia Gueiler fue albergada en la Nunciatura Apostólica y yo, como su cumplido ministro de Educación y Cultura, encontré asilo en la embajada de Francia, en Obrajes, donde al cabo de tres meses, sin salvoconducto, tuve que salir sigilosamente al exilio.

La actual crisis bilateral entre Quito y México, como explica el comunicado oficial, tiene su origen en la incontinencia injerencista del presidente López Obrador, quien logra aquel extraño goce sensual injuriando a sus homólogos de la región. Esta vez, insinuando que Daniel Noboa salió victorioso, en los comicios del 20 de agosto de 2023, aprovechando el asesinato del candidato Fernando Villavicencio, insidia que provocó la declaración de persona no grata de su embajadora. En revancha, México concedió aceleradamente asilo político a Jorge Glas, sin observar que éste fue sentenciado por la Corte Suprema de Justicia por corrupción, a la pena total de 14 años de cárcel. Ante cierto rumor que un avión mexicano estaba listo para exfiltrar al sujeto fuera del país, aventura favorita de AMLO, el gobierno quiteño ordenó esa desafortunada incursión a la embajada.

En resumen, podrían existir dos avenidas para resolver este diferendo. La primera sería designar dos países amigos como mediadores para estudiar soluciones equitativas y la segunda, más escabrosa, que Ecuador devolvería a Jorge Glas al recinto diplomático mexicano, pero no le concedería el requerido salvoconducto, salvo decisión de la justicia local.

El haber acudido a la Corte Internacional de Justicia es retardar una rápida solución por meses o por años (como en el caso de Haya de La Torre) o acudir a las instancias regionales como la OEA o la Celac, es someter el caso al vaivén de las inclinaciones político-ideológicas del vecindario.

Carlos Antonio Carrasco
es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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