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Wednesday 22 Mar 2023 | Actualizado a 09:11 AM

Narco-escándalo: no a la impunidad

No solo la Policía fue penetrada, sino también la Justicia y quién sabe cuántas instancias estatales más

/ 18 de mayo de 2019 / 23:28

En las últimas semanas, el país ha vivido un suceso de grandes proporciones con fuertes connotaciones mediáticas. Todos los medios masivos de difusión se han ocupado del tema, brindando titulares de prensa y generosos espacios en radio y televisión. Ni qué se diga de las redes sociales, las cuales, ya se sabe, no solo informan, sino también desinforman, especulan y —con frecuencia— mienten al calor del posicionamiento político sectario. De todo hubo en este culebrón noticioso desatado desde mediados de abril. ¿Qué quedará cuando la avalancha atenúe y comience a despejarse el ambiente para ensayar conclusiones así sean preliminares?

Si bien es prematuro hablar de evidencias incontrastables, y todavía se puede —y se debe— presumir determinadas inocencias, el hecho innegable es la omnímoda presencia en el país del negocio ilícito de las drogas. No valen los consuelos triunfalistas de que los cultivos excedentarios de hoja de coca han disminuido, que solamente somos país de tránsito, que ocupamos el tercer lugar en el ranking de países productores, que las incautaciones han aumentado considerablemente, y otros por el estilo.

Aun siendo ciertas tales aseveraciones, no explican el fenómeno que ha quedado al descubierto. Y lo que sale a la luz es un tejido social, un clima institucional y aparatos estatales permisivos que hacen posible que el fenómeno exista y se desarrolle a vista y paciencia de propios y extraños. No solamente la Policía fue penetrada, sino también al parecer la Justicia y quién sabe cuántas instancias estatales y sociales más. Sería sensato admitir y reconocer la gravedad del asunto. Otra fuente de preocupación es que, pasada la euforia, las cosas queden más o menos como estaban y se extienda un manto de olvido e impunidad. Eso ha ocurrido en ocasiones pasadas.

El caso que admite ciertos paralelos, aunque también grandes diferencias, es el de Huanchaca en 1986. El 5 de septiembre de aquel año, una misión científica encabezada por Noel Kempff Mercado aterrizó “por error” en la pista de una inmensa fábrica de cocaína, de cuya existencia estaban enterados varios meses antes los organismos represivos y la propia DEA. Kempff, el piloto y el guía fueron brutalmente asesinados, en tanto que el científico español Vicente Castelló logró escapar y dar la alarma en Santa Cruz a las 18.00 horas del mismo día. Los aparatos de la Fuerza Aérea podían llegar en 40 minutos al lugar de los hechos. Los helicópteros de la DEA, con base en Trinidad, podían hacerlo en dos horas. Pero luego de órdenes y contraórdenes de autoridades políticas, militares y personeros de la DEA, el auxilio llegó… ¡73 horas después! Y solo gracias a la insistencia de los familiares y de la sociedad civil cruceña, quienes exigían el levantamiento de los cadáveres.

El hecho destapó un mayúsculo narco-escándalo que involucró a diversas autoridades, y tuvo incluso ramificaciones con el asunto Irán-contras (venta ilegal de armas a Irán e introducción de cocaína en Estados Unidos para financiar a los contras antisandinistas). Edmundo Salazar, diputado del FRI y presidente de la comisión parlamentaria que investigaba el tema, fue asesinado el 10 de noviembre con cuatro impactos de bala, cerca de su domicilio en la Av. Mutualista de Santa Cruz. Tres días antes, habían intentado sobornarlo para obtener su silencio y paralizar las investigaciones. Pasado el tiempo, todo quedó en nada. Nadie fue incriminado ni juzgado. Así de simple. Se impuso el reino de la más completa impunidad.

Para contribuir a que esta vez no ocurra lo mismo, volveré sobre esta aleccionadora experiencia, apoyado en dos libros clave, La guerra de la coca: una sombra sobre los Andes (1992), de Roger Cortez; y Huanchaca: modelo político empresarial de la cocaína en Bolivia (1996), de Hugo Rodas. Lo dije siempre a colegas y alumnos: los libros son el mejor soporte de la memoria, y no muerden.

* Periodista.

