Xenofobia a la boliviana
Ese desdén viene de las secuelas de la derrota en la Guerra del Pacífico contra Chile.

Desde que los conquistadores en sus carabelas y navíos descendieron en aquellas tierras conocidas como Abya Yala, hoy América Latina, se inició la primera gran migración. La migración constitutiva que derivó, entre otras cosas, en un imaginario colonial legitimador de una estructura social estratificada y excluyente.
Esa dominación colonial, a consecuencia de esa migración originaria, configuró una sociedad jerarquizada: en la cúspide de la pirámide social estaba el blanco y en la parte inferior, el indio. Esa migración originaria española estableció, entre otras cosas, una ficticia visión colonial sobre la superioridad de los blancos. Trazada así las relaciones de poder, irrumpió el discurso del mestizaje como una senda para el “blanquimiento” de los no blancos y, en el caso boliviano, por lo tanto, se asumió a toda migración foránea como positiva y exenta de cualquier tensión social o racial.
Efectivamente, la posibilidad de “blanquearse” facilitó la llegada de migrantes de distintas nacionalidades, especialmente europeas, sin mayores resistencias a suelo boliviano. Así, la no existencia de una fobia contra el forastero fue una constante en Bolivia. En el imaginario popular está alojado esa predisposición de hacerle sentir bien al visitante foráneo, inclusive algunos, por ese colonialismo interno que subsiste, tienen el sueño de casarse con un extranjero o una extranjera. Algunos exageran diciendo en broma: “Es para mejorar la raza”.
Entonces, ¿de dónde viene esa xenofobia a la boliviana? La respuesta es fácil de inferir. Ese desdén viene de las secuelas de la derrota en la Guerra del Pacífico contra Chile donde se perdió el acceso al mar. Allí irrumpió esa animosidad contra los chilenos. Así se configuró el sentimiento nacionalista in extremis. Es consabido que la instrumentalización política de cualquier sentimiento nacionalista tiene réditos.
Hace un par de semanas, por la acción oficiosa de un medio impreso que sacó en primera plana a la actual presidenta del Senado con un titular que decía: “Adriana Salvatierra tiene nacionalidad boliviana y chilena”, esta última adquirida por el vínculo con su madre, nacida en ese país, se desató una ola de cuestionamientos, inclusive xenófobos. Con esa revelación, ese medio periodístico encontró maquiavélicamente el mejor pretexto para zanjar una vieja rencilla con el Gobierno que se remonta de aquellos tiempos en los que las autoridades gubernamentales acusaban al exdirector de este periódico de ser un “agente chileno” por su origen dizque trasandino.
Más allá de estas disputas políticas y mediáticas, esa polémica innecesaria en torno a la doble nacionalidad de la presidenta del Senado revela la existencia de un sentimiento patriotero antichileno muy fuerte e irracional. Y este sentimiento se erige en un arma letal para una contienda política/electoral. Es tan fuerte, inclusive se reflejó, por ejemplo, en exhortaciones nacionalistas absurdas que lidian en una repugnancia del exsenador, excomandante del Ejército y ex cónsul de Bolivia en Chile Freddy Bersatti, quien pidió al presidente boliviano, Evo Morales, que aleje inmediatamente a Salvatierra como presidenta del Senado por haber ocultado su “identidad” chilena y, sobre todo, por ser un “peligro” para la seguridad del Estado.
Ese sentimiento antichileno está intacto que forzó a Adriana Salvatierra a renunciar a su nacionalidad chilena y así zanjar ese irracional debate sobre su doble nacionalidad a tal punto que “pidió disculpas al pueblo boliviano por la incomodidad que este tema generó”. ¡Qué absurdo¡.
* Sociólogo.