Un libro que viene ardiendo
Este libro debería ser de lectura obligada en los institutos militares.
El escritor Tomás Molina Céspedes está mostrando otros dos libros de su infatigable autoría político-social. Uno de ellos, Democracia Inédita, es un muestrario del desparpajo, la sinrazón y el irrespeto a la patria, su gente e instituciones, perpetrados por dos personajes de amarga memoria entre nosotros, el dictador Luis García Meza y su lugarteniente Luis Arce Gómez.
Trae esa obra 14 fajos testimoniales de aquellos dos recluidos de por vida en la cárcel de máxima seguridad, Chonchocoro. Declaraciones grabadas en diferentes tiempos y a lo largo de 499 páginas, desde noviembre de 1999 y hasta diciembre de 2016.
Un cronista como él, —no dudo que Molina haya tenido que ponerse el alma en la espalda para no rebatir el cínico triunfalismo de los exjefes militares— cuando, por ejemplo, le narraron su autoría en matanzas colectivas y asesinatos individuales.
Con un descaro antológico, ambos sujetos narran sus perversas famas y causas de enriquecimiento, su implicación en negociados y contrabando de armas y drogas, el alquiler de sicarios (paramilitares) para perpetrar crímenes, a la par que descalifican a sus compañeros de generación militar con gruesos adjetivos, persona por persona: maricón, ratero, pobre mierda, ruin, vividor, contrabandista, traidor, traficante.
Los militares Barrientos, Ovando, Banzer, Natusch, Torrelio, Padilla y Vildoso, que fueron presidentes de facto, son revueltos en la miseria moral y perversidad de las aventuras que éstos les atribuyen. Peores epítetos son dedicados a los mílites de su generación: Rico Toro, Miranda, Áñez, Cayoja, Bernal, Ribero… el escándalo está en cada respuesta que le dan a Molina Céspedes, un abogado que conocía los ófricos fondos de Chonchocoro porque en un tiempo de este siglo fue director general de régimen penitenciario.
Ni García Meza ni Arce Gómez tienen pelos en la lengua cuando se refieren a sus amigos devenidos compinches o subalternos degradados a traidores. Sin ningún cargo de conciencia dicen los nombres de quienes (militares) mataron a Marcelo Quiroga y a los miristas en la calle Harrington. Al leer esos dos libros en un solo volumen —Testimonio de un dictador (García) y Con el testamento bajo el brazo (Arce)—, uno se cuestiona si lo que ellos dicen tiene validez, toda vez que son gente con el futuro clausurado y con una única puerta de salida, la muerte. Pero también uno se pregunta ¿por qué no tener en cuenta lo que dicen si son gente que ya nada espera porque tiene el futuro clausurado y con una única puerta de salida final? García Meza murió el año pasado en una cama del Hospital Militar y Arce Gómez está viviendo sus últimos días en Chonchocoro, donde solo el cáncer saca la cara por él, en sus pómulos.
Cierro esta crónica nerviosa con una sugerencia a quien corresponda: Este libro debería ser de lectura obligada en los institutos militares para que la nueva oficialidad y tropa aquilaten los extremos de la soberbia a que induce el autoritarismo, la vanidad de los que visten el uniforme de la patria, la soberbia de portar armas y la torpe creencia de que para coronar su escalafón se debe ser presidente boliviano.
Los síndromes del machismo castrense fueron dejados cuando también dejamos la República que fuimos para asumirnos como Estado Plurinacional y mantener a las Fuerzas Armadas en el lugar donde deben estar: en los puestos donde se defiende la libertad ciudadana, los derechos humanos, la integridad territorial y la Constitución. Esos son sus sitios. Ahí están los militares hace 13 años. Como debe ser. Como está siendo.
* Periodista.