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Litio, algunas claves del laberinto

/ 19 de marzo de 2023 / 00:42

Hace más de 30 años en Temario, espacio que conducíamos en Canal 13 TVU, ya nos ocupamos del tema del litio. Parece que fuera ayer. Los entrevistados en aquella ocasión fueron Narciso Cardozo y Justo Zapata, dos reconocidas personalidades del mundo académico.

El primero mostró el gigantesco volumen de este recurso especialmente en el salar de Uyuni y las promisorias perspectivas que en el futuro tendría el litio. Ambas aseveraciones se han confirmado claramente: todos reconocen que Bolivia posee el mayor pedazo de la torta mundial de litio (aunque ello sirve de muy poco para entrar al ruedo de la competencia, como veremos más adelante) y día que pasa se comprueba la utilidad de este metal para las nuevas tecnologías y para el almacenamiento de energía, aspecto vital para sustituir los combustibles fósiles que están llevando a pique al planeta.

A su turno, Justo Zapata desarmó una por una todas las argumentaciones del gobierno de Paz Zamora en sus negociaciones con una transnacional norteamericana que se encargaría de extraer y procesar el litio.

Mencionamos estos antecedentes para demostrar la complejidad del tema y el manejo irresponsable que se viene haciendo de éste. Sorprende la superficialidad y la desinformación que muestran diversos actores, en algunos casos debido a la ignorancia supina, pero en otros se trata de encubrir posturas antinacionales que pretenden vulnerar la política soberana —con sus luces y sus sombras— que estuvo desarrollándose desde 2006. Esto ocurre particularmente en la dirigencia de la ciudad de Potosí, pero esta calificación abarca también a los actuales responsables directos del manejo. ¿Cómo puede entenderse sino que se afirme que la era de la industrialización del litio ha comenzado en enero de 2023 con la firma de un convenio (que no es contrato todavía), mientras dos semanas antes se anunciaba que el carbonato de litio, junto con la urea, marcó una cifra récord entre las exportaciones no tradicionales en 2022 (rubros que figuraron en las estadísticas de exportación desde 2018)?, ¿significa esto que inventando de nuevo la pólvora el actual equipo gobernante niega los avances logrados en más de una década?, ¿será que el afán politiquero predomina también en este campo?, ¿cuánto aportan al esclarecimiento de estos temas, o al contrario, contribuyen a incrementar la confusión y la desinformación sistemática?

Las respuestas del equipo contrario en lugar de explicar y defender los avances conseguidos se dedican a propiciar bloqueos y demandar majaderías, intrigar y enredar más las cosas.

Como si las complicaciones no fueran suficientes, circulan en el ámbito parlamentario tres proyectos de ley cuyos defensores dicen ser propuestas consensuadas y para peor, pende como espada de Damocles un plan de paros y bloqueos para aprobar uno de estos proyectos a como dé lugar. Medidas de presión perentorias comandadas por una dirigencia local de escasa legitimidad y despistada a más no poder, y secundada por un núcleo obnubilado del magisterio (no sería la primera vez que éste asume posiciones retrógradas y se articula con los planes de la derecha).

En este escenario, los peligros que se avizoran son: la posible aprobación de una ley trucha que abra las puertas a las trasnacionales o que haga inviable la gestión empresarial de YLB a través de regalías insostenibles. Nuevas demoras que se suman a las ya ocurridas: la anulación del Decreto 3738 que avalaba las negociaciones con los alemanes, abriéndonos el mercado europeo y la virtual paralización de las labores e iniciativas durante el gobierno de Áñez. Además, la falta de claridad y contundencia del actual Gobierno para dar continuidad a lo avanzado (lo cual no implica descartar la implementación de nuevas tecnologías que funcionen en paralelo).

En este panorama, lo más probable es que sigamos favoreciendo a la competencia, a las transnacionales asentadas en Chile y Argentina, con el riesgo de quedar fuera del escenario a pesar de que nuestros recursos sean mayores que los de esos países. ¿Cómo nos ubicamos en semejante laberinto?

Carlos Soria Galvarro es periodista.

