Con esta enfermedad no se juega. He visto morir a muchos que le han rascado los huevos al tigre, adictos que no quisieron comprometerse a cambiar. Continuaron en el autoengaño, ejercitando patrones de conductas equivocados, jugando la parte y por un lado, aparentaban tener sobriedad y por las noches se prostituían o se pasaban las horas enteras en los casinos. Los vi tronar como espárragos ante las sustancias y sufrir las consecuencias de la drogadicción. Directores y directoras de anexos de centros de rehabilitación que hipócritamente aparentaban ser lo que no eran, finalmente murieron de sobredosis.

A la drogadicción yo no le he visto a nadie que le gane, muchos de ellos, incluso lograron dejar la cocaína, pero comenzaron con la heroína, el peyote o las pastas;  muchos de ellos taparon la botella. Se hicieron adictos a la marihuana. Otros tantos son ludópatas o lo fueron, son adictos al sexo y a la pornografía. No pudieron madurar, no pudieron mejorar sus patrones de conducta y la primera manifestación fue el fracaso con su relación de pareja. Muchos adictos son divorciados y otros viven con una relación híper tóxica, por demás enferma.

Por eso la recuperación tiene que ser de lleno y se debe trabajar profundamente en la inmadurez, en dejar de ser el bebé eterno, en poder trascender y poner en práctica todo lo que el programa de Alcohólicos Anónimos ofrece.

Hay una amplia variedad de adictos y por supuesto de adicciones, pero en la mayoría de los casos predomina la negación. Por ejemplo, el farmacodependiente, el que es adicto al Tafil, Valium, Rivotril, Lexotan y otros, dice que consume pastillas por prescripción médica, que no es adicto. Hay quien se empina hasta seis copas de coñac o seis cervezas al día y dice que no es alcohólico, como aquel que se chuta hasta siete churros de marihuana en un día y niega tener una adicción con el cannabis. El gran problema que hay en cualquier tipo de adicción  es la negación y la no aceptación.

Estas recomendaciones, lo mismo sirven para el adicto a la pereza, como para la adicción a la pornografía o al sexo. Igual le será de utilidad a la persona que se pasa más de ocho horas en el gimnasio o los adictos al chisme, a las mentiras,  adictos al autoengaño, a robar, incluso adictos a matar, a su pareja, a lo tóxico,  deseo, de corazón que genere beneficios.

En el libro Lo mejor de la vida es vivirla con libertad señalo que una adicción es algo que no puedes evitar y que debe de trabajar tanto un alcohólico como un ludópata o un anoréxico, bulímico, adicto a la violencia, al sexo, etc. Un factor común son los viejos moldes, por esa razón hay que evitar repetirlos, es decir,  hacer las mismas cosas esperando resultados diferentes. Quien sale de un proceso de rehabilitación, ya sea de una clínica, de una cárcel o de un anexo,  incluso de un grupo; tiene por obligación evitar repetir los viejos moldes y esos viejos moldes tienen que ver con las conductas tóxicas: dejar la pereza, las tranzas; abandonar, hacer a un lado las malas amistades y patrones de conducta,  como el estar peleando constantemente o metiéndose en lo que a uno no le importa. No se debe ir a los mismos lugares que se frecuentaban, donde se anestesia.

La sugerencia es emprender un verdadero cambio, erradicar hasta la misma manera de vestir o la de hablar para que la recuperación sea una fortaleza, dejar de ser mediocre, abandonar las mentiras, el lavarse las manos, el postergar, el decir “mañana lo hago” o “él a mí no me toca”. Hay que evitar el conmiserarse y no contribuir al bienestar de su hogar, si no sentirse merecedor, sentarse a la mesa y valorar el plato de comida que se le está sirviendo generosamente.

La recuperación requiere de un verdadero cambio y es borrón y cuenta nueva.  El adicto cree que por el simple hecho de haber estado internado tres meses en un anexo o clínica ya tiene derecho a todo, que se lo merece. Eso cree, que ya no tiene que hacer el más mínimo esfuerzo; que ya cumplió y se ausenta entonces del grupo de autoayuda, se vuelve a juntar con gente tóxica y vuelve a tener acciones de deshonestidad como robar, defraudar y vender sustancias. La recuperación demanda dignidad, integridad y sentido común. Los viejos moldes son el ingrediente básico de una recaída y por ellos los patrones de conducta en un adicto tienen que ser diferentes. Se es adicto de por vida: yo soy y seré adicto, no puedo darme de alta; si recaigo, me muero, porque esta enfermedad me alcanza en cualquier momento y no puedo subirme al ring porque me hará trizas en un abrir y cerrar de ojos.

El hecho es que este es un compromiso individual, permanente: el adicto debe de luchar por su propia recuperación, día a día, un día a la vez, solo por hoy y tiene la obligación de hacer grandes cambios en su vida, aprender a cerrar círculos, a dejar a un lado todas esas malas costumbres que arruinaron su vida. Esto no es un juego y esta es la vida que tiende de un hilo: es cuestión, de vida o muerte.

Ernesto Salayandía García es escritor y periodista