Monumentalidad II
Algunas ciudades hacen gala de la grandiosidad apabullante de sus edificaciones.
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Todos sabemos que desde el siglo XIX la ingeniería impulsó la construcción de puentes y grandes estructuras de hierro, como por ejemplo la Torre Eiffel (1889), y si bien en un principio esta torre causó un impacto negativo en París, con los años se convirtió en un símbolo de Francia. También fue la época de la edificación de los rascacielos en Nueva York, lo cual transformó aquella ciudad en un paradigma urbano, pues sus estructuras monumentales no solo impactaron a la ciudadanía, sino que además inspiraron la imaginación de poetas, pintores, arquitectos y urbanistas de ese entonces. De esta manera, la monumentalidad en la arquitectura de ciertas obras se fue expandiendo. Este fue el caso por ejemplo del Museo Guggenheim (de Frank Lloyd Wright). Con ello, la escala de las urbes evolucionó.
Lo paradójico es que en la actualidad los países del Asia están muy interesados en construir los edificios más altos del planeta. Uno de los impulsores de esta tendencia es el arquitecto Calatrava, quien ha logrado convertir a uno de sus edificios en un ícono gracias a los cables tensores externos, que logran darle una particular singularidad. Por otra parte, este tipo de obras denotan la pujanza de la economía de las metrópolis que las acogen, preocupadas por construir edificios con más pisos de altura quizá a fin de convertirse en una Nueva York más audaz y acorde con los tiempos que corren.
Pero volviendo a los imaginarios del siglo XX, debemos señalar que fueron tiempos en los que la arquitectura dejó atrás toda ornamentación, y aplicó los principios de la simplicidad y purismo, un nuevo discurso en la plástica de esta rama. Hasta hoy esta corriente mantiene su vigencia, pero con otras propuestas y toques que identifican a la arquitectura minimalista. Las más grandes obras del planeta revelan un interés particular en la monumentalidad; entretanto, los arquitectos más destacados van tras la originalidad, traducida en dimensiones, soluciones espaciales y volumétricas, sin olvidar a la tecnología.
A propósito de tecnología, habrá que recordar que la filarmónica de Stuttgart tardó más de 10 años en ser construida, y solo la acústica requirió dos años hasta llegar a la perfección. El despliegue de materiales y las aperturas fueron cuidadosamente articuladas para no perder el valor de los bellos sonidos de los instrumentos musicales, que son un deleite para el oído del espectador, y parecen recordar la sensibilidad de quienes compusieron las bellas melodías.
Así, las ciudades que poseen edificaciones de dimensiones monumentales gozan y hacen gala de la grandiosidad apabullante de sus obras, cuyos elementos arquitectónicos no dejan de tener algo de escultóricos. Esto sin olvidar que la velocidad del nuevo tiempo urbano también va acompañada de un cambio iconográfico.
Con todo, es preciso reconocer que a pesar de que algunas ciudades producen una emoción exaltada y positiva, también presentan realidades fragmentadas, con lugares ocultos en los que la vida real no ha desaparecido. Sin embargo, la imagen urbana consolidada gracias a estos espacios hace que la población, en vez de rechazarlos o ignorarlos, los disfrute sobremanera.
* Arquitecta.