La larga marcha: de MAO a XI
La ecuación de liberalidad económica externa y férreo control político interno sin duda ha resultado exitosa.
Cuando el Palacio del Elíseo me convocó a presenciar el encuentro del presidente chino, Xi Jinping, con el mandatario francés, Emmanuel Macron, en el marco de su visita de Estado a Francia (24-26 de marzo), acudí entusiasmado a la cita. En el patio de honor, los comentaristas locales estábamos en neta minoría frente a dos centenas de periodistas, camarógrafos y presentadores chinos. A poco, llegó el emperador más poderoso del mundo, enfundado en impecable abrigo negro de alpaca peinada. Pisaba fuerte y con aplomo la alfombra roja tendida a sus pies, caminando pausadamente al encuentro del Mandatario galo, más joven (41) y más bajo que él, quien ya lo esperaba en el atrio. Hasta entonces, yo solo había atisbado en su mausoleo de la plaza Tiananmen a la momia maquillada de Mao Tse Tung, exhibida en un ataúd de cristal.
Esta vivencia me impulsó a meditar en la otra larga marcha que desde 1949 emprendió el pueblo chino para transitar, sabiamente, de ser un país tercermundista, pobre y humillado, al nivel de superpotencia mercantil, política y militar que hoy ocupa. La ecuación de liberalidad económica externa y férreo control político interno, a través de un partido único y hegemónico, indudablemente ha resultado exitosa. Los chinos son ahora más ricos, y sus dirigentes son adulados como antes lo eran los jeques árabes.
En Francia, la operación seducción, labrada laboriosamente por la diplomacia gala, se inició con un fastuoso recibimiento de Xi Jinping (66) y su atractiva esposa Peng Lyhuan (57) (excantante de ópera y ahora general del Ejército) en un lujoso balneario de la Costa Azul. No obstante, cauto, el Mandatario chino acarreaba en su avión su propio lecho y su suave lencería. Al día siguiente, se programó la parada obligada en los Campos Elíseos y en el Arco de Triunfo, para luego, antes del banquete de Estado, protagonizar la ceremonia de signatura de 16 convenios, entre los que resalta la compra de 290 aviones Airbus A320 y 10 aeroplanos A350, cuya factura se eleva a $us 34.000 millones.
Buen vendedor, Macron, no obstante, parece seguir en el torbellino de la fiebre amarilla. Primero fueron los perdurables “chalecos amarillos” y ahora aquellos ávidos compradores del mismo color. Así se ha fortalecido la cooperación bilateral sino-francesa, que incluye, entre otros, acuerdos sobre tecnología nuclear, control satelital, levantamiento de restricciones agrícolas, facilidades para las inversiones y vinculación cultural, la cual se traduce por ejemplo en los cerca de 40.000 estudiantes chinos que concurren a universidades francesas.
A su vez, China logró introducir su proyecto faro de las Nuevas Rutas De La Seda, que apuntan a ser el conducto para una fresca arremetida de Beijín en los mercados asiáticos y europeos. Al endosar el proyecto, el Presidente francés tuvo la prudencia de manifestar su deseo que ésa sea una ruta de doble vía. Ambos países machacaron la defensa del multilateralismo, que es el eufemismo para erigir una barrera al aislacionismo agresivo de Trump. Además, llegaron a París, para reforzar el liderato europeo macronista, la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, buscando en Xi, un aliado en la confrontación comercial con Estados Unidos.
Con objetivos propios a sus designios, Xi hizo una parada en Italia, donde se aseguró la preminencia en el puerto de Trieste, que como el de Pireos, en Grecia, ofrece a la China dos puntos estratégicos para sus aspiraciones geopolíticas. Fue, en efecto, una visita exitosa y oportuna para las dos partes.
* Doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.