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Los libros no muerden, pueden ayudar

/ 5 de marzo de 2023 / 03:38

Para estimular la lectura, especialmente, entre los jóvenes, más de una vez hemos utilizado la expresión con la que hoy titulamos esta columna. Ciertamente, con las nuevas tecnologías, mediante unos cuantos “cliks” pueden lograrse torrentes de información sobre cualquier tema que estemos investigando. Pero nada de esto reemplaza la utilidad de los libros (sean estos impresos o en versión digital).

Los principales problemas con los que se enfrenta un investigador, y el periodista lo es en grado sumo, son la multitud de datos inconexos (los árboles no dejan ver el bosque) y a su vez algunos árboles e incluso bosques pueden ser nada más que construcciones falsas o deliberadamente manipuladas. Y no es que los libros no mientan, a menudo lo hacen. Lo que pasa es que el libro proporciona una suerte de unidad investigativa, susceptible de ser verificada y ubicada en un determinado contexto. Algo que no siempre hacen muchos colegas, puesto que pareciera que huyen de los libros como de la peste.

Por ejemplo, el tema de la producción de hojas de coca, la elaboración y el tráfico de cocaína y sus precursores (sintetizado en el término “narcotráfico”) no aparecieron ayer, y tienen una gran diversidad de aristas, matices y repercusiones de tipo político, social, económico y de relaciones exteriores del país. Asunto tan complejo y sensible es frecuentemente tratado con excesiva superficialidad y, peor aún, utilizado para encubrir fobias y filias saturadas de mezquindad politiquera.

Se han publicado muchos y muy serios libros que se ocupan del tema. Quisiéramos por ahora destacar solamente tres de ellos:

La guerra de la coca: Una sombra sobre los Andes. Roger Cortez Hurtado. Flacso-CID. La Paz, 1992.

La guerra falsa: Fraude mortífero de la CIA en la guerra a las drogas. Michael Levine y Laura Kavanau-Levine. Acción Andina-Cedib. Cochabamba, 1994.

Huanchaca. Modelo político empresarial de la cocaína en Bolivia. Hugo Rodas Morales. Plural Editores. La Paz, 1996.

El primero es una recopilación documental de diversas intervenciones públicas (entrevistas, artículos, discursos y otros) del entonces diputado y dirigente del Partido Socialista 1 Roger Cortez. Entre ellos, el texto del informe preparado por la Comisión Especial del Congreso nacional de septiembre a octubre de 1986 respecto a los asesinatos ocurridos en la meseta de Huanchaca (o Caparuch), en la región nororiental del país. La redacción del informe, excepto en la parte de las resoluciones, estuvo a cargo del diputado Edmundo Salazar, asesinado el 10 de noviembre de aquel año, cinco días después de que este informe fuera presentado en el Congreso. (Todas las bancadas, menos las de ADN —Banzer— y el MNR —Paz Estenssoro— suscribieron dicho documento).

El segundo es un relato estremecedor de un exagente de la DEA, escrito en primera persona. Levine penetra el mundo subterráneo del espionaje y hace hincapié en sus nexos con la mafia del narcotráfico. Apellidos como Arce- Gómez, Suárez-Gómez, Atalá, Widen, Razouk, Gasser y otros muy conocidos en Bolivia aparecen con frecuencia en los relatos.

El tercero es un trabajo en formato académico que redescubre el sonado caso de Huanchaca y el asesinato de Edmundo Salazar. Asimismo, destaca, entre otros aspectos importantes, la subordinación de la pretendida guerra contra el narcotráfico en el país al esquema norteamericano y la absoluta pérdida de soberanía.

Resulta notable que estos tres trabajos publicados en el primer lustro de los años 90 reflejen un panorama con algunos puntos de aproximación a la actualidad: la persistencia del fenómeno del narcotráfico y la continuidad de la insulsa guerra contra este. Sin ser especialistas en el tema, tenemos la sensación de que libros de este calibre sobre lo que pasa actualmente en Bolivia no han sido escritos todavía y serían imprescindibles para apreciar los enormes cambios ocurridos en el último cuarto de siglo. Así, la mesa estaría servida para comparar ambas realidades.

Carlos Soria Galvarro es periodista.

