Ciberpolítica, entre la web y el ‘wasá’
WhatsApp está desplazando a las redes sociales hacia tácticas desentornilladas de comunicación sin centro.
En pleno esplendor de la videopolítica, caracterizada por el traslado de la política a los sets de televisión con sus estilos sensacionalistas escenificados en shows condicionados al rating, aparece en escena la ciberpolítica, que aligera más ese arte de disputa del poder y la hegemonía, licuándolo en el mundo de las emociones, de las demandas inmediatas y de las respuestas pragmáticas, con esquemas que operan a la velocidad de la luz, la durabilidad de un rayo y el tronar disperso de una granizada.
Su campo político está compuesto de interconexiones en el escenario virtual del ciberespacio, que a su vez está constituido por las formas comunicacionales en tiempo real del internet; los repositorios de información infinita en los sitios web; y la dinámica frenéticamente incontrolable de recepción, recreación y producción en las redes sociales arrimadas al WhatsApp.
Por todo esto, Castells habla de un sistema de autocomunicación que opera en burbujas donde uno mismo genera el mensaje, define los posibles receptores y autoselecciona mensajes y contrapartes con quienes establecen hipervínculos interactivos, con su particular lenguaje de chat o SMS (short message service) telegráfico, abreviado, irreverente, lúdico, a la vez que directo y contundente; y que transita de las promesas a las vivencias, del eslogan al testimonio y de la palabra a la imagen, con formatos en los que las historias contadas por sus protagonistas reemplazan las discusiones abstractas.
La experiencia fundante de la ciberpolítica es la paradigmática campaña electoral de Obama el 2008, que acudiendo a la “política 2.0” vía internet plantea un sistema multidiscursivo basado en las bondades de las estructuras digitales: la página web que opera como el cerebro o centro de información y de interconexión proactiva materializada en emails o mensajes de texto a celulares y servidores, donde se reconstruyen en infinidad de redes sociales soportadas en Facebook, Twitter, YouTube y otros, pero además siempre conectados al mundo real con (auto)convocatorias a la movilización, donde se veía al Obama gran orador, por lo que se suele hablar también de “ciberactivismo”.
En la actualidad esta experiencia fundante está siendo redimensionada de facto por el WhatsApp, que desplaza a las redes sociales hacia tácticas desentornilladas de comunicación sin centro. Como dice Adriana Amado, lo que cambia es que en tiempos de campañas mediáticas se apagaba el televisor y se terminaba la historia; en cambio hoy vivimos invadidos por campañas virtuales 24/360, ya que estamos todo el tiempo compartiendo una explosión de noticias, fotos, avisos, memes e información de archivo que circula sin límites, fluyendo desde las organizaciones políticas y asegurando likes con un click, pero no necesariamente adhesiones.
Sería un error diseñar estrategias de ciberpolítica sin hablar en su lenguaje, que no es el del libro, tampoco el de la televisión ni el de la web; en el “wasá” los 15 segundos del spot televisivo resultan largos, así como sus imágenes rebuscadas chocan con la naturalidad que da una selfi o la imagen captada por el celular con una nitidez de cine. Sería otro error reducir el ámbito de la ciberpolítica al conflicto con esquemas de guerra mediática porque incuba las fake news (noticias falsas), siendo un sistema de incomparable creación lúdica.
Sería un error, finalmente, diseñar estrategias estrictamente centradas en el ciberespacio y las conectividades, porque en realidad éstos vienen a enriquecer complejizando estructuras multimediáticas que tienen que saber combinar las construcciones discursivas en la calle, en los medios, en la web y en las redes; a sabiendas de que la política se construye mediando con los sentipensamientos de la gente más que solo dando línea.