Reflexiones sobre una instalación
Las imágenes de esa instalación expresaban el sentido oculto del deslizamiento que sufrió aquel barrio paceño.
Es usual que todo columnista busque nuevos temas que rompan de alguna manera la forma tradicional de acercamiento a las cuestiones usuales, en nuestro caso, la ciudad y la arquitectura. En ese abanico de otros temas encontramos el de las instalaciones que realizan los artistas en espacios habilitados para tal propósito en la ciudad, tanto por la idea que desarrollan como por el vínculo artístico que tienen con la arquitectura.
Fue justamente en los pasados días que en nuestras caminatas acostumbradas llegamos al taller de un artista que realizó una instalación referida al deslizamiento que ocurrió el 30 de abril en el barrio de San Jorge Kantutani. Su trabajo mostraba una especie de estructuras formales en las que prevalecía el caos creado por ciertos elementos. Se podría decir que se trataba de una representación inmersa en una lógica imaginativa algo caótica. Asimismo, las imágenes de esa instalación terminaron rompiendo toda lógica, ya que de forma silenciosa expresaban el sentido oculto de aquella parte deslizada de la ciudad de La Paz. Hay que destacar que, con ello, el artista consiguió despertar la reflexión.
Comparando con otras formas de expresar el arte y los efectos alcanzados, habrá que recordar que ciertos escritos refieren cómo antiguamente los budistas zen buscaban representar el interior de sus esencias conceptuales en la sencillez de pensamientos racionales, los cuales, sin embargo, despertaban asombro y sentimientos. En cambio, la esencia de las instalaciones —a nuestro entender— radica en estar ahí para ser observadas y analizadas, pero dejar el resto al ser del espectador. Vale decir, para que medite y opine a partir de lo que le produce la obra, ¿reflexión o asombro?
En el caso de la instalación mencionada, el entramado de paños y pitas entrecruzadas y elevadas intencionalmente nos lleva a imaginar que en el futuro el lugar afectado podría ser aprovechado como un espacio abierto para el esparcimiento, donde se habiliten juegos móviles de corte dinámico y contemporáneo para niños; es decir, un centro vivencial para los más pequeños. Visto de ese modo, no cabe duda de que el artista logró la respuesta que esperaba en los espectadores, por ejemplo, producir ideas hasta donde la imaginación y la resiliencia lo permitan.
En síntesis, la búsqueda conceptual e incisiva del artista fue capaz de inspirar en nosotros (e imaginamos que también en el resto de los visitantes que observaron la obra) una proyección mental del lugar afectado con miras al mañana. Todo esto acorde con la imaginación y el sentido lúdico, posiblemente transparente y transgresor, que albergamos todos y cada uno de los habitantes de esta singular urbe.
Sin duda, instalaciones como la comentada contribuirán siempre a la inspiración de un sinnúmero de ideas entre quienes las observen, sea para cavilar sobre el presente, proyectar realidades hacia el futuro, o reflexionar sobre la dureza de un hecho (como en el caso del deslizamiento en San Jorge Kantutani) o recordarlo para siempre, pero con esperanza.
Para terminar, parece oportuno aclarar que la instalación de marras logró un desajuste de impacto en los observadores.
* Arquitecta.