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Rafito Mejía

/ 19 de febrero de 2023 / 00:35

Bajo el rótulo de Siluetas aparecieron en esta columna nombres que intentaba evitar caigan en el olvido o rescatarlos de la penumbra de la desmemoria. Renuncié a esta práctica al sentirme incómodo en el rol de redactor oficial de obituarios de una generación que está en plena retirada y de la que yo mismo formo parte. Sin embargo, el torbellino de la pandemia nos dejó en calidad de sobrevivientes de un naufragio, y como tales, obligados a contarlo todo. Por eso vuelvo con las Siluetas sin limitación alguna. Escribiré sobre mis entrañables compañeros y amigos del alma: Ramiro, Huracán, Ruly, Remberto y todos los que acudan a mi memoria. También sobre gentes sencillas y humildes que se niegan a morir en los recuerdos, como es el caso siguiente.

Mucho más que simple artesano, Rafito Mejía era un verdadero artista en el empastado de libros. Medio siglo después conservo varios de sus trabajos, en especial un diccionario Larousse al que le puso un macizo lomo de cuero legítimo.

Vivía en un conventillo paceño casi al frente de la actual RTP. Cuidaba de una tía muy anciana a la que levantaba en sus vigorosos brazos, sin bajarla de su silla de ruedas. La única compañía de ambos era una docena de gatos.

El hombre tenía dos problemas graves: su visión cada vez más escasa, y las malas relaciones con su dueño de casa. Corto de vista, acercaba a la altura de sus ojos los objetos de su trabajo y para mayor seguridad palpaba con las yemas de sus dedos las letras en bajo relieve que imprimía en tapas y lomos de los libros. Con el propietario tenía frecuentes altercados (quizá por el tema de los gatos), intentos de desalojo, citaciones policiales, cortes intempestivos del agua o la luz. Rafito ejercía una suerte de liderazgo entre los inquilinos, víctimas como él de la prepotencia.

Rafael Mejía, a comienzos de los años 70, era un orgulloso militante de base del Partido Comunista de Bolivia. Cumpliendo una tarea con honor y, por supuesto, sin emolumento alguno, una noche de esas salió con su grupo a una pegatina de afiches y el consiguiente “rayado mural”. Desafortunadamente fueron detectados por los organismos de represión y violentamente agredidos. A Rafael le arrojaron la pintura en la cara. Como es de imaginar, lo dejaron casi completamente ciego.

No supe más de él hasta que casualmente nos encontramos en la mismísima esquina de la calle Bueno. El cambio era total. Lucía un traje limpio y nuevo como hecho a su medida. La mirada firme con apenas algo parecido a un ligero estrabismo en uno de los ojos. Eufórico contó que el Partido lo había mandado a Moscú y gracias a la solidaridad proletaria internacional de los soviéticos, había salvado uno de sus ojos y el otro fue reemplazado por uno de vidrio.

— A que no reconoces cuál es cual, me dijo con picardía.

Mientras conversábamos, varios viandantes lo saludaron al pasar. Era indudable que su prestigio entre vecinos e inquilinos se había acrecentado.

Así las cosas llegó el 21 de agosto de 1971: instauración de la dictadura fascista de Banzer. Supimos que Rafael al igual que miles de personas fue detenido en las primeras semanas. El dueño del conventillo se había cobrado los agravios denunciándolo.

Pasaron varios meses sin tener noticias. En la resistencia clandestina impulsábamos cadenas de solidaridad, no siempre efectivas por el clima de terror generalizado.

Una noche me dirigía a un importante contacto por la avenida Pando, cuando vi a un hombre reclinado en el dintel de un portón. Pese a lo sucio y arrugado reconocí el traje. A pesar de la barba y la mugre identifiqué sus facciones. Pero lo que me dio la certeza definitiva de quien se trataba era el cuenco vacío de uno de sus ojos del que manaba pus que manchaba todo su costado. Era una piltrafa humana. Respiraba ruidoso y no me contestó cuando intenté decirle algo. Nada pude hacer por él en ese momento ni después.

Lo más probable es que Rafael Mejía murió abandonado en alguna calle.

Carlos Soria Galvarro es periodista.

