La coyuntura política se está electoralizando prematuramente, todos se están preparando para unos próximos comicios que se intuye que serán muy competitivos e inciertos. Ese sentimiento es particularmente fuerte entre los sectores opositores que ven, por primera vez, grandes posibilidades para derrotar en las urnas al MAS-IPSP y definir un nuevo rumbo para el país.
Sin embargo, esto se produce en un contexto de notable desaliento y malestar social que está afectando severamente la confianza en todas las dirigencias. Así pues, la ecuación electoral se está complicando por los dos lados, por la oferta, caracterizada por un gran desorden y fragmentación en los partidos y mucha dificultad para construir apoyo real, y por el lado de la demanda, con una ciudadanía descreída que navega entre la indiferencia y el reclamo por dirigentes renovados y diferentes.
La figura del outsider es algo que muchos anhelan, es decir la creencia en que hay posibilidades para la emergencia de un líder con gran capacidad electoral que venga por fuera de las estructuras políticas tradicionales. A priori, no es tan loco pues las encuestas muestran que hay cierto espacio para ese perfil, aunque no está muy claro si hay condiciones para su aparición.
Milei como el outsider a imitar se ha vuelto un lugar común en el mundillo mediático-político, en gran medida a partir de una lectura simplona del fenómeno. De ahí, la aparición de varios economistas que parecen creer que basta con un coctel de liberalismo radicalizado, presencia pintoresca en redes y narrativas altisonantes para transformarse en los nuevos salvadores de las derechas del país.
Junto a ellos, pululan personajes bizarros, expolicías, fiscales arrepentidos, analistas reciclados, intelectuales jubilados y un largo etcétera de aprendices de outsider, todos convencidos que en estos tiempos no es tan negativo haber sido un ilustre desconocido antes de aparecer en TikTok.
La verdad, es muy poco probable que de ahí surja el campeón que derrumbe al masismo, aunque los viejos cuadros políticos tampoco están en su mejor momento, empeñados nuevamente en lo que nunca funcionó: romerías a Washington para buscar bendiciones, intentos de alianzas y guiños entre centristas y extremistas por el bien de la patria o la enésima rasgada de vestidura por la unidad. No aprenden, 15 años andan así.
En suma, me parece que la mayor parte de ese mundillo opositor sigue incurriendo en los mismos errores conceptuales que los llevó a ser derrotados seriales desde 2006. Siendo el principal de ellos, su ya proverbial incapacidad para leer a la sociedad boliviana y su manía por creer que el mundo se resume a sus amigos y conocidos.
Les cuesta comprender, por ejemplo, que la alquimia de un outsider está en su capacidad de vender una personalidad o ideas diferentes pero que hagan sentido a las mayorías y sean una respuesta o reflejo plausible de sus malestares. No es un problema solo de oferta entonces, porque bastaría simplemente con ser diferente o venir de lejos para seducir a los ciudadanos, sino en que “esa diferencia” interprete y represente los sentimientos de la gente.
Por tanto, no hay realmente muchas novedades en el montón de aspirantes a outsider que repiten el mismo discurso polarizador de siempre y que ni siquiera hacen el esfuerzo de entender la nueva sociedad que emergió en estos 15 años. Su gran oferta es decir que todo está mal como lo venían anunciando desde hace más de un decenio. En resumen, caras nuevas con viejas ideas y prejuicios.
Armando Ortuño es investigador social