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El MIR sucumbió, queda el recuerdo de sus héroes

/ 5 de febrero de 2023 / 00:51

El año 1971 apareció en la palestra pública del país el Movimiento de la Izquierda Revolucionara (MIR). No fue un surgimiento instantáneo, sino el resultado de un proceso de articulación de varias fracciones políticas, entre las que se puede mencionar a un sector del ELN-PRTB (resabios del llamado “foquismo” guerrillero), algunos desencantados del maoísmo, otros desprendidos del “movimientismo” (MNR) y un puñado de intelectuales independientes. Pero, en lo fundamental, la corriente que proporcionó la plataforma y el liderazgo al naciente MIR fue la “democracia cristiana revolucionaria”, desprendimiento esencialmente juvenil del Partido Demócrata Cristiano, fracción que vino en llamarse PDC-R (revolucionario) y cuyo indiscutido líder era Jorge Ríos Dalenz, ejecutado en el exilio chileno durante el golpe fascista de Pinochet.

¿Qué pasó con el MIR en los casi 10 años posteriores, desde su aparición formal en septiembre de 1971 hasta la matanza de ocho de sus dirigentes en enero de 1981? Sin duda fue un largo periodo de crecimiento y consolidación, tanto de sus instancias organizativas como de su creciente influencia en amplios sectores de las capas medias: universitarios, profesionales, trabajadores asalariados; importantes núcleos campesinos e incluso en el sector proletario minero, entonces considerado la columna vertebral de las luchas sociales.

Es obvio que tal proceso estuvo acompañado de fuertes debates internos que fueron configurando en el seno del MIR corrientes ideológicas y visiones diferentes que derivaron en la creación de nuevos partidos como MIR-Masas, MIR-Bolivia Libre, Movimiento Sin Miedo, Sol.bo y otros. El MIR ya no existe, pero con sus luces y sombras, lo que podría llamarse la “generación mirista” contribuyó a la apertura y construcción democrática, uno de cuyos hitos fundamentales se dio el 10 de octubre de 1982 con el ascenso al gobierno de la Unidad Democrática y Popular. La UDP, agrupación frentista forjada en la resistencia a la dictadura, aglutinaba esencialmente al MNR de Izquierda, al MIR y al PCB, y fue precisamente el MIR el partido que desencadenó grandes movilizaciones por la entrega inmediata del poder a las autoridades y parlamentarios elegidos en 1980, salida catastrófica pues amarró al presidente Siles Zuazo a un parlamento mayoritariamente opositor, aspecto que, entre otros, fue determinante para el descalabro udepista y, de paso, hizo aflorar las crisis internas de los partidos que sustentaban el proyecto. Retorno masivo de la militancia del MNR-I al tronco movimientista de Paz Estenssoro; fracturas en el PCB que resultó no ser tan monolítico como se creía (Quinto Congreso); en tanto que el MIR quedó partido en tres fracciones: la de Paz Zamora (dueño de la sigla), la de Araníbar (MIR-Bolivia Libre) y el sector laboral (MIR-Masas) capitaneado por Delgadillo y Del Granado.

Andando el tiempo, el MIR desapareció por completo, diluido y absorbido por las dos grandes opciones del modelo neoliberal. En la de Banzer con su herencia dictatorial intacta, para lo cual Paz Zamora y sus allegados tuvieron que cruzar “los ríos de sangre” que los separaban. Y en la de Sánchez de Lozada, en su primer periodo, donde el MBL sucumbió a cambio de un ministerio y de la posibilidad de influir positivamente en las reformas del momento, temática agraria, descentralización por la vía municipal y ejercicio de los derechos humanos (acuerdos programáticos y no prebendales, al decir de los protagonistas).

Sería pura especulación suponer a cuál de las tres fracciones se hubieran adherido cada uno de los ocho dirigentes asesinados por la dictadura de García Meza y Arce Gómez aquel 15 de enero de 1981. Conocí a casi todos ellos, pero más a fondo a Artemio y a Ricardo. Lo suficiente como para colegir que todos ellos, al momento de tomar sus decisiones políticas, se hubieran guiado por principios éticos y no por intereses sectarios o de conveniencia personal. Así quedaron en la historia.

Carlos Soria Galvarro es periodista.

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Calle Harrington: memoria versus olvido

/ 22 de enero de 2023 / 02:45

El pasado 15 de enero se han cumplido 42 años de la masacre. Revisando cuatro periódicos de circulación nacional hallamos que dos de ellos (Los Tiempos y El Deber) omitieron completamente el tema en sus ediciones del anterior fin de semana. Página Siete incluyó un fragmento literario, Ocho nombres por miles, de su colaborador Carlos F. Toranzos. En tanto que en La Razón su directora, Claudia Benavente, le dedicó su nota de opinión 42 veces 15 de enero.

Cuatro años después de los hechos, con base en investigaciones minuciosas, declaraciones de la única sobreviviente, Gloria Ardaya, y deposiciones de algunos de los verdugos, los dirigentes del MIR Walter Delgadillo, Pedro Mariobo, José Pinelo y Juan del Granado, suscribieron un informe, con el título de Así masacraron a nuestros dirigentes, el 15 de enero de 1981. Partes salientes de dicho documento:

A las 17.30 se inicia el operativo

Los grupos del SES, Sección II, DOP y DIN llegan a la casa; el jeep del DOP desde la “Abdón Saavedra”, detrás está el jeep donde se encuentran Alarcón y Uriarte (los espías infiltrados en el MIR que trabajan para la represión) y detrás de este último una cuarta movilidad.

Los paramilitares bajan de los vehículos disparando. Los compañeros se encontraban reunidos en una habitación con ventanas a la calle… Pepe Reyes grita desde la ventana: “No disparen, estamos desarmados”. Los asesinos disparan, saltan la verja, rompen ventanas, rompen la puerta y penetran a la casa…

17.35. Pepe Reyes les sale al paso y reitera “estamos desarmados”, tiene las manos detrás de la espalda. Se escucha una ráfaga…Pepe cae asesinado. Todos los indicios así lo demuestran, nuestros datos lo confirman: Rosario Poggi y Helguero son los asesinos.

Gloria Ardaya se oculta debajo de la cama del cuarto donde se realizaba la reunión…

17.35 a 18.00. En esos minutos los asesinos arman la leyenda que pretende sostener que todos nuestros compañeros mueren en la casa. Eso es falso.

Se escuchó una ráfaga que hizo estremecer el piso del departamento. Pudo estar dirigida a los cuerpos de nuestros compañeros, mientras se encontraban parados en el pasillo, Sin embargo, los orificios que las balas dejaron en la pared están situados por encima de la cabeza del más alto de ellos.

Alarcón y Uriarte fueron los encargados de identificarlos uno por uno. Se escucharon ráfagas y disparos separados… Artemio fue asesinado en ese momento; su cuerpo fue arrastrado hasta el cuarto donde estaba oculta la compañera Gloria; ella vio desde su escondite su agonía y muerte.

En momentos de la tortura y asesinato de Ricardo, se encontraban presentes en la celda No.4 del sótano del Ministerio del Interior, Alarcón y Uriarte, además de Galo Trujillo y Lince Hinojosa, quien disparó contra él.

Lucho, cuando fue encontrado muerto por los familiares, tenía indicios de habérsele aplicado choques eléctricos en las encías, además de un sinfín de horrores practicados en su cuerpo…

Gloria desde su escondite vio a Arcil, tendido en el suelo. Pudo haber salido herido de la casa…

Gonzalo fue capturado por los paramilitares en la terraza. Se escucharon gritos, disparos, golpes y luego silencio…

Con Ramiro sucedió lo propio; pudieron haberlo matado en la casa o en otro lugar.

Jorge tenía un tiro en la frente, pero su cuerpo estaba destrozado por las torturas.

El enemigo montó un show. Disparó por varios minutos, ráfagas de ametralladora al aire; metió armas, dinamita y panfletos. Quiso que el pueblo boliviano creyera la historia del “enfrentamiento”…

Gloria fue encontrada después de que a los grupos operativos se le reunieron otros que no conocían el tenebroso plan de eliminación de los compañeros. Eso le salvó la vida…

Los caídos fueron:

Jorge Baldivieso, exdirigente universitario, diputado electo.

Gonzalo Barrón, ex dirigente universitario, arquitecto.

Artemio Camargo, dirigente minero de Siglo XX.

Ricardo Navarro, exdirigente universitario, ingeniero.

Arcil Menacho, exoficial de las Fuerzas Armadas.

José Reyes, exoficial de carabineros, abogado, diputado electo.

José Luis Suárez, sociólogo.

Ramiro Velasco, economista.

El asunto da para mucho más. Hay que volver, pues.

Carlos Soria Galvarro es periodista.

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